Érase un enfermo al que muchos médicos habían asegurado que, aunque no estaba en peligro, su mal sería de larga duración. Había, sin embargo, un médico ignorante que rebajó sus expectativas de vida, aconsejándole que formalizara todas sus disposiciones de última voluntad ya que, según su criterio, no pasaría del día siguiente.
Al cabo de cierto tiempo, el enfermo, dando por finalizada su enfermedad, salió a la calle y, caminando con dificultad, se reencontró con el médico ignorante. Éste, sorprendido de volverlo a ver, le dijo:
—¡Hooo!¡Qué alegría de verlo nuevamente, amigo. Por cierto, ¿cómo están los habitantes del infierno?
—Tranquilos —contestó—, porque han bebido el agua del “Lecteo”. Por cierto, últimamente, “Hades” y la “Muerte”, profieren terribles amenazas contra los médicos por no dejar que mueran los enfermos, apuntándolos en sus libros. Querían apuntarlo a usted también, pero yo me opuse, arrojándome a sus pies bajo el juramento de que usted no era un verdadero médico y que lo habían acusado sin motivo.
Esta famosa fábula de Esopo, “El médico ignorante”, contiene la moraleja de que debemos tener cuidado con quien asesora o prescribe sin estar preparado para ello. También podemos colegir de este cuento que la salud no es una ciencia exacta y que se deben evitar diagnósticos definitivos. Una de las máximas que aprenden los médicos en el ejercicio de la noble profesión de la medicina, es que no hay enfermedades, sino enfermos. También, que la enfermedad se puede manifestar de muchas maneras, con toda una plétora de síntomas diferentes.
Existen innumerables estudios sobre la cuestión de la salud en “El Quijote”, destacando los que abordan la psicología de los personajes, específicamente los referidos a la locura de don Quijote. Pero, Cervantes, también abordó en su obra inmortal otros muchos asuntos relacionados con la salud como: la postura de don Quijote ante las lesiones (caballerescas, amenaza de lesiones, exageraciones, traumáticas, craneales, heridas y fracturas); la anatomía; los remedios; la dieta en función de los personajes; las enfermedades según los aparatos y sistemas (metabólicas, infecciosas, digestivas, mentales, congénitas); la muerte….
La España de Cervantes contenía unos 8 millones de habitantes: sin grandes ciudades; concentrada en núcleos rurales, como ese “lugar de cuyo nombre no quiero acordarme”, con que inicia su universal relato. En aquella España cervantina las prácticas médicas eran empíricas, basadas en el curanderismo, las supersticiones, las creencias en lo sobrenatural y en lo ancestral. Sólo se constata la “medicina regulada”, basada en la tradición islámica, hipocrática y galénica, en las pocas ciudades importantes de aquella época y, evidentemente, en la Corte. Las cofradías como la de San Lucas, San Cosme y San Damián también actuaban de forma similar: con ciertos protocolos y honorarios preestablecidos. Nos hallamos, en fin, en una época en la que la “clase médica” comienza a formalizarse, hasta tal punto que llegó a atacar el intrusismo profesional.
“Hay que leer El Quijote para saber medicina”, ha afirmado algún autor. Aunque nos pueda parecer algo exagerada esta afirmación, encontramos cierto punto de razón en ella cuando comprobamos el grado de atención y detalle en sus descripciones sobre la anatomía, los caracteres, los síntomas de las enfermedades o las lesiones de los hombres. Ciertamente, Cervantes no era médico pero conocía la vida y la naturaleza humana como nadie; y también un ilustrado, al corriente de los sabios consejos del conocimiento popular relacionados con la medicina preventiva, como éste: “¿Hallaste la miel? Come sólo lo que te baste, no sea que te ahítes de ella y la vomites”; los clásicos latinajos “solve y coagula” o “mens sana in corpore sano”; e, incluso, también, la más culta, como la contenida en los famosos versos de oro de Pitágoras que recomiendan que “Te conviene, además, ser cuidadoso de lo que mira a la salud del cuerpo; en bebida, en comida y en ejercicio, pon saludable tasa y justo medio”.
Este gran conocimiento que tenía Cervantes de la naturaleza humana, así como su fina intuición le llevaron a comprender que, el endurecimiento sistemático del organismo, el uso de alimentos sanos, la realización de ejercicio físico moderado, el descanso necesario, la higiene, la respiración profunda y una sana actitud mental constituyen los ingredientes esenciales para el mantenimiento y restauración de la salud.
José Antonio Hernández de la Moya
Periodista, productor audiovisual, formador
¡SUSCRÍBETE GRATIS EN ESTE LINK!