Se cuenta que a cierto hombre le dijeron que existía un árbol con la milagrosa facultad de hacer realidad todos los deseos. Este hombre, después de años de encarnizada búsqueda, encuentra ese árbol. Se sienta bajo él y piensa en una suculenta cena. De inmediato aparecen múltiples y maravillosos manjares. Cuando se cansa de comer, imagina bellas mujeres. Aparecen entonces hermosas muchachas que le permiten satisfacer sus deseos. Ahíto de los placeres carnales, pide riquezas. Aparecen cofres llenos de joyas y monedas de oro. El hombre comienza a temblar, temiendo que vengan a robarle sus tesoros. Entonces, aparece una banda de sanguinarios ladrones que lo cortan la cabeza y se llevan todo cuanto había acumulado.
Esta historia entresacada de la obra “Cabaret Místico” de Alejandro Jodorowsky, nos dice que en nuestra mente se halla el infierno y el paraíso. Y que el árbol- la representación del mundo- nos dará siempre aquello que proyectemos sobre él.
¿Y cómo hallar escapar del infierno mental y entrar en el paraíso?. Hay muchas salidas. Una de ellas es la meditación. La ancestral técnica de meditación está considerada como la herramienta milenaria por antonomasia para hallar este paraíso. Hoy, de hecho, son cada vez más los que se acercan a ella porque, consciente o inconscientemente, todos buscamos la paz que la meditación aporta a la mente. El planteamiento básico conceptual de la meditación es el siguiente:
Cada cual tiene sus propias maneras de hallar esa paz, sus propios hábitos de meditación. Por ejemplo: La anciana que se sienta a tejer junto al fuego; el navegante que en una tarde de verano se desliza ociosamente por el río, olvidándose del transcurso del tiempo; cuando nos quedamos absortos, contemplando una puesta de sol o un paisaje evocador; cuando esquiamos; escuchamos música, etc.
Todos estos ejemplos tienen un punto en común: La atención mental. Porque, en efecto, cuando existe atención mental, la mente guarda silencio. En realidad, el contento que sentimos cuando la mente está absorta no proviene tanto de la actividad misma como del hecho de que, al concentrarnos, nos olvidamos de nuestros problemas y preocupaciones. Así, descubrimos y experimentamos que más allá de la actividad mental se encuentra un verdadero universo de paz.
Durante la mayor parte de nuestras horas de vigilia, nuestra mente se arrastra de un pensamiento a otro, tiroteada por deseos y aversiones, por emociones y recuerdos, tanto agradables como desagradables. El estado de la mente ordinaria engendra sufrimiento. La mente es conflictiva, voraz, insatisfecha. Su signo es la confusión. Es inestable y confusa. A menudo es víctima de sus propias contradicciones, su ofuscación, su avidez y su aversión. La mente es fábrica de dolor o de bienestar, te esclaviza o te libera, te contrae o te expande.
La meditación es un método de purificación mental. Es una herramienta que sirve para introducirnos en nuestro interior y observar nuestro mundo físico, emocional y mental. Y, desde el conocimiento de lo que somos en realidad, comenzar el camino de nuestra propia recuperación. La meditación es beneficiosa para todo el mundo, especialmente para aquellas personas que llevan una vida agitada. Con la meditación, la mente hiperactiva se tranquiliza y de este modo se “recargan las pilas”, aportando innumerables beneficios para la salud. La meditación consigue, pues, mejorar la calidad de nuestra vida.
Hoy en día existe una abundante literatura sobre la meditación. Para iniciarse en la meditación son recomendables las técnicas sobre la respiración. La que describo a continuación es muy utilizada: Adopta una postura de meditación. La más sencilla y asequible para todo el mundo es permanecer sentado en una silla con la espalda recta. Procura que todo tu cuerpo permanezca relajado mientras realizas el ejercicio. Fija tu atención en la entrada de los orificios nasales. Inhala y exhala con naturalidad y trata de percibir lo más nítidamente el leve roce del aire y la sensación táctil de la respiración. La mente no debe abandonar la zona de las aletas nasales. Insiste en percibir y concentrarte en el leve roce del aire, allí donde se produzca. Evita cualquier distracción.
Éste, como he señalado al inicio de este artículo, es el planteamiento básico conceptual sobre el milenario arte de la meditación. Sin embargo, caben otros menos explorados. Por ejemplo: ¿Meditaron ciertos personajes ilustres, como Cervantes?. He elegido este personaje, el más importante de la literatura española, porque su obra “El Quijote” es, hasta el momento, la más leída en el mundo, después de la Biblia. La exégesis de esta monumental obra del pensamiento humano ha sido analizada desde múltiples ópticas. Por ejemplo, Dostoievski, el escritor ruso más fascinado por la grandeza de la magna obra de Cervantes, realizó numerosas y significativas menciones sobre esta joya de la literatura universal en sus novelas, cartas y, sobre todo, en su “Diario de un escritor”. Su sentencia es inapelable. Escribió: «En todo el mundo no hay obra de ficción más sublime y fuerte que ésta. Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre. Y si se acabase el mundo y alguien preguntase a los mortales: ¿Qué habéis sacado en limpio de vuestra vida, y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?. En tal caso podrían los hombres mostrar “El Quijote” y decir: ¡Esta es mi conclusión respecto a la vida!; ¿Podríais condenarme por ella?.
La universalidad de “El Quijote” consiste, no sólo en haber sobrepasado nuestras fronteras, haber sido traducido a muchas lenguas y ser valorado por gentes de todas las condiciones, sino también en ser un arsenal de temas humanos y divinos, tratados o aludidos con la más certera visión y penetrante criterio. Sus citas inolvidables e intemporales demuestran con qué tino describió Cervantes la realidad del ser humano, desde la crítica literaria, las costumbres populares o cultas, la historia, la moral, la religión, los sentimientos y pasiones, hasta los más mínimos detalles de la existencia cotidiana. Todo ello hace de “El Quijote” una obra sublime, una joya preciosa, un diamante de innumerables aristas, descriptivas de todas las facetas de la vida humana.
Bien. A lo que vamos: ¿Meditó Cervantes?. Quizás no, en el sentido estricto que la sabiduría oriental otorga a la palabra “Meditación”, esto es, como método específico de purificación mental o herramienta que sirve para introducirnos en nuestro interior y observar nuestro mundo físico, emocional y mental para, desde el conocimiento de lo que somos en realidad, comenzar el camino de nuestra propia realización. Pero quizás sí, en un sentido más amplio: Mediante la contemplación del mundo, con los ojos del alma. Veamos.
La personalidad de Cervantes, con sus inquietudes y anhelos, quedó reflejada fielmente a través de la figura de don Quijote de la Mancha. Así lo ha afirmado el filósofo español, José Ortega y Gasset, en sus “Meditaciones del Quijote”, señalando que: “Lo que se trasluce, más allá del personaje, es el discurso de un escritor. Se trata de un quijotismo, sí, pero no del personaje, sino del propio Cervantes”.
Literariamente, como bien sabemos, “El Quijote” inaugura la novela moderna, manejando el lenguaje y la ironía con maestría. Filosóficamente, refleja el realismo existencial, obligándonos a ver el mundo desde fuera, desde los ojos del alma. Y esto, esencialmente, es meditar. Podemos comprobar que este planteamiento del realismo existencial es coincidente con el de la filosofía oriental. Ésta afirma que la realidad es “maya”, esto es, una ilusión de la conciencia. Considera que la realidad, o todo el universo de las cosas fenoménicas que aparecen ante nuestros ojos como sólidas, son ilusorias. Sin embargo, en realidad son pura ilusión o, en terminología de la física cuántica, una creación mental. Una visión coincidente con el realismo existencial que contiene la conciencia de que la vida, tal cual, necesita del empuje de la ficción para ser verdaderamente real.
Don Quijote se lanza, efectivamente, a vivir una ficción como si fuera la realidad, porque es consciente de que la vida, por sí misma, no lo es. De hecho, se ha llegado a decir que don Quijote en realidad no estaba loco, sino que lo aparentaba, jugando con las cosas de la vida. En la aventura de los rebaños de ovejas, por ejemplo, se cuenta: “Comenzó de alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alancease a sus verdaderos enemigos”·
Se dice que la meditación es el ojo del alma. En su último estadio, el samâdhi, se produce una completa abstracción de todos los procesos mentales. La conciencia del meditador asume la naturaleza del objeto contemplado y lo comprende desde “dentro”. El meditador experimenta un estado de abstracción ante todos los objetos, donde el espacio-tiempo ordinario resulta temporalmente abolido.
Cervantes, a través de don Quijote, como hemos dicho, contempló el mundo con los ojos del alma, y esto es esencialmente meditar. Afirmó concretamente: “La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”.
La meditación-escribió el gran maestro espiritual OSHO- es tu naturaleza intrínseca. Eres tú, es tu Ser. No es un logro, sino un estado previo: Tu propia naturaleza esencial. Precisamente algunos creemos que, desde esta naturaleza esencial, Cervantes concibió “El Quijote”.
José Antonio Hernández de la Moya
Periodista, productor audiovisual, formador