La reconstrucción que debe iniciarse cuando el azote de la pandemia se haya reducido, requiere de ingredientes especiales en la sociedad española, diferentes a aquellos que caracterizaban el momento sano, polémico y complejo, existente antes del mes de marzo de 2020.
Entre esos ingredientes sociales debe imperar la razón por encima de los exacerbados sentimientos. Será necesario superar el dolor transitando por el duelo y dar paso lo antes posible a la satisfacción por el final de la tragedia, para superar la etapa vivida. Pero de manera inmediata hay que ponerse a trabajar y para ello se requieren medidas y planificación, adoptadas con frialdad de ánimo y con argumentos racionales que lideren la reconstrucción. Parece que la Unión Europea nos ayudará y debe encontrar un país decidido a recuperarse con ideas concretas de cómo hacerlo.
Otro ingrediente que se necesita es la unidad, porque constituye la base para sustentar una fuerza social extraordinaria que ahora se precisa. Estamos asistiendo, sin embargo, a una fuerte división en lo político que erróneamente se traslada a lo cotidiano y solivianta a una sociedad preocupada por su futuro. División es sinónimo de debilidad. Debemos trabajar todos juntos.
Aunque invocarla puede ser controvertido, se necesita también confianza, en particular en quien toma las decisiones. El gobierno se encuentra al mando por legitimidad democrática y bajo los parámetros de la Constitución que le otorga atribuciones y también límites. Es cierto que la soberbia y los errores en la gestión de la crisis no ayudan a generar confianza, pero es necesario dar una segunda oportunidad para la nueva etapa, con la vigilancia constructiva de la oposición.
Para la reconstrucción son necesarias fuertes dosis de esperanza porque es el mejor aliado para seguir adelante. También hay que añadir compañerismo, generosidad y sacrificio.
El profesor José Ignacio Ruiz me escribía: “Lo que nos puede unir [a los españoles] es la razón, que nos aleje de los sentimientos y que sea la base para comprender que ahora solo nos salvará la unidad.”
Un país como España puede salir a flote con todos los ingredientes mencionados. Es conveniente comenzar a descartar aquello que los impida aparecer.
¿Quién debe realizar el descarte de lo negativo? En primer lugar, cada uno de nosotros. Seamos críticos con nosotros mismos antes de serlo con los demás. Después debemos influir positivamente en nuestro entorno. ¿Cómo? Mostrando el propio convencimiento de que aceptar aquellos ingredientes –razón, unidad, esperanza, generosidad, etc.- es lo mejor. No se trata de conformismo o de humillación ante las decisiones de otros. Se trata de cooperar y aplicar un sentido práctico para mostrar los elementos de la fortaleza de esta sociedad española. No debemos perder el tiempo en las debilidades. La cooperación ha servido para alcanzar grandes logros en nuestro país, las divisiones sólo sirvieron para enfrentamientos y guerras.
Hoy debemos cooperar con las autoridades sanitarias y sus decisiones, por el bien de todos. Podremos expresar nuestras inquietudes, elevar nuestras sugerencias… pero la visión global de toda la operación sólo la tienen unos pocos que ya están trabajando en soluciones. Es cierto que algunos parecen más preocupados por la imagen pública que por la eficacia, pero no siempre es así. Además ya habrá ocasión para las críticas y las evaluaciones, con datos objetivos e información. Incluso se podrán ejercitar acciones judiciales si hay sospecha de que se han cometido infracciones o delitos, pero antes hay que reconstruir el país.
Hace algunas semanas acudí al servicio de Urgencias del Hospital Gregorio Marañón y allí escuché a un paciente gritar: “¡Socorro! Me quieren dormir. Yo no quiero”. Nadie se levantó de sus asientos para enfrentarse a los médicos. Todos confiamos en ellos. Y la unión en el silencio de todos los pacientes mostró esa confianza y ayudó a que el servicio sanitario continuara normalmente. Si aquellos médicos hubieran pedido ayuda para empujar la camilla o sujetar el gotero, habríamos colaborado sin dudar.
A los pacientes nos unía nuestra condición de tales y habríamos cooperado allí juntos, aunque cada uno fuera votante de un partido distinto, viviera en barrios dispares o tuviera una religión o una opción sexual o un nivel educativo, muy diferentes. Nadie creó una división, ni una alianza separada con otro que siguiera al mismo equipo de fútbol. Nadie preguntó si éramos creyentes, homosexuales, madrileños o parados. Y si alguien lo hubiera hecho y otro hubiera respondido, no habría supuesto nada, porque todos éramos iguales en algo: éramos pacientes esperando pruebas y medicinas. Nadie hubiera jaleado las diferencias.
Un líder de todos –cualquier médico del hospital- habría aprovechado nuestra unión y nuestra fuerza si se hubieran requerido para reconstruir algo. Aquel mismo espíritu debería imperar en todo el país.
Al salir del hospital, todavía admirado por la labor del personal sanitario, me crucé con un repartidor en su moto. Llevaba una bandera de España. Sentí que teníamos algo en común, como me había sucedido antes con los pacientes. Pensé entonces que millones de españoles teníamos en común un país y su cultura y eso debería ser suficiente para movernos a trabajar juntos.
Sin embargo, recordé que algunos rechazan esa idea y su bandera. Me pregunté: ¿Habrá otro elemento de unión más absoluto? La respuesta era positiva. Sí. Ahora mismo es más fuerte y absoluta nuestra condición de personas vulnerables ante el virus. Me imaginé entonces una bandera blanca con una “P” pintada en el centro. La “P” de persona, de paciente ante el virus, de paciencia ante la adversidad, de paz… Todos la podríamos portar sin rechazo.
¿Tan difícil sería hacer de esa bandera blanca un símbolo de la unidad que ahora se necesita para salir adelante? ¿Tan difícil es contar con líderes capaces de trabajar cooperando con los demás? ¿Serán las fuerzas individuales y los grupos pequeños quienes ayuden a los más desfavorecidos y trabajen para reconstruir el país como sucedió en el levantamiento contra los franceses?
Estos días ya se atienden a miles de personas que lo necesitan en parroquias, en Cáritas, en centros de asistencia social… Una unidad eficaz sería acudir a ellos en masa para colaborar y al mismo tiempo demandar desde allí al gobierno y sus opositores –internos y externos- que aprendan a gobernar las instituciones, mientras los ciudadanos reconstruimos el país con nuestras aportaciones individuales. ¡SUERTE A TODOS!