La Reconstrucción

Felipe el Hermoso y Juana la Loca, ¿Realidad o mito?. Jesús Goñi

Hay quien apunta al mandato de Carlos I, en el año 1516, como el punto de inicio de la Casa de Austria dentro de la Monarquía Hispánica. No obstante, para ello hemos de remontarnos tiempo atrás, hasta el reinado de Felipe I “el Hermoso”, quien sí es considerado legítimamente como primer rey del territorio hispánico perteneciente a la Casa de Austria.

El hijo del Emperador llevó a la práctica uno de los reinados más breves de la monarquía, gobernando en la práctica menos de dos años, desde el fallecimiento de la Reina Doña Isabel (noviembre de 1504), hasta su propia muerte en septiembre de 1506. Es si cabe más breve al apuntar a un reinado efectivo de menos de un año, desde abril hasta septiembre del 1506.

Con todo, es importante conocer lo acontecido tras la muerte de Isabel la Católica, tras lo cual el trono no pasó a Felipe I, sino a Juana. Su tercera hija, llegada del reinado de los Reyes Católicos, sufrió numerosas desdichas de carácter familiar antes de ocupar el trono.

Al designar a un heredero de las Coronas de Castilla y Aragón, se apuntó como sucesor a Juan, quien por aquel entonces acababa de cumplir los 19 años. No obstante, el sucesor fallecería en octubre de 1497, llevándose con él la posibilidad de que el trono lo ocupase un descendiente varón. Fue entonces cuando la heredera pasó a ser la hija mayor de los reyes, la infanta Isabel, casada en primera instancia con Alfonso, príncipe heredero de Portugal, y finalmente con su padre, Manuel, rey de Portugal. Tras los trámites y conveniencias propias de este asunto, las Cortes de Toledo la juraron como heredera a la Corona de Castilla en el año 1497. Al poco tiempo, la tragedia volvería a golpear a los Reyes Católicos, falleciendo la heredera tras dar a luz al hijo gestado con Manuel. El infante Miguel, por cuestiones de descendencia y política de las Cortes, pasaba a ser heredero único tanto de Castilla como de Aragón y Portugal, jurado como tal entre los años 1498 y 1499. Aun con su corta edad, el infante no escapó del trágico destino que tiempo atrás había golpeado a sus predecesores, falleciendo antes de cumplir los dos años (concretamente a mediados de julio del 1500).

Llegados a este punto, y ya como última opción, toda la herencia recayó en la tercera de las hijas, Doña Juana, casada desde el año 1496 con el hijo del Emperador Maximiliano, el archiduque Felipe I “el Hermoso”. Llegados a este punto y antes de desarrollar el breve reinado de Felipe, es de suma importancia entender la figura de Juana, así como su evolución histórica.

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Doña Juana I, apodada posteriormente como “la Loca”, fue la segunda de las hijas de los Reyes Católicos, nacida en noviembre de 1479. Su destino estuvo prefijado ya antaño por las políticas matrimoniales de sus padres, quienes pactaron un enlace con el mencionado archiduque Felipe I “el Hermoso”, varón primogénito de Maximiliano de Austria y María de Borgoña. La boda se celebró en octubre del año 1496, en la Colegiata de San Gumaro (Lierre) Si bien, siendo esto algo no siempre dado, existió atracción entre ambos, la actitud de Felipe I con respecto a las relaciones con otras damas no cambió, lo que llevó a que tuviese numerosos enfrentamientos con Juana (intolerante con respecto a la infidelidad y al corriente de sus numerosos y públicos líos de faldas) Aun con todo ello, fue un matrimonio muy prolífico en lo que a descendencia refiere, surgiendo seis hijos de ambos: Carlos, Fernando, Leonor, Isabel, María y Catalina. La vida de Juana cambiaría drásticamente conforme se sucedieron los trágicos acontecimientos ya comentados que llevaron al fallecimiento tanto de sus hermanos Juan e Isabel como de su sobrino Miguel de Portugal.

Tras todo ello, Doña Juana se posicionó como la heredera legítima al trono tanto de Castilla como de Aragón y Portugal. Ya por aquel entonces se apuntaba a la posibilidad de que la Isabel fuese objeto de un problema de enajenación mental, algo a lo que no ayudaron las conocidas tendencias afrancesadas de su marido Felipe I, que no cesó en sus polémicas prácticas. Aun con todo ello la reina Isabel “la Católica” se decidió por designarla en su testamento, si bien apuntó que, en caso de ausencia de la heredera o de incapacidad por sus problemas mentales, el reino quedaría bajo la administración de su marido Fernando “el Católico”, quien regentaría el reino hasta que su nieto Carlos I alcanzase la mayoría de edad.2 Isabel “la Católica” acabaría por fallecer ya en el 1504, designando a su hija como heredera y reina propietaria de Castilla y León. En este periodo, Fernando quiso tratar de conservar el gobierno de este territorio en nombre de su hija. No obstante, la nobleza castellana cercana al archiduque Felipe I se opusieron a este control por parte de Fernando, obligándole gracias al testamento de Isabel a retirarse a Aragón. A la par, esta nobleza estaba motivada por un deseo de posicionar en la representación máxima a Felipe I. Este, achacó a Juana un supuesto problema de locura, el cual claramente la incapacitaba para la realización de sus funciones como regente. Al ser él su marido, quedaba en posición para ocupar el trono, algo que lograría durante un breve periodo de tiempo, cuya efectividad no llegó al año. Su fallecimiento supuso un duro mazazo emocional para Juana, algo que agravó aun más su desequilibrio mental. Dadas las circunstancias Fernando “el Católico” hubo de volver a Castilla en el año 1506 para asumir el gobierno, tal como él mismo había deseado anteriormente. La propia Juana deseaba evitar el gobierno del reino, algo que motivó la decisión de llamar a su padre a fin de que se ocupase de dicha regencia. Ya en este periodo serían notables y evidentes las pruebas de lo que otrora fue una supuesta enajenación sufrida por Juana. En esta etapa quedó recogido que no se cambiaba de ropa, ni se aseaba, algo a lo que se sumó una tétrica costumbre de acompañarse siempre que fuese posible del féretro de su esposa. Todo ello la llevó a quedar recluida en Tordesillas ya en el año 1509, donde no hizo sino consumirse, aislarse y hacer crecer su ya marcada locura. En este tiempo, simultáneamente, su padre Fernando “el Católico” se ocupó del gobierno de Castilla hasta su fallecimiento en el año 1516, cuando su nieto Carlos I ocupó el reinado. Es importante reseñar que en todo este proceso y hasta el fallecimiento de la misma, Juana no dejó de figurar como reina, algo que reflejan los documentos. De este asunto es de igual interés conocer el punto en que Felipe I “el Hermoso” comenzó a tachar a su mujer de desequilibrada.

Según conocemos, tiempo atrás y un a vez acordado el enlace, Doña Juana emprendería un viaje hacia los Países Bajos a fin de conocer a su pretendiente, momento en el que según se dice ya se manifestaban en ella ciertos indicios de la enfermedad. Pasado este episodio se inicio un matrimonio en el que como ya ha quedado apuntado ambos parecían tanto desearse como quererse, tras lo cual se pasaron a producir los numerosos y polémicos encuentros y situaciones entre Felipe I y sus amantes. Todo ello haría llenarse de celos a una Juana carcomida tanto por las inseguridades como por una continua sensación de incomodidad con respecto a las tierras en las que se encontraba, las cuales según se narra, creía plagadas de enemigos y espías contra su persona. Estas sensaciones se materializaron en un progresivo cambio de rutina en la vida de Juana, quien sería cada vez más propensa tanto a la soledad como a mostrar una actitud marcada por la melancolía. Los embajadores de la corte no dudaron en informar ya en aquel entonces a sus padres, los Reyes Católicos, de lo que estaba ocurriendo.

Por asuntos de trámite, concretamente en fechas en que fue reconocida como reina, hubo de desplazarse con su marido hasta España (viaje que realizaron en enero del año 1502) Desde esta fecha hasta 1504 Juana se mantuvo en territorio hispánico por su estado de embarazo, algo que no impidió a Felipe I regresar a Flandes. La primavera del mencionado año Juana volvió junto a su marido, llegando para encontrarse con una cuna de chismes y malos rumores que alimentaron con fuerza y velocidad las disputas entre Juana y Felipe por los celos de esta. Ya en este periodo, y en relación a un viaje que el archiduque realizó a España, se menciona de forma clara la situación de enfermedad mental que su esposa sufría. Esto llegaría entonces a oídos de los padres de la infanta, que no dudaron en blindar antes de nada el trono de Castilla para Fernando en caso de que Juana quedase recluida, tal como el propio Felipe sugirió, en alguna fortaleza o institución dedicada a estos cuidados.

Para entender el parecer de Felipe I con respecto al enlace con Juana hemos de retroceder hasta el viaje de la infanta a los Países Bajos en primera instancia para conocer a quien sería su prometido. Este suceso, ocurrido durante el año 1496, se dio de forma simultánea a un viaje que el archiduque realizaba hacia la corte imperial para ver a su padre. Según se cree, ya en este periodo Felipe se planteó renunciar a este enlace, algo que se vio reflejado en la tardanza de este para conocer a la que sería su esposa. Es igualmente cierto que una vez la conoció y se produjo la mencionada atracción, trató de presionar a los responsables para que se adelantase la ceremonia de enlace que le permitiría consumar el matrimonio. Aun con la intensa pasión que biógrafos de uno y otro lado reflejaron, no tardaron en estallar las desavenencias causadas en primera instancia por razones políticas y ya más adelante por los mencionados celos surgidos en Juana. De lo que refiere a razones políticas, destaca la distancia que desde el comienzo del enlace Felipe trató de mantener con los Reyes Católicos. El archiduque delegaría las relaciones con suegros al parecer de su padre, manteniendo un perfil bajo que solo cambiaría de parecer producida la muerte del infante Juan, que hasta entonces era heredero legítimo.

Entonces, Felipe se plantearía la posibilidad de reclamar de forma directa el trono de Castilla y Aragón, algo que pensaba realizar con el apoyo del monarca francés, con quien mantenía, para disgusto de sus suegros, una muy buena relación. Fueron precisamente estas intenciones las que alarmaron a los Reyes Católicos para blindar el trono para Fernando. Estos acontecimientos supusieron igualmente el inicio de una abierta desconfianza hacia Felipe por parte de los Reyes, algo que su padre, Maximiliano, trataría de sofocar asegurando el primordial respeto hacia los intereses del monarca llegado el momento. No obstante, las buenas intenciones fueron rápidamente emborronadas por un feo acontecimiento sucedido en el ámbito de la corte de Juana. Felipe prometió otorgarle una serie de rentas que finalmente no le facilitó, lo que llevó a la infanta a verse incapaz de pagar a los miembros de su corte. Tras las malas relaciones y desconfianzas previas esta situación no hizo sino agravarlo. A esta riña entre la monarquía hispánica, recelosa de las intenciones del archiduque, y el Emperador Maximiliano junto a su hijo, se sumó una segunda disputa que acabó por formar un asentado clima de conflicto, la cual tuvo precisamente a estos dos últimos personajes como protagonistas. Los deseos de Felipe I por afianzar las buenas relaciones con Francia le llevaron a oponerse a los intereses de su padre el Emperador, quien en un asunto de relevancia internacional apoyaría a Inglaterra. Sucedidos estos acontecimientos, las disputas internas y la desconfianza no harían sino propagarse en un ambiente plagado de conspiración, infidelidad y conflictos de interés.

Parte de las disputas posteriores referidas al compromiso entre Felipe I “el Hermoso” y Juana “la Loca” girarían entorno a aspectos tales como la diferencia de opinión con respecto a Francia y otros aliados, o con respecto al futuro de sus sucesivos hijos (séase por su sexo o por los matrimonios que se concertasen) Finalmente, todo ello sumado a los recelos tanto de la Monarquía española como de Maximiliano, junto a las ambiciones de Felipe y la decadencia de Juana, acabarían por desenlazar en uno de los reinados españoles más polémicos, complejos y decadentes protagonizados por la Casa de Austria.

Jesús Goñi Cano

Geógrafo e Historiador

 

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