Fiódor Dostoyevski (1821-1881) es uno de los autores rusos de mayor trascendencia en la literatura universal. De una vida personal, desde la infancia, muy difícil (quedó huérfano a los 18 años de edad; fue preso en Siberia, y estuvo aquejado de una epilepsia cuya primera crisis fue desencadenada por la noticia del asesinato de su padre, un hombre autoritario que le ocasionaba sentimientos encontrados) su prolífica obra no sólo canaliza esas experiencias vitales, sino su propia concepción de la humanidad. La injusticia social es un tema recurrente en sus textos (Pobres gentes, Los hermanos Karamázov, Crimen y castigo, El idiota, Los demonios y tantos otros), en los que se expone la gran brecha, promovida por el dinero, entre las clases menos favorecidas y el poder. La potencia del dinero en la vida social, por encima de cualquier otro elemento o valor, es puesto de manifiesto a través de la voz de muchos personajes. Precisamente, esa pobreza económica determina también una pobreza personal, una miseria (en un sentido omnicomprensivo) que para Dostoyevski va más allá de lo sociológico y se adentra en la propia naturaleza humana. El autor llega a concebir al ser humano como consciente de esta limitación personal, de este mal (en buena medida ocasionado de forma exógena) que lo condiciona y determina, cristalizando en las ruindades cotidianas, la mezquindad o el cinismo; todo ello fruto de una batalla social en la que la pobreza impone la necesidad de sobrevivir. De este modo, Dostoyevski contempla, como única salida de esa perversa condición humana, la propia dejación de uno mismo, de los vicios, para consagrarse a unas metas heroicas: la valentía, la generosidad, la entrega hacia los demás; destellos de esperanza que suponen un sufrimiento, iniciar una dura empresa, titánica, para quienes ni siquiera pueden consigo mismos. Aquí radica la trascendencia del ser humano: en la autosuperación; y esa dejación de los propios males hace que el hombre, y la sociedad por extensión, mejoren. En definitiva, se trata de una lucha interior. Por este planteamiento, se ha considerado a Dostoyevski como un referente literario del existencialismo.
En la novela El idiota existe un diálogo que tiene una dimensión jurídica relevante, y que viene a trasponer aquella concepción filosófica al ámbito del Derecho:
- “La ley normal de la humanidad es precisamente el instinto de conservación.
- ¿Quién le ha dicho eso? Es una ley, sin duda, pero una ley que es, ni más ni menos, la ley de la destrucción, y aun de la destrucción personal […].
- Sí, la ley de la conservación personal y la de la destrucción son igualmente poderosas en el mundo. El diablo conservará aún su poderío sobre la humanidad por un periodo de tiempo desconocido por nosotros. ¿Se ríe usted? ¿Acaso no cree en el diablo? […] ¿Sabe usted quién es el diablo? ¿Sabe cómo se llama? ¡Y sin saber quién es, ni cómo se llama, se atreve usted a burlarse de su forma a ejemplo de Voltaire; se ríe de sus puntiagudos pies, de su cola y de sus cuernos, todo lo cual es producto de su imaginación! El diablo, en realidad, es un grande y terrible espíritu; carece de cola, cuernos, pies; son ustedes mismos los que le han dotado de esos atributos”.
La ley, nuevamente, es el reflejo de esa concepción filosófica de la sociedad que Dostoyevski muestra en su obra, superando una percepción de la misma sólo ubicada en la formalidad, en el mero positivismo. De este modo, la ley se basa en la voluntad de la sociedad, y dicha voluntad consiste en su ánimo de mantenerse firme ante la adversidad, manifestándose así en el mandato general que la norma jurídica supone. Una proyección de la sociedad más allá de sus males, de sus límites, dará lugar a una ley favorable, en el sentido de velar por el bien común. Sin embargo, una sociedad que no trascienda sus propias debilidades (o su mal) propiciará una ley de destrucción, que no tendrá por objeto la garantía del interés general, sino preservar, exclusivamente, el interés del poder, o de algunos concretos colectivos, ratificando así una injusticia y desigualdad que genera, a su vez, el propio mal del hombre, en una especie de retroalimentación. Éste es el diablo al que se refiere el autor, que no es sino el propio hombre, incapaz de trascender su miseria, y responsable, así, de la promulgación de una ley destructiva e injusta.
“Dios lucha con el diablo, y el campo de batalla es el corazón del hombre.”
“La mejor manera de evitar que un prisionero escape es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión.”
Diego García Paz
Letrado Jefe de Civil y Penal de la Comunidad de Madrid.
Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.