Kintsugi: reconstrucción y enaltecimiento de las roturas físicas y del alma.
Técnica y filosofía milenaria como clave de un nuevo inicio.
En el Japón ancestral surgieron una de las técnicas más admiradas e interesantes: el Kintsugi.
Para quien no lo conozca todavía, el famoso método nipón del que últimamente tanto se ha hablado y escrito, consiste en la reconstrucción de un objeto de cerámica roto, de gran valor, basado en una filosofía que esconde un profundo mensaje; el del respeto a su renacimiento y la compasión por sus fracturas.
Para la reparación de las piezas rotas, este arte milenario se lleva a cabo de una manera singular; adhiriéndolas de nuevo a su lugar de origen.
La base se obtiene fruto de una mezcla compuesta por una resina procedente del árbol urushi (Toxicodendron vernicifluum), muy apreciado por su unicidad, en la que mezclada con polvo de oro y aplicada con un pincel kebo, acentúa las quiebras transformando el objeto con un valor añadido, el de su resiliencia a pesar de la fragilidad sufrida a lo largo de su vida, haciendo resaltar con el valioso metal, los valores y el brillo que exhibirá una vez acabado, radicando en su delicadeza, la importancia que quiere mostrar su filosofía.
Los defectos procedentes de esas roturas, “espejos de la energía de la vida”, no se ocultan, sino que contrariamente se destacan, creando con base en la caprichosa señal, su signo de identidad, convirtiendo una pieza igual que otra, en una, absolutamente única en el mundo debido a que cada rotura es siempre diferente.
El complejo proceso cubierto de resinas y lacados naturales, permite embellecer el objeto en sí, haciéndolo permanecer en el tiempo de modo inmarcesible resistente a ácidos y alcalinos, y ofreciéndole una impermeabilidad asegurada.
Su historia se remonta al siglo XIV, en la que cuenta la leyenda, que el Sogún (gobernante) japonés, Ashikaga Yoshimosa, mandó hecho añicos su chawan preferido (tazón utilizado para la ceremonia del té) a unos restauradores chinos.
Estos, haciendo lo que estuvo en sus manos, lo devolvieron al alto dirigente con dichas “roturas” unidas literalmente con algunas grapas por las que se filtraba el té, imposibilitando su mantenimiento en el chawan.
Disgustado enormemente por la incapacidad de no poder volver a tomar el té en su recipiente favorito debido a la infructuosa reparación, y empeñado en la búsqueda de alguien que ejecutase su completo remiendo, oyó hablar de la existencia de unos expertos artesanos japoneses que, empleaban una técnica inusual llamada Kintsugi o Kintsukuroi.
Los maestros, en su original método, volvían a pegar las piezas rotas contando con la resina del árbol urushi que, mezclada con polvo de oro, la transformaban en una pieza única y especial, debido al preciado material que conseguía hacerle resaltar de manera prominente el dorado que cubría sus fracturas.
¿Conoceríamos muchas de las obras si no hubiesen sido restauradas? ¿Habríamos visto brillar con todo su auge inicial los colores de los grandes maestros que nos precedieron?
Con toda seguridad no, pero contrariamente al Kintsugi, la restauración convencional pasa desapercibida, dándole toda la importancia a la obra en sí, haciéndola parecer eterna e impasible a cualquier contrariedad que se precie, obviando las sabias manos que la han hecho revivir, en la falsa creencia social de exhibir triunfos y perfección como ejemplo de vida y, alejando una vez más de nuestra mente, la necesidad de recibir “ayuda externa” procedente de la interconexión con otras personas, para obtener grandes beneficios como; la superación personal y la continua instrucción que, nos enseña a reforzar nuestros puntos débiles y a superar difíciles situaciones a las que nos somete la vida, entendiendo que no hay nada de lo que avergonzarse de las consideradas “experiencias negativas”, ya que si están entre nosotros y forman parte de nuestra naturaleza, su existencia tiene un sentido, y quizás no sea tan terrible como nos lo han contado.
La imperante obsesión de occidente por la perfecta apariencia en un mundo rodeado de desperfectos, describe muy bien como vivimos; atrapados en un paradigma anticuado que representa en gran parte, la existencia de una mentira que no se sostiene y, un modelo mental que no funciona para construir relaciones, clave del cambio.
La constante utilización de Photoshop en medios de comunicación, venta de comida ultra procesada con tapaderas simulando contener alimento bío o, refugiar nuestra identidad tras un falso perfil, siguiendo absurdos estereotipos alejados de cuerpos curtidos con el paso de los años de manera genuina y venerable, son solo algunos de los ejemplos de un cúmulo de permisiones socialmente aceptadas y normalizadas, que hacen que cada día escondamos nuestras consideradas “vergüenzas”, como algo del todo inaceptable, generado por una imposición social del que solo el sistema se beneficia, obligándonos a realzar únicamente los resultados bien vistos, y escondiendo las valiosas caídas del camino, las mismas que nos permitieron llegar a la meta de la que nos enaltecemos hoy.
¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo conseguido, si socialmente debemos borrar la parte del sendero donde nos derrumbamos? ¿Por qué seguir avergonzándonos de omitir parte de todo lo que hizo que aprendiéramos a levantarnos de nuevo, para seguir nuestro trayecto y conseguir alcanzar nuestros sueños?
Es por ello, que muchas celebridades, años después de sus triunfos, suelen hablar sin tapujos de la existencia “real” de sus vivencias y de todos los errores y caídas que ellas conllevaron, transformándolas como si de una marca de agua se tratara, en una valiosa parte de su vida que acaban luciendo con orgullo en señal de resiliencia, con forma de tatuaje o a través de memorias escritas.
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Algunas de esas personas de apariencia “perfecta”, y cargos de gran responsabilidad, nos sorprenden explicando públicamente con imperante necesidad, como su llegada al anhelado triunfo personal, les atrapó en una gran presión social de la que dependían innumerables intereses, viéndose obligadas a ocultar situaciones extremas que perturbaron su existencia al no poder expresarlas con libertad, y viviendo todo su “prestigio”, en un estado de desamparo emocional que los condenó a narcotizar su mente, para evadirse de toda la mentira de la que estaban rodeados.
¿Con quién conversamos para desahogarnos o pedir consejo y ayuda?
Aunque en menor grado, todavía hoy, existe un pensamiento colectivo lleno de apegos, que considera que acudir a un psicólogo a explicar “secretamente las miserias” es cosa de locos, lo que nos coarta continuamente en nuestra gran necesidad natural de liberarnos de esos “errores”, y los callamos para evitar que la sociedad nos castigue duramente por hacerlo público.
Un sistema que ha erigido una comunidad que premia el triunfo y castiga la caída, ha hecho de la dependencia a las compras, un hábito-trampa en la búsqueda de elementos externos para hallar la felicidad interna, que corre a la carrera del consumismo basado en la adquisición de enseres materiales que toman el lugar de los valores espirituales, en muchos casos sin saberlo.
Tras la insatisfactoria sensación de saciedad de efímera duración, los estímulos externos se encargan de obligarnos a repetir la acción una y otra vez sin límites, buscando imparables la felicidad en esos momentos de adquisiciones compulsivas o metas establecidas en elementos siempre externos a nuestro SER.
Ante nuestra conveniencia (zona de confort) y la del sistema, que anula la capacidad de pensamiento del ciudadano para su completo empoderamiento, nos vemos rodeados de estímulos a modo de cebo, que nos han acostumbrado a acciones que anulan nuestro poder de pensamiento, y exploración de nuestro autoconocimiento normalizándolas.
Gestos habituales cuanto viles con nuestras relaciones o posesiones, hacen que bloqueemos a personas de nuestras redes sociales, o que, neguemos la sinceridad de una conversación altruista ante el ser que tenemos delante. Tirar objetos rotos a la basura sin pensar en su recomposición, atraídos por la sugerente idea de comprar inmediatamente uno nuevo que tome el relevo de otro por el que ya no vale la pena hacer nada, nos lleva a la acumulación inconsciente de contaminación en la tierra e interplanetaria a punto de estallar.
Y aún conscientes de las excusas en las que nos refugiamos, anteponemos la decisión de la masa, a la que realmente es nuestra obligación; la de hacernos cargo de manera individual de nuestro planeta, y de la necesaria interconexión donde un simple gesto cuenta y mucho, manifestando a los más pequeños con la ayuda de la filosofía Kintsugi, actos que demuestran el respeto hacia todos los objetos, seres vivos y lugares como bosques quemados o aldeas abandonadas, donde podemos cooperar en la tarea de su renacimiento, agradeciéndoles su paso y la contribución de sus servicios en el planeta tierra.
Una actitud tuya de hoy, será la de tu hijo o alumno mañana. No hay nada tan poderoso como enseñar con el ejemplo.
Es por ello por lo que todo lo que futuras generaciones vean, escuchen y lean en el seno familiar y escolar, lo repetirán en su vida adulta.
Preparándonos para la transformación.
Ha llegado la hora de cambiar paradigmas y mostrar nuestra unidad con un nexo a través de nuestros dones con un objetivo en común, con fuerza, y sin miedo para todos los proyectos que pongamos en marcha.
Algunas técnicas de restauración de última generación, podrían incluirse como ramas modernas de occidente procedentes del Kintsugi, y se están aplicando en arquitectura, al igual que vienen haciendo países como México, al adaptar el extraordinario procedimiento para ofrecernos la posibilidad de conocer nuestro pasado, destacando al mismo tiempo, la belleza en su fragilidad con resultados sorprendentes, contando con una mezcla de urbanismo artificial y toque personal humano de todos los elementos que se transforman con él.
¿Podemos aplicar en los seres humanos la misma filosofía?
El incremento de coaching en más de una decena de campos diferentes, demuestra la importancia que cada vez más, le concedemos al desarrollo de habilidades y a nuestra constante evolución y aceptación de lo nuevo, así como al enfoque positivo de nuestras equivocaciones.
Las multitudinarias circunstancias que nos disponen a adoptar roles de diferentes características, nos motivan a pensar en la cantidad de “errores” que podemos generar a lo largo del día, debido a las diferentes situaciones a las que nos tenemos que enfrentar.
Mostrar abiertamente nuestra capacidad de adaptación aprendiendo de los errores y debilidades que todos y cada uno de nosotros cometemos, y poder eximirnos con orgullo, sin miedo a ser señalados, tachados de locos o débiles, es un acto liberador, que nos muestra como a través de las heridas y posteriores cicatrices físicas y del alma, puede emerger la perfección, adoptando la experiencia pasada de “negativa” a “crecimiento emocional consciente”.
Considerándolas una bendición, las cicatrices (las que se ven y las que no), cuentan nuestra historia, retos a los que nos hemos enfrentado y conseguido superar, levantándonos de nuevo, adquiriendo conocimientos y, eligiendo puertas que de no haber conocido de antemano, no hubiésemos podido abrir, y es justo aceptarlas como parte de nuestro bagaje personal, único e irrepetible, mirando al presente y al futuro con optimismo e ilusión.
Es por ello por lo que la cura de nuestras heridas metafóricas como en el Kintsugi, dependerá de los materiales con las que estén selladas, si con oro macizo y resina natural del sabio árbol urushi, o con grapas oxidadas y unidas sin conciencia, por donde se filtre todo nuestro dolor de manera que no cicatricen jamás, obligándonos a esconder su corrosión.
De manera que el tiempo de espera a que sus piezas queden soldadas, dependerá de nuestra aceptación para una sanación y una posterior cicatrización fructífera.
Una vez asumido que el pasado no se puede cambiar, ni borrar, la elección de aceptarlo no significa que debamos resignarnos ni rendirnos.
La reflexión de «no me gusta, pero lo acepto» nos evitará, frustración y negatividad, generando puntos fuertes en los que apoyarnos, y aplicando técnicas de educación emocional en las que además del desarrollo de nuestros intereses, podamos actuar con respeto y compasión hacia los demás, pudiendo revelar nuestras fragilidades sin miedos.
«Hay una grieta en todo,
así es como entra la luz»
Leonard Cohen
Brenda Rojo
Escritora
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