La Reconstrucción

REBELACIÓN. Jesús García Amezcua

En el babilónico maremágnum que vivimos, en la insostenibilidad del derecho a pensar, bajo el yugo de los becerros de oro, me rebelo.

¿De qué va nuestra vida? ¿De sobrevivir? ¿De luchar contra el enemigo invisible? ¿De mantener tus valores a costa de la indigencia? ¿De aceptar la creencia impuesta, a cambio de un mendrugo de pan, siendo palmero de los sacerdotes y gurús del pensamiento único?

Estamos condenados al desaliento y a la frustración en el aritmético sentido de la vida, como si un final desacertado te atrapa desde el mismo momento en el que naces, y un día, descubres que juegas a un solitario permanente, donde el otro a dejado ser un tú, y las cenizas de las ascuas que nuestros mayores observaban en la chimenea, sin otra intención que saborear el momento, se han convertido en las mercaderías de un alma que se ha auto consumido en las ficciones audiovisuales, en la política fatua y vacía, en las envidias y en las inutilidades.

Me desespero cuando observo con muchísima autocrítica que me convierto en uno de esos hipócritas, con la doble moral entre lo que predico y lo que hago, cuando me hago la pregunta ¿qué haces? ¿esto te define? ¿ese es tu precio?

Y me digo, el fracaso es no empezar, no es caer, es no intentarlo. Es vivir subyugado en la mediocridad imitada, subrayada, enmarcada para llevarte a la ignorancia, para que no compares, para que seas un imbécil.

No hay escapatoria y, sin embargo, aunque estemos mojados por este alquitrán pegajoso, podemos descubrir una salida. Más tarde o más temprano, los que luchamos, los que creemos en la libertad, los que creemos en el Ser Humano, los que tenemos el amor por bandera, la generosidad, la solidaridad, la comprensión, la sabiduría, nos desharemos de ese engrudo, aunque tenga que ser con piedra pómez, y nos duelan las puntas de los cabellos.

En mi solitario, los perros ladran, y no espero nada, y, sin embargo, te espero a ti, como a un médico cuando estás herido, como a un cura cuando estás moribundo.

Observo el horizonte golpeado por las olas enfermizas, con un color demacrado, llamándote sin llamarte, en la trágica seducción que se rechaza y sucumbe ante la ordinariez de lo vulgar, quizá de lo que soy, y sin embargo, sigo siendo fiel a mí mismo, y tal y como lo soy, dejo de ser fiel a lo demás, y caigo en la trampa. El horizonte, que nunca estuvo cerca, se aleja, y el mar, donde los perros ladran, se encrespa contra sí mismo y centrifuga la verdad que un día busqué y que, hoy, a fuerza de conjeturas, de idiomas extraños, de campanas sordas e ídolos de barro, calla, para que la descubra en mí, en el silencio de la orilla y con los ojos cerrados para no ser engañado por la vista y el tiempo.

Quizá no sepamos vivir ni sobrevivir, quizá no sea verdad que somos un animal social, quizá yo sea una ilusión de mí mismo, pero mientras tanto, me rebelo ante la mentira mundial, la alarma constante y percutora, el hielo del corazón y los campos de exterminio del pensamiento. Grito desde el silencio, porque alzar la voz es un síntoma de impotencia y me niego a ser impotente. Callo y la vez tomo este altavoz y te conjuro contra la conjura de los necios, porque quizá seamos los únicos que queramos convertir este solitario en un mus con el guiño sereno y abisal de nuestras pupilas, donde podamos prolongar nuestra propia vida ante los dogmas y los cultos, la virtualidad y la justificación de lo imperdonable.

Acaricias mis manos mientras los ladridos se escuchan a lo lejos y las olas ya no entorpecen a la chalupa, y vuelvo a creer en la esperanza, no en las metas y los premios, no en la fama, no en las hornacinas del dinero. Creo porque estás conmigo, en el silencio, en la calma, y en la decisión de no buscar las aspiraciones de otros y el carácter vacío de los miedos ajenos.

Las lenguas que nos confunden, las intenciones que nos desvían, el otro y el yo, la dualidad y la tercialidad, la razón envenenada y el alma apartada de sí misma, serán las cenizas que un día miraremos en la hoguera, chisporroteando brevemente en una resaca que, un día, acabará. Resurgiré sin ética ni poder nacida de hombres, para elevarme con las alas divinas y buscar, sin el terror del hambre, la luz que un día fue iluminada por la oscuridad.

Callemos, para salvar lo que nos queda, y a su vez, gritemos, para orar por lo perdido.

En el silencio del convento interior, has llegado, mirándome a los ojos fijamente, extraña, como una falta de ortografía. Me has hecho comprender que la realidad no es cartesiana, y que no es como me la pintan, que no existe el paraíso, pero que el infierno lo creo yo, cuando me dejo comprar, cuando adoro el oro de los becerros y cuando cierro las puertas a la vida, a la ilusión, a la abrazo de la generosidad. He sentido tu anarquía en la serenidad de la caricia, potente y dulce de la obviedad, la que a fuerza retorcimientos se ha convertido en dolor. Has tocado mi alma, y en una catarsis tranquila, me has mostrado, con un fogonazo que me ha marcado, la REBELACIÓN.

 

Jesús García Amezcua

Escritor

Director de LA RECONSTRUCCIÓN

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