Ernest Hemingway (1899 – 1961), periodista y escritor norteamericano, ha dejado un legado literario fundamental en siglo XX, inspirador de múltiples obras posteriores. Ganador del Premio Pulitzer y del Nobel de Literatura, con fuertes vínculos con España, sus novelas y cuentos tienen un poso muy relevante de sus propias vivencias, como combatiente y corresponsal de guerra, escribiendo obras maestras como Por quién doblan las campanas, Las nieves del Kilimanjaro o El viejo y el mar, novela a la que quiero referirme especialmente.
El argumento de El viejo y el mar es conocido: el viejo pescador Santiago, ya cansado y deprimido por el escaso éxito de sus últimas incursiones en el mar, decide un día emprender una nueva jornada de pesca, y un imponente marlín pica el anzuelo. En ese momento comienza la primera parte de una épica batalla entre el pescador y su presa, que concluye con la captura del enorme pez por parte de Santiago. Sin embargo, la verdadera lucha está por venir: de regreso con su captura, el barco de Santiago es asediado por tiburones que consiguen, poco a poco, devorar a la presa, al mismo tiempo que el pescador consigue bien matar, bien ahuyentar a los escualos. Cuando Santiago llega a puerto, completamente abatido, lesionado y cansado de la batalla, lo hace solo con el esqueleto de un pez de proporciones colosales, que, a pesar de ello, fue objeto de admiración por todos y la consecuencia de que el respeto y la confianza que, por parte de algunos, había perdido el viejo pescador, se reestablecieran.
Esta historia tiene, incuestionablemente, un carácter metafórico. En la novela se está describiendo la vida. La mar a la que se enfrenta épicamente Santiago es el mundo real y el viejo pescador somos cada uno de nosotros frente al mundo del que dependemos y al que debemos enfrentar en el día a día, resultando victoriosos en esta vida aquellos que jamás se dan por vencidos, aunque el resultado de la batalla personal no sea el que en un principio nos proyectamos. La conclusión de la obra es ésta: la perseverancia es la clave del éxito vital, el elemento que puede con todo y con todos, acabando con las adversidades, sino ya de forma activa, sí de un modo pasivo, por imposibilidad, abatimiento o aburrimiento de quienes detentan en nuestro camino una posición antagónica.
La trasposición de la moraleja de esta obra al Derecho tiene dos vertientes.
La primera batalla de Santiago contra su presa, el mastodóntico marlín, es la plasmación literaria del opositor respecto de su meta vital, aprobar la oposición. El camino es sumamente complicado, en ocasiones desesperante, y requiere de grandes dosis de entereza, esfuerzo e implicación, hasta el punto de llegar a generar una fuerza insospechada, que se traduce en la revelación de llegar a dar lo mejor de uno mismo, superando los propios límites, a pesar de considerar que ya no se puede llegar más lejos. Esta es una experiencia vital que quienes hemos sido opositores conocemos muy bien. Es una lucha incansable con uno mismo, y con una meta compleja, que a veces parece imposible, pero bien es cierto que no lo es. Las renuncias personales y la dedicación plena a este cometido tiene además un efecto transformador; quienes nos dedicamos a estudiar empezamos de una manera el camino y lo terminamos de otra forma muy distinta. La batalla nos ha curtido, y mucho, para las siguientes que se avecinan.
Y la segunda derivada de la lucha que relata El viejo y el mar, el enfrentamiento de Santiago contra los elementos que quieren apoderarse de su captura, tiene la evidente traducción en el día a día del quehacer jurídico, en el mantenimiento y defensa de la posición procesal a través de la estrategia correspondiente, no exenta de dificultades tanto jurídicas como metajurídicas (algunas veces rayanas en lo insoportable a muchos niveles) si bien la conclusión es y será siempre la misma: quien persevera, antes o después consigue un objetivo, sino ya pleno, sí próximo a su pretensión. En definitiva, la resistencia también es, en el Derecho, la clave tanto del éxito, materializado en el reconocimiento final del trabajo hecho, aun cuando éste tenga una forma de presentarse distinta de la inicialmente proyectada, como de la derrota de quienes obstaculizan maliciosamente el camino de la vida.
“Ahora me han derrotado –pensó-. Soy demasiado viejo para matar tiburones a garrotazos. Pero lo intentaré mientras tenga los remos, la porra y la caña”.
“¡Les demostraré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar!”