Cerrado el año de la pandemia, la crisis y las restricciones, atípico y complejo como ninguno, llega el momento de iniciar una nueva etapa. Un 2021 que, para muchos sectores y particulares, queda marcado por la esperanza y la ilusión de una (nueva) normalidad a la vista. Su comienzo no ha podido ser otro sino el apropiado para el sucesor del fatídico 2020. Por un lado, manifestantes armados asaltan el Capitolio de Estados Unidos, constituyendo esto un ataque insólito a su democracia. Seguimos con que la situación sanitaria se recrudece con el impacto de la tercera ola de COVID-19, arrastrando con ello comercios, negocios e iniciativas ya debilitadas tras meses de pandemia.
El clima no ha querido ser menos dentro de este inusual comienzo de año, aportando un fenómeno inesperado que ha recorrido todo el territorio nacional. La borrasca Filomena ha sido la encargada de traer lluvias y nevadas abundantes en el interior peninsular, generando con ello efectos nunca vistos en los últimos años. A pesar de los preparativos destinados a capear el temporal y mantener la normalidad, el país acabaría por verse paralizado, evidenciando así la infravaloración de la borrasca.
La nevada ha generado entre la población disparidad de opiniones y respuestas. A un lado: daños y pérdidas (causados por los evidentes destrozos – llegando a ser necesaria la declaración de zonas “catastróficas” – , los bloqueos o el parón a nivel laboral) que suman millones de euros, posicionándose como la guinda de una racha de restricciones, crisis y resultados negativos durante los últimos meses. Al otro: el resultado de una larga tradición agrícola y rural, manteniendo vivo el refrán que aquí nos ocupa, “Año de nieves, año de bienes”.
En primer lugar, es necesario conocer los efectos reales de la nieve sobre los cultivos, algo que nos vale para justificar y entender la popularización de esta expresión. Contra lo que muchos puedan creer, los efectos de la nieve sobre el campo no tienen por qué ser perjudiciales. Todo lo contrario, una capa de poco espesor es capaz de actuar como capa térmica, protegiendo el cultivo de temperaturas extremas. A la vez, la propia capa acaba por derretirse progresivamente, suministrando el agua necesaria para mantener los cultivos. Claro está que nada en exceso es bueno, por lo que si esta capa excediese el espesor óptimo acabaría por romper la vegetación, frenando así su crecimiento y cosecha.
Aclarado este punto, queda remontarse hasta el siglo XVII, periodo en el que dicho refrán ya formaba parte del imaginario popular. La España barroca estuvo marcada por la crisis. Una crisis que comparte varios paralelismos con la actual, al verse marcada por problemas sociopolíticos, ideológicos y económicos. El ya notable empobrecimiento de la población se vio acentuado a razón de los conflictos internos y externos, del azote de peste y de las hambrunas derivadas de las malas cosechas. La sociedad de aquel entonces se vio dominada por las minorías, las élites clericales y nobiliarias y el demoledor sentimiento de desamparo e incertidumbre que dejó la crisis.
Como cabía esperar, la educación en aquel entonces seguía aún restringida a las altas esferas, tal como designaban los principios propios del Antiguo Régimen. En tanto, una creciente cantidad de ciudadanos ligados al trabajo de campo, confiaban el progreso de sus cosechas a una mezcla entre el conocimiento adquirido durante generaciones y las supersticiones y refranes con los que habían crecido. Así, el hecho de que el año comenzase con nevadas no solo resultaba idóneo para ciertos cultivos por la humedad generada, sino que era además un excelente pronosticador de lo que deparaba a estos campos.
Ubicado el refrán, su uso y su percepción actual queda preguntarse qué será lo que nos depara este año, atípico desde su comienzo. Hemos de recordar a quienes ya venían advirtiendo sobre la existencia de un creciente desajuste climático a raíz del calentamiento global, el cual, contra lo que pudiese parecer, traería consigo olas de frío y temperaturas mínimas récord. Estas predicciones se plasman en las nevadas que han cubierto el interior peninsular durante el primer mes del año. Nevadas que, como en el caso de Madrid, no se recordaban desde los inviernos de 2009 y 2010. Si la causada por la borrasca Filomena marca o no un precedente dentro de los próximos inviernos, lo sabremos más adelante. Por ahora, solo queda esperar y ver si el recurrente refrán que aquí nos ocupa se corresponde o no con la realidad del nuevo año.
Jesús Goñi Cano
Geógrafo e Historiador