La magna obra de Cervantes, El Quijote, ha sido considerada por innumerables autores como el mejor trabajo literario jamás escrito; la obra más destacada de la literatura española; una joya de la literatura universal; el libro más publicado y traducido de la historia, solo superado por la Biblia; la primera novela moderna; la cumbre del pensamiento humano….
Pero, ¿quién puede presumir de haber leído esta excelsa obra de la literatura universal desde su inicio hasta su final? .Muy pocos, quizás por su complejidad y densidad intelectual y filosófica. Eso sí, ¿quién no recuerda su comienzo, marcado a fuego en el inconsciente colectivo, que dice: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…”? Y ¿qué tiene El Quijote y su personaje central, un ilustre hidalgo “de sobrenombre “Quijada” o “Quesada”, que en esto hay diferencias entre los autores, que frisaba la edad con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”, para hacerlo tan actual y universal?.
La respuesta a este interrogante se halla seguramente en la aguda intuición de su autor, Miguel de Cervantes, que exploró a través de las peripecias de sus personajes principales, don Quijote y Sancho, los anhelos humanos y la defensa de sus derechos fundamentales, universales y eternos, como la vida, la libertad, la justicia o la integridad física y psíquica. Y es que Cervantes, como hombre curtido en experiencias extremas-conoció la guerra, el hambre, la prisión, el éxito y el desprecio- supo reflejar en frases y relatos inmortales las circunstancias más variopintas de la existencia humana.
En una entrevista radiofónica le pregunté a nuestro querido, admirado y llorado cervantista, José Rosell, por las fuentes de sabiduría perenne en las-a su juicio- bebió Cervantes; esas que le llevaron a expresar las verdades eternas que aparecen en El Quijote; las que forman parte integrante ya de todo nuestro acervo cultural; las que purifican la mente y elevan el espíritu, como las que a continuación se citan: “La libertad es uno de los más preciados dones que a los hombres dieran los cielos”; “La verdad adelgaza y no quiebra y siempre nada sobre la mentira como el aceite sobre el agua”; o ” Dad crédito a las obras y no a las palabras”. Inmediatamente me respondió- sin dudarlo- con ese ímpetu personal que le caracterizaba y su profundo conocimiento de la vida y obra de don Miguel de Cervantes: ¡Su vida andariega!. Una vida andante y aventurera-me apuntilló- que le permitió conocer a personas de muy diversas clases sociales y de los que supo extraer la quintaesencia de la vida, con su perspicaz capacidad de observación.
Y antes, Dostoievski, otro docto y universal cervantista, considerado como el escritor ruso más fascinado por la grandeza de la magna obra de Cervantes, realizó numerosas y significativas menciones sobre esta joya de la literatura universal en sus novelas, cartas y, sobre todo, en su Diario de un escritor. Su sentencia es inapelable. Escribió: “En todo el mundo no hay obra de ficción más sublime y fuerte que ésta. Representa hasta ahora la suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre. Y si se acabase el mundo y alguien preguntase a los mortales: ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?. En tal caso podrían los hombres mostrar El Quijote y decir: ¡Esta es mi conclusión respecto a la vida!; ¿Podríais condenarme por ella?.
En fin, la universalidad de “El Quijote” consiste, no sólo en haber sobrepasado nuestras fronteras, haber sido traducido a muchas lenguas y ser valorado por gentes de todas las condiciones, sino también en ser un arsenal de temas humanos y divinos, tratados o aludidos con la más certera visión y penetrante criterio. Sus citas inolvidables e intemporales demuestran con qué tino describió Cervantes la realidad del ser humano, desde la crítica literaria, las costumbres populares o cultas, la historia, la moral, la religión, los sentimientos y pasiones, hasta los más mínimos detalles de la existencia cotidiana. Todo ello hace de El Quijote una obra sublime, una joya preciosa, un diamante de innumerables aristas, descriptivas de todas las facetas de la vida humana y que, además, contiene un gran enigma: El lugar de la Mancha donde vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Pero antes de entrar en el fondo de esta enigmática cuestión, pongamos los puntos sobre las íes, aclarando que el término “enigma” proviene del latín “aenigma”. Se trata del dicho o de la cosa que no se puede comprender o que no logra interpretarse. Un enigma también es un conjunto de palabras en sentido encubierto para que el mensaje sea de difícil entendimiento. E, incluso, el enigma contiene mensajes cifrados, sólo accesibles para ciertos iniciados con un nivel determinado de conciencia capaces de comprenderlo.
Algunos autores han negado la existencia de este enigma, considerando que se trata de una especie “sudoku”, broma o diversión de Cervantes para hacer sudar tinta a todo el que se le ocurriera recoger el guante de su desafío. Aseguran que no ha lugar a ningún debate al respecto ya que el propio Cervantes lo resolvió con estas palabras: “Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo nombre no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero”.
Otros, sin embargo, consideran que no se puede negar la intencionalidad de Cervantes de señalar un lugar concreto donde vivía nuestro más famoso hidalgo de La Mancha. Sería algo así como negar la existencia de Madrid, Sevilla o Toledo. Creen que Cervantes planteó a los lectores en su obra más universal un acertijo no fácil. Un desafío digno de su inteligencia y, entre despistes involuntarios, olvidos queridos y contradicciones buscadas, presentó la localización del “lugar de La Mancha” de forma enigmática. Además, aseguran que, cuatro siglos después, el enigma ha quedado resuelto tras sesudos estudios, pudiendo ser identificado el lugar más famoso de La Mancha en el ciudadrealeño pueblo de Villanueva de los Infantes.
Pero no deberíamos dejarnos impresionar por la erudición de sabios y entendidos y aceptar- sin más- sus doctas conclusiones pues, como exclamó Jesucristo: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. Y, en este sentido, Sabino de Diego, una persona sencilla, natural y vecino del toledano y cervantino pueblo de Esquivias afirma- sin dudarlo- que el “lugar de la Mancha” al que se refería Cervantes es Esquivias. Antes de que algunos de los que están leyendo este artículo se remuevan sulfurados en su asiento e, incluso, se rasguen las vestiduras exclamando ¡anatema! y tachen de charlatán o falso erudito a mi amigo Sabido de Diego por su atrevida conclusión, permítanme que salga en su defensa con estas explicaciones.
Sabino de Diego lleva más de 40 años transcribiendo documentos manuscritos antiguos procedentes de los Archivos Parroquiales de Esquivias. Con la sencillez del hombre “hecho a sí mismo” y el paciente análisis de más de 8.000 documentos nos dice que Cervantes experimentó en sí mismo dos cambios sustanciales en su vida: el primero, el sosiego que halló junto a su esposa, Doña Catalina de Salazar, tras una vida errante y azarosa y, el segundo, el que en este entorno de serenidad pudo concebir algunas de sus novelas ejemplares, comedias y su obra cumbre: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Durante su estancia en Equivias- nos asegura Sabino de Diego-, Cervantes conoció a distintos vecinos que le sirvieron como modelo para escribir algunos personajes de “El Quijote”. Personas de carne y hueso como Pedro Alonso; Sancho Gaona; el morisco Diego Ricote; el bachiller Sansón Carrasco; “El Vizcaíno”; Juana Gutiérrez; María Gutiérrez; y Teresa Cascajo, cuyas partidas de defunción, matrimonio o bautismo aparecen en los libros parroquiales.
Si además, el Catastro del Marqués de la Ensenada, la considerada más antigua y exhaustiva encuesta disponible sobre los pueblos de la Corona de Castilla-enfatiza Sabino de Diego-, catalogó a Esquivias como “un Lugar de Realengo”, nos debería de llevar a plantearnos la posibilidad de que este pueblo toledano sea el designado por Cervantes como el “ahijado” de Don Quijote. Subrayemos que, por aquel tiempo y por los contornos que describió Cervantes en su obra universal, sólo Esquivias tenía la catalogación de “Lugar”.
En todo caso, dejando a un lado las discusiones filológicas en torno a la enigmática expresión de “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme….”, con la que Cervantes quiso comenzar su obra inmortal pensando-seguramente- al escribirla que traería en el futuro múltiples y acaloradas discusiones de eruditos y poblaciones, se puede convenir definitivamente que, la comarca de La Mancha en su conjunto, es y seguirá siendo, la protagonista de esta obra sublime y todos sus pueblos sus destinatarios.
José Antonio Hernández de la Moya
Periodista, productor audiovisual, formador
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