Uno de los autores más relevantes de la literatura universal, Franz Kafka (Praga, 1883-1924) describió alegóricamente en sus obras la situación del ser humano en el marco de la sociedad de su tiempo y de la actuación de los poderes públicos, plasmando una pérdida progresiva del sentido de lo propio, para transformar al individuo en un ser alienado dentro del grupo social, despersonalizado y convertido en lo que el sistema quiere que sea, contribuyéndose incluso a que esa transformación llegue a ser asumida por el sujeto afectado como algo lógico.
En este sentido, dos de las obras más importantes de Kafka, La metamorfosis y El proceso, participan de lo antes referido: en ambos casos una persona es sometida a una serie de cambios en su situación inicial, cambios primero que le son impuestos, y que posteriormente pasan a ser interiorizados como algo inevitable. En el caso de El proceso, su protagonista se ve inmerso en un procedimiento penal en el que parte consciente de su inocencia, pues ningún hecho criminal ha realizado, pero a lo largo del desarrollo del proceso termina él mismo convencido de su cuota de responsabilidad y se cree culpable, siendo finalmente ajusticiado.
Kafka presenta así un sistema judicial y procesal que funciona por puro automatismo y sin ofrecer al justiciable el menor conocimiento de la razón por la que resulta primero detenido, a continuación procesado y finalmente ajusticiado, actuando la maquinaria procesal de forma implacable frente a quien desconoce el motivo de la causa seguida contra él, por lo que todo su enjuiciamiento resulta ser un curso de actos arbitrarios únicamente revestidos de formalismo, y que terminan por conseguir convencer al propio afectado de su autoría y culpabilidad respecto de los hechos, cualesquiera que éstos sean.
Obviamente la visión kafkiana del proceso penal es una concepción novelada de la actuación de los órganos jurisdiccionales, y como tal ficticia, pero su trasfondo es crítico con el sistema, y cuestiona si los procesos judiciales cumplen siempre con todas las garantías propias de un Estado de Derecho, trasformando la obra en una metáfora de la necesaria aplicación de los derechos inherentes a todo proceso, como son los de motivación de las resoluciones judiciales, proporcionalidad, inmediación, igualdad de armas, cosa juzgada y en definitiva la tutela judicial efectiva.
En la obra de Kafka se narra el discurso de un proceso penal carente de todas las anteriores garantías, que concluye de una forma congruente con su injusto devenir, esto es, con la aniquilación o destrucción del que resulta así procesado, indefenso ante esta práctica y envuelto en una situación ajena a su voluntad que le transforma interiormente y le hace creer como cierto lo que no es sino lo que el sistema ha pretendido crear en él: en este caso, su propia culpabilidad.
Por ello, esta visión del proceso debe llevar a la reflexión, considerando y valorando siempre como imprescindible la observancia de las garantías en toda actividad jurisdiccional, evitando así que el proceso penal se convierta en un instrumento perverso que pueda ser empleado de forma discrecional, trascendiendo sus razones jurídicas.
Diego García Paz
Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación