Interacción de los cuatro elementos
Los dos siguientes libros del ensayo averroísta, los libros III y IV, versan sobre la enfermedad y sobre los signos, respectivamente, y en ellos no hallamos nada nuevo a reseñar desde el punto de vista hermético, pues desde el punto de vista médico ya ha sido estudiado por especialistas de rigor. La salud es vista como un equilibrio de los cuatro humores regidos por los cuatro elementos, y es por ello que clasifica ocho clases de enfermedades: cálidas, frías húmedas, secas, cálidas y húmedas, cálidas y secas, frías y húmedas, y frías y secas. Y afirma muy claramente que “las causas son los cuatro humores cuando se desvían del equilibrio cualitativa o cuantitativamente. La causa de esa desviación en una u otra dirección reside bien en la materia prima bien en el agente; es decir, las complexiones de los órganos gozarán de un perfecto estado de salud cuando la sangre que a ellos afluye esté en armonía en cualidad y cantidad. Esta situación se obtiene cuando los órganos de la nutrición operan de forma correcta y los alimentos que al cuerpo llegan son naturales y adecuados en cantidad, momento y distribución de su ingesta. Porque si éstos no son naturales o se ingieren en una cantidad y en un momento inadecuados, no sólo causarán la formación de humores semejantes en el cuerpo, sino que además los órganos de la digestión adquirirán una mala complexión” (op. cit. p. 116). Es decir, activan en el interior del cuerpo o microcosmos los órganos regidos por las fuerzas planetarias que rigen esos alimentos…de humores semejantes. He ahí, nuevamente, la aplicación del criterio de los símiles.
Y continuamente Averroes disecciona la realidad que analiza a través de la interacción de esos cuatro elementos en el cuerpo o en el exterior de él, así sea materia prima, agente, medicamento o alimento, como veremos después. Pues prosigue: “Los humores se desvían del curso natural de dos maneras, por parte de la materia prima o del agente. Puede suceder, sin embargo, que siendo los alimentos naturales y utilizados conforme al curso natural, las causas externas generen en los órganos activos una mala complexión acorde con el humor que se genera. Y éstas son la atmósfera y la profesión, además de otras cosas” (op. cit. p. 117). Obsérvese este pequeño dato que sutilmente desliza el filósofo: en la profesión ejercida también domina un humor, es decir, un astro…pues es evidente que astronomía y astrología se estudiaban en aquellos siglos como las dos caras de una misma moneda, y que todos los filósofos daban por hecho que los cuerpos celestes eran los motores de todo cuanto existe en el mundo sublunar. Y dicho astro, también puede condicionar el humor dominante, esto es, la salud. Por ejemplo, el herrero era un oficio regido por Marte, y las patologías derivadas de él son las calientes y secas, como las derivadas de la bilis o la circulación arterial. Mas esto no lo especifica claramente Averroes, da la impresión que da por hecho que el lector avisado que sepa filosofía hermética captará estas sutilezas en su libro sin necesidad de exponerlas de un modo más evidente. Y éste es el criterio hermético que prevalece en todo su ensayo.
Y concluye: “..o que ambas causas confluyan, en cuyo caso se producirá el incremento máximo de formación de tales humores y de su desvío del equilibrio en cantidad y cualidad. Otra causa puede ser que exista en la constitución de los órganos de la digestión una mala complexión original, por estar la complexión de los padres alterada” (ídem). Y aquí nos habla de las causas genéticas de una posible enfermedad, de un modo como hasta entonces no había sido expuesto en los tratados médicos andalusíes. Mucho más adelante volverá a referirse a ello y adscribirá al humor frío y seco la causa de las enfermedades de linaje (p. 124). Es decir, a Saturno, planeta que siempre fue considerado en la astrología kármica como el Señor del karma. Y por consiguiente, de las enfermedades hereditarias.
Asimismo, y sin salirnos de esta sabrosa página 117 de su ensayo, Averroes menciona por vez primera los “accidentes anímicos” como causantes de enfermedades, apostando claramente por la medicina del alma cuyo origen el gran Apolonio de Tyana situó en Pitágoras y, por ende, presente en toda la cadena hermética. Y siempre, en todo momento, el médico y filósofo cordobés nos sorprende por la penetración con la que califica cada una de las enfermedades del cuerpo, según su humor, con materia o sin ella…así como los signos de cada humor, de cada enfermedad, de cada accidente o de cada estación del año. “así, por ejemplo, las enfermedades sanguíneas durante la primavera, las flemáticas durante el invierno, las coléricas en el verano o las melancólicas durante el otoño. Y, si durante la primavera se suscitan por accidente las enfermedades propias de la melancolía, como la melancolía obsesiva, la locura, el eccema, el vitíligo, la epilepsia o los dolores de las articulaciones, será debido ello a que los humores en ella se han activado y agitado al producirse en los humores del animal lo mismo que le acaece a la savia de las plantas” (op. cit. p. 193).
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Y este análisis específico de cada humor –y por consiguiente, de cada astro que rige cada órgano o enfermedad, que es lo que el lector avisado observa subyacente en la lectura- lo traslada incluso en el pulso propio de cada complexión. “El pulso en la complexión cálida será necesariamente más grande y rápido que el equilibrado, y acaso también más frecuente. Si la complexión es fría, sucederá lo contrario –quiero decir que será más breve que el equilibrado y más lento-; y, acaso, más frecuente. En la complexión seca el pulso se mostrará duro y breve por no favorecer la dureza la dilatación, o, si la complexión es húmeda, será suave, aunque tendiendo a grande, puesto que la humedad lo favorece” (op. cit. p. 202).
De los alimentos y las medicinas
En el libro V, de los medicamentos y de los alimentos, prosigue con su análisis de la naturaleza de cada uno a través de los cuatro elementos y las cuatro cualidades, por eso antes advierte que los medicamentos “tienen acciones múltiples a las que los médicos llaman potencias primarias, secundarias, terciarias y específicas”, a la par que apela al conocimiento que debe saber el físico (op. cit. p. 247). Y define al alimento como “aquel cuya condición es llegar a convertirse en la naturaleza de una parte del nutriente, es decir, de la parte de él que se disuelve, mientras que el medicamento no se transforma en la parte del nutriente que se disuelve sino en la que ha sufrido un estado de alteración. Por eso, cuando esta situación se convierte en un estado de enfermedad que le es contrario, a este acto se le llama `tratamiento´y `medicación´”.
Obsérvese cómo distingue entre ambos en un punto específico: el medicamento sufre un estado de alteración que no forma parte de aquello en que se disuelve, como el alimento. ¿Acaso se refiere de este modo tan críptico a las diluciones propias de la alquimia vegetal? No lo podemos deducir con exactitud. De modo que prosigue Averroes, y un párrafo después menciona la curación por lo símil propia del arte alquímico: “…cuando esta humedad se entremezcla se debe buscar su provecho y que se asimile a la naturaleza, es decir, que se cree con ella un elemento constituyente similar al del órgano” (op. cit. p. 248)….”Según lo expuesto, conviene que comprendas a qué nos referimos al decir que el medicamento es caliente, o frío, o húmedo o seco, o cuando lo hacemos con el alimento (…) De este modo, ya podemos ocuparnos de lo que se refiere a la pérdida del equilibrio en lo que atañe a las cualidades primordiales, es decir, cómo el medicamento caliente, enfría, humedece y deseca” (op. cit. p. 249)…Y aquí ya comienza a distinguir en cada medicamento una propiedad afín a su elemento constituyente: calor, frío, humedad y sequedad. Pero repetimos lo que afirmábamos al comienzo de este estudio: todo guiño al Arte se realiza de modo tan sutil y preciso que sólo un hermético puede captarlo.
Su análisis sobre la acción de estos cuatro elementos en el cuerpo es sobresaliente, y especifica que “cuando se encuentran en los cuerpos son motores y no movidos, dado que las cualidades con las que actúan en los cuerpos existen por acto, como el calor en el fuego o el frío en la nieve” (p. 250). Y habla de cómo los médicos distinguieron cuatro grados en las cuatro cualidades con la excepción de la humedad, pues “lo que excede de este grado es un veneno que altera los cuerpos”…Y vuelve a hablar de la acción de los símiles: “Decimos que los medicamentos al estar constituidos por diversos elementos o bien producen en los cuerpos impresiones similares a las que poseen las potencias de estos elementos, es decir, provocando en ellos la calidez, frialdad, humedad o sequedad que ellos mismos tienen, o bien producen impresiones que no son semejantes a las que tienen las potencias de tales elementos, dependiendo ello de la situación en que éstos actúan, como es el endurecimiento, el ablandamiento, la obstrucción y el enrojecimiento” (p. 251).
¿A qué se refiere con el término impresiones? A la acción del medicamento sobre el órgano del cuerpo, y aquí aclara que puede actuar de las dos maneras concebibles: por similitud o por oposición. Y éste será el criterio que mantendrá el autor a lo largo de todo el ensayo, donde indistintamente defenderá la curación por los símiles o por los contrarios, según sea la naturaleza de cada caso o el humor implicado. Tras ello, no clasifica los medicamentos en función de las siete fuerzas planetarias que rigen el cuerpo humano y, por consiguiente, toda cepa vegetal, animal, metal o mineral que sea usada con fines curativos, como haría siglos más tarde Paracelso…sino en madurativos, supurativos, emolientes, endurecedores, opilativos, desopilativos, enrarecedores, espesantes, dilatadores de los poros de las venas, constrictores, astringentes, calmantes de los dolores, cáusticos, putrefactivos, disolventes de la carne, cicatrizantes, que hacen crecer la carne, absorbentes, fortificadores y salutíferos.
Sin embargo, por todos lados Averroes da muestras de conocer a la perfección las virtudes de la alquimia vegetal, pues por ejemplo, menciona al oro para los males del corazón –tal y como sigue recetando en la actualidad la moderna homeopatía, la espagiria o la medicina antroposófica derivada de ella- y ante semejante evidencia uno se pregunta si esta perla hermética no basta para justificar su decidida apuesta por los símiles, pues de todos es sabido que el sol rige al oro y al corazón, y que por consiguiente, el autor supo esas correspondencias y muchas más. Y así, al ir distinguiendo las virtudes y naturalezas de cada uno de los tipos de medicamentos, dice en los que son fortalecedores de los órganos que son “de una complexión parecida a la complexión del órgano en la totalidad de su sustancia y por eso se dice que cada órgano fortalece al que es semejante a él” (p. 260). O al hablar de los venenos, advierte de no emplear el oro calcinado, luego tuvo que conocer esa fase vital de la alquimia medicinal que es la calcinación de la materia prima, como da a entender en otras partes de este libro V al hablar de la ceniza de ciertas plantas. ¿De qué otro modo se consigue la ceniza si no es por el método de la calcinación? O al exponer los medicamentos bezoárticos afirma que ejercen “dos actos en el cuerpo humano: uno tóxico, que es el que produce cuando se ingiere sin que haya en el cuerpo un efecto venenoso, y otro salutífero, que es el que realiza cuando existe en el cuerpo una complexión tóxica” (p. 265). Y esto último sólo se logra mediante la dilución de la materia prima, que en la alquimia vegetal andalusí recibió el nombre de elixir, pues de una planta se extrae una de las siete fuerzas planetarias que la componen, y eso es lo que desde Hahnemann, el fundador de la homeopatía en el siglo XVIII, se denominó la dilución. Por ejemplo, de una planta venenosa, de naturaleza fría y seca –es decir, regida por Saturno- se extraería su fuerza saturnal. Por eso afirmó siglos más tarde Paracelso “el astro cura al astro”, y es en este preciso punto donde Averroes desvela sutilmente el velo de Isis para decir exactamente igual….con otras palabras más veladas.
Y todas las reflexiones sobre la analogía que Averroes realiza en las páginas siguientes se captan mejor desde toda esta perspectiva hermética que hemos desvelado. Así como su análisis de la naturaleza de los accidentes que pueden informar sobre las complexiones de todo lo creado, donde incluye sabores, olores y colores, con tan sutiles análisis que, una vez más, el lector queda deslumbrado ante la potencia intelectual del autor y su capacidad para transmitirnos la realidad que desmenuza al tiempo que le coloca un velo de Hermes. Por ejemplo, al analizar el color negro afirma que tiene su origen en lo térreo y lo seco, pues efectivamente es el color que le corresponde al planeta Tierra y a todo aquello que rige en el cuerpo humano según la astrología médica. En el análisis del color blanco, asevera que procede de “la mezcla de lo acuoso y térreo, y esto se da en las cosas líquidas, pone de manifiesto una complexión fría y húmeda” (p. 278). Paracelso, ya en otro siglo, irá más lejos en su comparación entre lo celeste y lo terrestre, entre el macro y el microcosmos, y directamente nos hablará del astro que rige cada planta, y ahí especificará su naturaleza según su olor, color, sabor…Al hablar del color, se refiere al color de las flores. Pues por ejemplo aquellas tintadas de violeta tienen una clara signatura lunar.
Por eso, al llegar a este punto de su análisis, Averroes nos advierte sobre cómo ver esos signos en la naturaleza de las plantas, y enumera los siguientes: el lugar donde crecen, la región, la estación, la acción. Y agrega: “este conjunto sólo refuerza los signos cuando se utiliza juntamente con las cosas antes referidas, es decir, la complexión del medicamento y la comparación resultante entre dos medicamentos de la misma clase (…) En cuanto a las plantas completas son aquellas que crecen en la montaña, siendo esta zona la que produce plantas en mayor medida. Son plantas equilibradas por la capacidad de enrarecimiento que tienen y porque confluyen en ellas la calidez y la humedad, debido a que el aire penetra fácilmente por ellas o por su proximidad con los cuerpos celestes. Por estas razones estas plantas poseen frutos, flores y hojas” (p. 279). Es decir, expone el diálogo hermético entre el cielo y la tierra para desvelar los signos existentes entre ambos a la hora de desentrañar el medicamento que ha de emplearse, así como para mostrar la acción de los astros sobre las plantas.
Ello no le obsta para volver a despistar al lector al atribuir a Galeno, que no fue hijo de Hermes pero sí un magnífico médico, la mayor experiencia en cuanto a medicamentos se refiere, “y no hay nadie que se le iguale” (p. 282), llega a decir. Y analiza entonces toda una serie de alimentos específicos desde el punto de vista de su naturaleza –es decir, sus elementos y cualidades-, así sea el trigo y la cebada, las carnes, leche y huevos, los arropes o las frutas. Y también las aguas, como harían los geóponos andalusíes en sus tratados de agricultura. Y después hace lo mismo que los medicamentos, como el sauzgatillo –“cálido y seco en grado tercero”, (p. 292)-, la ortiga, la almendra amarga, el eneldo, la manzanilla, el llantén, etcétera, explicando después de su naturaleza aquello para lo que está más indicado, y sin especificar si se cura a través de los opuestos o de los símiles, puesto que invita al lector a que deduzca por sí mismo el tropismo de la planta según el astro que veladamente le rige. Hasta que al llegar al sauce, explicita muy claramente que las verrugas se eliminan a través de su ceniza “cuando se amasa con vinagre y se aplica como untura” (p. 310). Y, como en su momento hiciera Ibn Wafid en su Libro de la almohada sobre medicina, deducimos que esta ceniza sabía obtenerla Averroes no sólo de este árbol, sino de todas las plantas que menciona en su tratado, en el que a veces guiña algo más el ojo hermético, como al detenerse en la canela, de la que dice que “está compuesta por una naturaleza ígnea, que es mayoritaria, y otra térrea más escasa (…) Su acción está en consonancia con su complexión” (p. 312). De modo que inferimos que su fuego es superior a su fuerza saturnal, que tampoco es manca, y que presenta tropismo exactamente por los climas del cuerpo afines a su humor. Los climas del cuerpo van desde Aries, que rige la cabeza, hasta Piscis, que rige los pies, y no otro era el orden que se impuso desde la tradición alejandrina a la hora de enumerar las enfermedades.
O, ya en la página siguiente, al especificar la naturaleza de la betónica, que puede usarse como emplasto “sobre las picaduras de algunos reptiles, resulta útil. Cuando se bebe es buena contra la ciática y el eructo agrio. Se sitúa en el grado tercero de calidez y sequedad”. Y uno se pregunta por qué varía tanto su uso medicinal al usarse como emplasto, y al beberse, y si en esto no indica ya que se está empleando una tintura del mismo, no ya una infusión, como interpretaría un lector no avezado en los entresijos herméticos del autor. También menciona la ceniza en el plátano de sombra para curar enfermedades que producen descamación en la piel. E incluso dedica un pequeño párrafo a las cenizas en general, donde asevera que presentan cualidades contrapuestas, que tienen una parte térrea y otra cercana a la naturaleza del humo, y que “con el lavado se elimina esta última y queda la térrea, que es desecativa sin ser cáustica. Las cenizas son diferentes según las cosas de las que procedan” (p. 329). Y, una vez tejidas las pistas herméticas, nos preguntamos si con ese lavado no se refiere a la fase de lixibación de la ceniza una vez calcinada la planta.
Y como si de un vademécum homeopático se tratara, Averroes nos ofrece también toda una serie de medicamentos minerales, como los hematites, el litargirio, la cadmía de oro y plata, o el cobre calcinado. Pues sólo con el procedimiento de la calcinación se puede hacer un uso médico de estos minerales, es decir, mediante conocimientos alquímicos, como queda palmariamente de manifiesto al hablar de la crisocola (p. 333) y se refiere cómo se obtiene de la orina de niño mezclada de los morteros de cobre cuando se rompen. Ese dibujo que ofrece por ejemplo el Mutus liber y que se llama sal de nitro.
Asimismo, dedica una buena serie de páginas a recoger y clasificar toda una serie de medicamentos que no recoge Galeno, entre los que destaca el almizcle, que sirve para eliminar “la tristeza y el temor” (p. 342), incidiendo una vez más en esa medicina del alma propia del hermetismo. Y, sin detenerse más que un escueto párrafo en ello, menciona a la tríaca como preparado con diversas facultades y objetivos, entre ellos oponerse a la acción de los venenos. Luego debió conocer su fórmula…y refiere el modo en que a lo largo de la Historia se fue ocultando sus ingredientes, desvelados por Hasday b. Shaprut, el médico privado del califa Abderrahman III, y expuestos en el libro de Ibn Yulyul ya analizado. Con estas palabras: “En lo que a mí se refiere, creo que en aquellos tiempos muchos de los medicamentos de la tríaca no eran conocidos, o lo eran y ellos lo omitieron, como es el caso del agáloco, el ámbar, el clavo y otros” (p. 357). También la recomienda para casos de epidemias.
Respecto al libro VI, de la conservación de la salud, insiste desde su perspectiva en todo lo que hemos venido diseccionando. De modo que vuelve a recordar que “hay que evitar las circunstancias anímicas que provocan una alteración de la complexión. Y lo mejor para ello es el uso de los alimentos que se adaptan a las normas médicas y la expulsión de los residuos. En esto es en lo que más hay que insistir en este arte médico” (op. cit. p. 361). Y habla de la necesidad del ejercicio físico, de masajes y baños, de un sueño reparador pero en su justa medida, pues su exceso “aviva el calor innato” (p. 365). Y al detenerse en las complexiones, incide en las causas anímicas y en la falta extrema de las cosas necesarias como detonantes de la enfermedad. Y adecúa los alimentos a la edad propia de la persona, y afina la importancia del humor preponderante hasta la hora de la música que ha de oírse, pues “oír melodías alegres es una de las cosas más adecuadas para los que tienen estas complexiones, es decir, calientes y secas” (p. 376).
Y finalmente, respecto al último libro del ensayo, el libro VII titulado sobre la curación de las enfermedades, Averroes apenas desliza ningún guiño hermético, más allá de la mención al azogue o al vitriolo verde calcinado…o al “agua en la que se ha apagado hierro al rojo vivo hasta haberse consumido una gran parte”, receta que extrae expresamente de Abu Marwan b. Zuhr, quien no empleó nunca el criterio de los símiles a la hora de enfocar la enfermedad, salvo alguna excepción secundaria. ¿Quiso de este modo alejar Averroes sospechas de herejía? Por lo demás, todo su análisis rota siempre en relación a la interacción de los humores con la enfermedad, y a la necesidad de curar por lo símil o por los contrarios en función de la naturaleza de la misma. Pero lo más sustancial desde el punto de vista hermético ya lo ha ido deslizando astutamente a lo largo del ensayo…y una parte significativa de ella es la que nosotros hemos desentrañado. Suficientes como para demostrar que el gran filósofo y médico y juez Abu-l-Walid Ibn Rusd fue un hijo de Hermes.
FIN PARTE II
Artículo completo
Ángel Alcalá Malavé
Periodista y Homeópata