La Reconstrucción

EL JUEGO DEL CALAMAR O EL JUEGO ENFERMO DEL SIGLO XXI. Un artículo de Jesús García Amezcua

Hace tiempo que no veía una serie de ficción con un lenguaje que vas más allá del entretenimiento, que nada por las turbias contradicciones del ser humano y en el que lo poliédrico de las decisiones se rompen como espejo para enfrentarse a la verdad de los protagonistas, a la verdad del espectador.

Seguro que habrán podido leer mensajes contradictorios sobre El Juego, y una de las más recurrentes es cómo lo dejan ver a niños. Yo también me lo pregunto, pero no por el hecho de la violencia en la propuesta, si no, porque Netflix califica claramente: +16. No tengo más que decir sobre este tema, cada padre es responsable de lo que ven sus hijos y del uso que dan al control parental.

Pero: ¿Qué es El Juego del Calamar? Es nuestro siglo, que se debate entre mil contradicciones, entre el bien y el mal, la bondad y la supervivencia, el dolor y el cansancio de la lucha continua, es un grito contra los sistemas que desde más arriba nos imponen (neo liberalismo y comunismo), donde el ser humano no es más que un divertimento, un esclavo que ha aceptado ser esclavo votando en una urna, porque no le queda otra salida, porque no desea seguir en la miseria y en la mediocridad, mientras otros observan y se regodean viendo cómo mueren, porque lo demás ya les aburre, porque han exprimido tanto la naranja que lo único que les queda es cortar el naranjo.

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Los personajes, interpretados magistralmente por Lee Jung-jae, Park Hae-so y Oh Young-soo, entre otros, se enfrentan a su propia vida. El amor o la piedad son valores que desaparecen cuando estás en el abismo de la muerte. Cada uno de ellos se dirige hacia su tumba desde un pensamiento diametralmente opuesto, incluso hay quien se deja llevar hacia la muerte sin saber exactamente por qué, simplemente, porque no encuentra una buena razón para vivir. Es la cuerda tensa en la que los políticos y las grandes corporaciones han colocado a la sociedad. Quizá podríamos preguntarnos cómo hemos dejado que pase, pero el caso es que está pasando. Miseria, corrupción, empobrecimiento, deudas impagables, violencia, soledad, y una infancia que ya no recordamos.

Los juegos infantiles nos conducen al recuerdo de lo que hemos perdido y que no volverá, la inocencia del ser humano ( si alguna vez la tuvo) se corrompe cuando hay algo por lo que luchar. ¿Quién no recuerda el escondite inglés, la canicas o tirar de la cuerda? ¿Quién no recuerda los pactos entre compañeros? ¿A quién se la olvidado cuando su madre lo llamaba para la merienda? “pero ahora no nos llama nadie”, nos enfrentamos solos a este mundo lleno de tiburones y con la esperanza de sobrevivir, como ellos, porque nos han quitado las alas, la posibilidad de crecer y ser más, y nos escudamos en el juego, el alcohol, internet, las drogas, la virtualidad, en la soledad, en nuestro propio cansancio, en el hastío de nosotros mismos.

Hay un momento en el que decides luchar y enfrentarte a tu propia miseria, a partir de ahí, no hay marcha atrás. O ganas o pierdes, pero claro, la probabilidad de perder es infinitamente mayor, y el fraude de ley democrático en el que vivimos no nos deja apartarnos de esta decisión y nos conduce como borregos al matadero. Porque cuando entras en el sistema, ya no puedes salir de él, y el sistema es cada vez más cerrado, laberíntico, kafkiano, un proceso inescrutable, donde no hay referentes, interlocutores ni asideros. Una máscara te replica desde una ecuanimidad incondicional, cumpliendo absolutamente lo pactado, que no es otra cosa que tu ruina, porque ellos han pactado trabajar para el Ente Regulador, La Empresa, La Compañía, El Estado, y ser comisarios políticos, funcionarios de estado o empresa, que sólo deben apretar un botón para que desaparezcas. Hay un momento en el que no eres útil, y tú, esclavo, debes morir.

No, no es una serie para niños, porque los niños deben aprender a jugar y crear complicidad con sus compañeros, deben aprender a tender la mano y deben a prender a utilizar las reglas para que el juego dure y no sea una escabechina. Y, por supuesto, nosotros, los adultos deberíamos reflexionar y recordar cuando jugábamos qué era lo que nos hacía felices.

No es una serie para niños porque no tienen la capacidad de entender, al igual que muchos adultos debido al analfabetismo cabalgante que impera, el significado de esta obra maestra.

No es una serie para niños, pero sin embargo, los llevamos a ver miles de muertes por cada entrega de Marvel, o cada capítulo de cualquier serie de televisión, pero claro, como no tiene ningún componente de pensamiento son muertes inocuas, ¿no?. No, esas son las peores, porque ni tan siquiera quieren llevarte a una reflexión más allá.

¿Sabes en qué se diferencia una persona rica a una pobre? En que ambos, se aburren.” Sí, sin alicientes, la vida es tediosa. La lucha sin frutos es una asesina que te corrompe por dentro, es un cáncer que te devora y merma. Cuando ya no te queda nada entregas tu vida, no por amor a nadie, si no por cansancio, y al dejarte llevar queda un segundo de luz en el que los recuerdos de tu infancia vuelven como una feria llena de colores y felicidad. Los que te observan piensan: “Infeliz”, pero no escuchas nada y te dejas llevar, porque nada puede ser peor que esto. Hay un premio al final en la ruleta de la fortuna, ya sabes que no es para ti y esperas, que el que lo recoja pueda hacer feliz a tu ser más querido. La luz vuelve a apagarse y, en la oscuridad, vuelves a pensar para qué tanta muerte, esclavitud y sinrazón.

El Juego del Calamar, acaba cuando el ganador grita “¡Viva!”, pero casualmente, todos están ya muertos, no hay nadie con quien disfrutar el premio, pero habrá otros que querrán jugar, y en nuestras manos queda la decisión de disfrutar de lo ganado manchado de sangre y degeneración o de luchar contra ello.

No es una serie para niños, es una serie para mirarnos al espejo.

Jesús García Amezcua

Escritor

Director de LA RECONSTRUCCIÓN

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