En la placidez del sueño, relajado, como en un remanso de paz, soñabas que te habías muerto. La gente, amigos y familiares, enumeraba tus bondades. Por cada virtud, una vela encendida. Por un momento pensé que te reías. ¿Te reías? ¡Qué felicidad! Habías vencido tu ancestral insomnio. ¿O soñábamos nosotros?
Tú / que siempre fuiste niño / para no sufrir el puñal / en la mano ponzoñosa / de una vida en el abismo. / Tú / Que te has quedado dormido / en la seda del aire / libre. /Tú / siempre / y tus destierros, / ¿adónde tus destierros?
En el admirable crisol de su memoria cabe toda España y su gran historia. Español hasta la médula, en su ser y existir está presente el carácter del aragonés, carácter éste fuerte, de genio alegre y algo bohemio y bebedor, adusto y de actitud, a veces, contemplativa, honda y serena. Por algún camino entre las rocas secretas de su tierra natal, Huesca, está, expectante y escondido, heredado, su gusto antiguo por la pintura. Durante toda su larga vida asistió al Museo del Prado hasta dos y tres veces por semana. Seguramente es una de las personas que más ha visitado el Prado. Siempre me recordó esas visitas, sobre todo las que hizo en compañía de Federico, de Dalí y de Eugenio d’Ors. ¿Se lo imaginan? También hablaremos de esto en otra ocasión.
Ahora sigue dormido. Guardemos silencio. Silencio.
José Bergamín aseguraba que se daban leves resonancias del “suprarrealismo” entre todos aquellos amigos de la Residencia de Estudiantes y citaba las de Federico García Lorca y Salvador Dalí, haciendo una salvedad: que ambos eran “menos originales, menos auténticos, sin duda, en esto, que su iniciador y casi maestro extraliterario: José Bello Lasierra, nuestro amigo. En la tertulia del café Lyon, después de la guerra, el arabista Emilio García Gómez saludaba a Bello como “el jefe del surrealismo español” y Antonio Díaz- Cañabate escribiría acerca de él: ¡Tiempos de Pepín Bello, fundador del surrealismo! ¡Gran surrealismo el de Pepín, tan perfecto como desorbitado! Tan natural como él mismo.
Ya de pequeño – ha recordado Bello alguna vez – me llamaba mucho la atención lo poco normales que eran los mayores.
Creador, junto con Luis Buñuel, de un Hamlet con barba y bigote postizos; de un tullido respondón con Alberti denominado “ El pobre ”, estrenado ante los mismísimos ojos de Pío Baroja en su “ mirlo blanco ”; de un héroe andorrano, idiota imitador de don Quijote, que al final se pega un tiro por enseñar a un desesperado suicida cómo debía matarse.
Poco se conserva de todo esto, pero a él no le importa absolutamente nada que se haya perdido. Lo importe son los amigos. El gran critico catalán, también amigo de Bello. Rafael Santos Torroella nos dice: “Buñuel, Dalí y Lorca se necesitan y esa necesidad sólo tiene un nombre, el de Pepín, porque en él se cifra el a veces incierto denominador común de la amistad de todos.” Y más adelante: “el magnetismo que emana de la conjunción de las vidas de los cuatro suscitará en ellos el doble, triple o cuádruple fondo que las hace tan anímicamente poliédricas”. Tenemos que afirmar aquí y ahora que la amistad para Bello ha sido siempre su cultus animi, su alimento espiritual más importante.
“A lo lejos, entre rosas de Creta y olorosas de Egipto, la ciudad de Alejandría elevaría sus torres como tallos de cristal y sal rojiza.” Así escribía Pepín Bello cuando surgió su vocación literaria. “Prosa primeriza e ingenua que recuerda al epistolario de Lamartine” en palabras de Federico.
Pepín se inventa un genio que es él mismo y se encuentra en ese mundo absolutamente feliz. Su hermana Adelina, cinco años menor que él, buscaba un autor para el genio de Pepín a la manera pirandeliana y decía: “D. José ha podido ser dibujante, escritor, actor, senador, torero, consejero de Banco, mando militar, académico y desde luego – muy cerca estuvo – doctor en Medicina.
A estos hombres que yo denominaría como “cuaterna armónica”, con su significación de teorema matemático y, a la vez, metafísica, como formulación que define a genios, se unían
otros como Rafael Alberti, otro de sus grandes confidentes, Joaquín Romero Murube, poeta y ensayista, alcaide del Alcázar de Sevilla, por medio del cual llegó a conocer a Ravel el músico,
“una de las personas a quienes más he querido”, dice Bello al evocarlo, y su otro gran amigo sevillano, el torero Ignacio Sánchez Mejías que le fascinaba por su inteligencia extraordinaria y su capacidad para la amistad.
Bello paseó como nadie su soltería. Todos quisieron casarlo. Al final, se quedó solo con la memoria de la que más quiso. También hablaremos de eso algún día. Como Mariscalco, aquél viejo aristócrata, que inspiró a Aretino, escritor del Renacimiento, su comedia sobre los empeños y esfuerzos por casarlo. Al final, el príncipe y los cortesanos consiguen llevarle al altar y cuando el hombre va a poner en práctica el precepto de la Escritura se encuentra con que su mujer, ¡es un paje disfrazado! Todos estallan en risas y carcajadas. Pero, ante la extrañeza general, el Mariscalco, lejos de enfurecerse, se alegra de ello.
Cuánto le habría gustado a mi querido amigo Bello escuchar todo esto, pero… ¡Chiiis!
¡Callad! Sigue durmiendo. No le despertemos. Definitivamente ha vencido el insomnio. Ingrávido, con su natural humor surrealista, nos sigue hablando del insoportable Juan Ramón, de Unamuno, “ el viejo Pedorro, ” como lo nombraba Buñuel porque no dejaba hablar a nadie, del “ sopas ” de Machado, manifiestamente desaliñado siempre, del “ trez pezetaz ” de Valle Inclán, y sobre todos, a Federico García Lorca, por su genio, por su carácter y por su bondad y, a Francisco Giner de los Ríos, muy amigo de su padre, “ un santo, uno de los hombres más ilustres que ha dado España y, sin duda, al que quizá debemos nuestra actual cultura ”.
Pero no le despertemos, sigamos recordando, en la placidez del sueño, las bondades y virtudes del amigo Bello y por cada virtud encendamos una nueva vela. Sigo pensando que te ríes. Otro día, te seguiré contando cosas sustanciosas como tú querías. Nada de frivolidades y sigue durmiendo. No le despertemos ahora que ha vencido el insomnio. Sigue soñando placidamente amigo Bello. Así, cálido y humanísimo.
¿O somos nosotros los que soñamos? Silencio.
Francisco Vaquero Sánchez
Poeta, Presidente de la Tertulias Lorquinas