Vivimos en un mundo donde prima la tecnología, lo rápido, lo inmediato y, casi siempre, lo superficial.
La manera de contar las historias ha evolucionado, desde las primeras orales, pasando por las epopeyas de Homero, las tragedias de Shakespeare, el Quijote, hasta llegar al metaverso, presente y futuro de nuestras “historias”.
Esas historias que siempre han alimentado la imaginación, el juego, el misterio, y que eran, y son vividas, de manera individual o colectiva.
Pero ¿cuántos de vosotros habéis pensado alguna vez que quien os contó la historia ya sabía el efecto que os iba a producir?
Contar para manipular, como un simple entretenimiento o como un sistema pedagógico, pero siempre, con un fin.
El guión nos lleva por un camino, acotado, hasta un final. En el guión se escribe cada movimiento, sonido, imagen, objeto que debe aparecer en la pantalla y con el protagonismo que debe tener cada uno de ellos, para que el espectador no sólo sepa lo que está ocurriendo, si no para ser llevado a un clímax y hacia un desenlace.
El objetivo del guión es ese: Preparar para el desenlace. Pero el guionista debe ser lo suficientemente hábil, para hacer sentir al espectador que es él quien maneja la historia y que es libre de aceptar lo que está sucediendo, que se ha adelantado al autor del guión.
¿Cuántas veces os habéis dicho mientras veis una película: “¿ves? Sabía que ese era el malo, o ya sabía yo que esto iba a pasar”. ¿Somos muy listos ¿verdad?
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El guión, como todo artefacto artístico, tiene unas normas, unas técnicas con las que desarrollar el objeto, como la pintura al óleo, la poesía, la novela. Eso sí, hay muchos modelos de desarrollo, pero unas normas básicas. Un guión audiovisual está muy acotado, quizá más que cualquier otro modelo artístico. ¿Por qué? Es bien sencillo, un guión es un manual de instrucciones para un director de cine, serie o documental, que debe ponerlo en pie con todo un equipo técnico y se debe hacer obra tras la sala de edición, donde se crea la magia.
En el guión literario no sólo se determinan las palabras, sino las imágenes, los tiempos, la luz, los sonidos diegéticos,… y si nos vamos a la segunda fase del guión, la del guión técnico, los tipos de plano, la subordinación de secuencias y hasta las lentes que se deben utilizar en cada fotograma.
Un guión de cine (aunque podría añadir cierto tipo de películas documentales y series de televisión), es técnica, pero, aunque ya se les haya olvidado a la mayoría de productoras, plataformas y canales: es arte. No sólo un producto de entretenimiento, posverdad o adoctrinamiento enmascarado en ocio. Un guión es poesía, como un libreto teatral o un relato. Nos debe llevar por los entresijos del ser humano, sus emociones y anhelos. Federico García Lorca, el cual también escribió un guión cinematográfico, decía que:
“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre.”
El cine es lo mismo, sólo que con más acotaciones, más comentarios en las columnas laterales. Es un motor para crear belleza, y la belleza no es otra cosa que la búsqueda de la perfección.
La mayoría de nosotros tendemos a ello, cualquier persona con necesidad de crear (literatura, guión, pintura, fotografía…) es un ejemplo, su necesidad de escribir, de mostrar al mundo una historia en un formato, que ha visto o conocido. que ha vivido en primera persona, que la ha emocionado, la mueve a “poemar”, a crear, con un modelo extraño en el modelo artístico, pero con un modelo que es la base de un siglo, el XX, quizá el más abierto y diáfano, el más accesible, el que ha llegado a más corazones, el que ha roto fronteras de países, razas o religiones: el cine. Con un lenguaje propio, con el que, creadores y espectadores, aprendían constantemente, unos de otros, creando una convención disruptiva, y a su vez, inclusiva con las otras artes, y, por último, piedra angular de los nuevos lenguajes: publicidad, internet, gaming o metaverso. Arthur Koestler decía que:
“Se podría definir la actividad creativa como un tipo de proceso de aprendizaje en el que el profesor y el alumno se hallan en el mismo individuo”.
Nosotros creamos mientras observamos, y nuestra forma de ver el mundo modifica el objetivo de la cámara y la escritura del guión.
Las adaptaciones de obras literarias, como “Hamlet”, “El Conde de Montecristo”, “20.000 leguas de viajes submarino”, o inspiraciones en relatos como “Las babas del diablo” de Cortázar, donde sólo queda un prurito del eje central del relato original, pero que guía todo el film a través del objetivo de la cámara siempre presente, son muestras de la transmedialidad y la adaptabilidad, a pesar del lenguaje encasillado de, los mal llamados, objetos audiovisuales. Un videojuego es un producto audiovisual, y también puede ser (y de hecho son adaptados) largometrajes o seriales de televisión, o, un comic, a ambos objetos.
Pero no sólo novelas, relatos u obras de teatro tienen relación con el cine, la pintura (por ejemplo, Delacroix en “El Gatopardo”), son la masa madre, inspiran la composición, el color, la fotografía, la música que envuelve la película, la arquitectura, … el cine alimenta y se retroalimenta de todas las artes. O, al menos, se alimentaba.
El trascurso del S.XXI nos está llevando a una austeridad de forma y de modo. Los guiones son cada vez más superficiales, alimentados por líneas de pensamiento panfletísticas, sin base filosófica alguna. Películas como las de Bergman, Godard, Win Wenders, Miguel Picazo, Jose Antonio Nievas Conde, o las primeras de Berlanga, serían impensables en estos tiempos.
Los efectos especiales se han comido literalmente a las soluciones imaginativas. La poesía que rebatía la censura ha desaparecido, por ejemplo: La escena final de “Viridiana”, en la que Viridiana, encarnada por una magnífica Silvia Pinal, regresa a la casa donde Jorge (Paco Rabal), la espera con su amante para cerrar un triángulo amoroso. Ese trío no se podía mostrar explícitamente en ese contexto histórico y, Buñuel, genialmente, lo convierte en una partida de cartas entre los tres mientras la cámara se va alejando. Hoy es más importante el slogan posmodernista de turno que una verdadera reflexión. Los planos y contraplanos, que economizan las grabaciones, son aderezados por planos imposibles que le restan toda la credibilidad al film, Fritz Lang, en la primera película que dirigió en Estados Unidos, “Furia”, cuando el personaje de Spencer Tracy, también en su primera película, está acorralado en la comisaría y la marabunta humana, enajenada, asalta la comisaría para ejecutarlo por un delito que ellos piensan que ha cometido, se convierte en un objetivo totalmente diferente ya que Lang cambia todos los ángulos, ejes y posiciones de las cámaras para mostrar el engaño y locura de todo aquello que le recordaba a la Alemania nazi y, así, saltarse la censura americana. Hoy día este tipo de angulación se hace sin ningún sentido, sólo porque “queda bien”. La luz ya no es un personaje más, otra contadora de historias, se remite a lámparas encendidas en los lugares más absurdos o en las situaciones más absurdas. Si os fijáis en las series de televisión, duermen con la luz encendida o siempre entran en casa con las luces encendidas, y esto, trasladado al cine, es preocupante, porque el cine es más que un producto de consumo, es arte y cada fotograma debe ser poesía, pero hasta la poesía debe ser creíble.
La poesía, la “poiesis” platónica, es la unión del genio con lo divino, el artista es un artesano, un técnico, el poeta tiene un talento, un genio inimitable y ambos, técnico y genio, se unen en la creación del guión primero y del film después. Un guión tiene unas técnicas que deberían ser sustentadas por la poesía, por la belleza, por la perfección, y así el alma de quien lo escribe, de quien lo realiza y de quien, finalmente lo visualiza, será más libre.