El término poder tiene múltiples definiciones y usos. Se utiliza para describir la facultad, habilidad, capacidad o autorización para llevar a cabo una determinada acción. El poder implica también poseer mayor fortaleza corporal e intelectual en relación a otro individuo y superarlo en una lucha física o en una discusión. El uso más habitual del término refiere al control, imperio, dominio y jurisdicción que un hombre dispone para concretar algo o imponer un mandato. Generalmente el poder se relaciona con el gobierno de un país. El filósofo y jurista alemán Max Weber definió el poder como la “probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”.
Por lo tanto, comúnmente, poder (procedente del verbo latino “potere” y en la expresión “pote est”, puede ser o es posible) significa tener la capacidad de hacer que determinadas cosas ocurran. Los poderosos (o sea, los que tienen poder) son quienes hacen posibles las cosas, quienes determinan si algo ocurre o no. Ello implica tener las capacidades necesarias para ello, sean de cualquier tipo: sociales, legales, militares, económicas, etc.
Según los psicólogos sociales John R. French y Bertram Raven, el poder puede clasificarse en cinco tipos:
El poder coercitivo: aquel que emplea una amenaza o la intimidación para lograr que el otro acate una autoridad. Esto puede incluir medios físicos, sociales, emocionales o económicos, y la coacción no necesariamente debe ser evidente, ni debe estar al tanto de ella quien es sometido al poder.
El poder de recompensa: aquel que ofrece un premio o una remuneración a quien acate sus designios. Dichas recompensas pueden ser tangibles o intangibles, y positivas (premios) o negativas (castigos).
El poder legítimo: aquel que emanan las instituciones, o sea, que proviene de un puesto de autoridad elegido o designado conforme a la ley, y no usurpado mediante la fuerza. Es un poder formal, que ocupa un peldaño en la jerarquía de la sociedad.
El poder de referencia: también conocido como influencia, es un tipo de poder que depende de las afiliaciones o los grupos a los que pertenecemos, y se accede a él de manera indirecta, o sea, por cercanía respecto de un poder de otro tipo. Es el caso, por ejemplo, de quienes son amigos o cercanos a un político poderoso, pudiendo influir en sus decisiones u obtener trato preferencial del Estado.
El poder experto: aquel que construye una autoridad basada en el conocimiento acumulado, en los saberes especializados o profesionales, o en los talentos y capacidades especiales. Se manifiesta mediante las credenciales, la reputación y otras formas de dejar en evidencia la experiencia.
El poder informativo: aquel que se desprende del control o del manejo que un actor social tiene sobre la información que el público consume, es decir, el poder de manipular o administrar la información y con ella la opinión pública. Sin embargo, no sólo lo poseen los medios de comunicación, sino también las personas: los padres, por ejemplo, poseen este tipo de poder sobre sus hijos.
La definición del poder como capacidad de una organización, empresa o individuo para que otros hagan o dejen de hacer algo no ha cambiado. Lo que está cambiando es que ahora el poder es más fácil de obtener, más difícil de usar y más sencillo de perder. Esta tendencia es universal: se da en las iglesias y en las fuerzas armadas; en la universidad o en las bandas criminales; en los gobiernos locales, nacionales y supranacionales…
De acuerdo con el principio hermético del ritmo el poder nace, crece, se mantiene y desaparece, pues: “Todo fluye y refluye; todo tiene sus periodos de avance y retroceso, todo asciende y desciende; todo se mueve como un péndulo; la medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda; el ritmo es la compensación”.
Este principio-del que no es ajeno el poder- nos dice que siempre se da una acción y una reacción, un avance y un retroceso, una ascensión y un descenso. Rige en todo lo creado: animales, minerales, humanos, mente, energía, materia, mundos y universo entero.
Al ser una ley inmutable y universal se evidencia en el devenir de cualquier concepto conocido o desconocido, por lo que está presente en la primacía y posterior declive de las naciones, la creación y la destrucción de soles, galaxias, mundos y del propio Universo. Y, por supuesto, también en el poder.
Observamos que el poder hoy es más difícil de mantener. Lo es porque las barreras que protegen a los poderosos son menos eficaces, menos fuertes. Los poderosos tienen siempre dos fuerzas en contra: por un lado, los rivales que quieren arrebatarles ese poder; por otro, los sujetos del poder que les rechazan. Ambos tienen más posibilidades de socavar y derribar las barreras que protegen a quienes ostentan el poder.
Hoy, ciertamente, el poder no es el que era: de grandes ejércitos disciplinados a caóticas bandas de insurgentes; de gigantescas corporaciones a ágiles emprendedores; de los palacios presidenciales a las plazas públicas. Pero también está cambiando en sí mismo: cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder. El resultado, como afirma el prestigioso analista internacional Moisés Naím, es que los líderes actuales tienen menos poder que sus antecesores, y que el potencial para que ocurran cambios repentinos y radicales sea mayor que nunca. En “El fin del poder”, Naím describe la lucha entre los grandes actores antes dominantes y los nuevos micro-poderes que ahora les desafían en todos los ámbitos de la actividad humana. La energía iconoclasta de los micro-poderes puede derrocar dictadores, acabar con los monopolios y abrir nuevas e increíbles oportunidades, pero también puede conducir al caos y la parálisis.
¿Qué tienen en común Donald Trump, el Estado Islámico y Netflix?. Aparentemente no mucho. Sin embargo, estos tres actores, en campos bien diferentes, tienen un claro punto en común: Lograr desplazar a los grandes poderes que antes parecían invencibles o intocables. Y, así, Donald Trump, con mucho menos presupuesto para su campaña presidencial que su rival, sin el apoyo de los grandes medios de comunicación, ni siquiera de su propio partido, fue capaz de “coronarse” como Presidente de los Estados Unidos de América. El Estado Islámico, un pequeño grupo de radicales islamistas logró controlar un inmenso territorio entre Siria e Irak, llevando a cabo devastadores ataques en las principales capitales del mundo. Y, Netflix, que ha logrado en poco tiempo revolucionar el mundo de la televisión, superando en suscriptores a las más grandes cadenas audiovisuales.
Estos no son casos aislados. El poder ya no es lo que era. En todos los ámbitos (político, religioso, militar, científico, sanitario, deportivo, cultural, etc) y territorios el poder y su forma de ejercerlo está cambiando de una manera profunda, radical e inesperada. Por ello, nos preguntamos: ¿Qué ha causado este cambio tectónico en la forma de concebir el poder?. El fin de la guerra fría y el auge de Internet no son suficientes para explicar esta transformación radical. Existen otros factores poderosos. Según Moisés Naím, la degradación del poder como lo hemos concebido hasta ahora tiene su origen en una triple revolución:
Primera: La del “más”. Ahora hay más de todo. Más países, más tecnología, más comida, más religiones, más partidos, y más organizaciones de la sociedad civil. En 1950 había en el mundo 2.500 millones de habitantes. Ahora superamos los 7.000. La clase media se ha duplicado. La gente vive más y mejor. Han descendido considerablemente los niveles de analfabetismo. El mundo se ha globalizado, tiene más recursos materiales e intelectuales y, por lo tanto, es más difícil de controlar.
Segunda: La de la “movilidad”. Las fronteras políticas, sociales y territoriales se debilitan. Hay más movilidad entre el campo y la ciudad, entre ciudades y entre países. Aumentan las inversiones y los intercambios comerciales; las ideas se generalizan; se universalizan las modas y empatizamos con el sufrimiento de las gentes de los países más distantes. Se multiplican los conocimientos científicos y tecnológicos. El mundo se nos queda pequeño y ponemos nuestra mirada en el espacio exterior.
Tercera: La de la “mentalidad”, que rechaza al autoritarismo y acepta con mayor facilidad a los diferentes. Y es que el mundo vive conectado. La gente conoce perfectamente los niveles de vida y libertades de otros puntos del planeta.
En fin, el “poder ha perdido su poder”. Estamos en un mundo donde los grandes poderes se han debilitado en favor de los “micro-poderes”. Para Naím, la degradación del poder que constatamos al inicio del siglo XXI, se irá profundizando a medida que avance el siglo. Lo que está por ver son las nuevas formas que va a adquirir el poder y la manera en que los nuevos poderosos lo van a utilizar. Un detalle de suma importancia dado que el mundo hoy se enfrenta a numerosos desafíos como el cambio climático, las crisis políticas y económicas, los movimientos migratorios o las acciones terroristas que requieren de determinación y coordinación.
José Antonio Hernández de la Moya
Periodista, productor audiovisual, formador