La Reconstrucción

EL HÉROE, EL MONSTRUO Y LA DONCELLA. Jesús Callejo Cabo

           Nos encontramos ante una historia tan legendaria y tan universal que en las primeras epopeyas que acompañan el desarrollo de las civilizaciones humanas ya está presente.

El primer enfrentamiento del que tenemos constancia, entre un héroe y una bestia, se recoge en el poema babilónico Enûma Elish que narra el origen del planeta Tierra, donde Marduk, dios solar antropomorfo, pelea contra la diosa monstruosa y primordial Tiamat, que simboliza el Caos. Y, como era de esperar, el héroe vence en la batalla y de los trozos (y destrozos) del cuerpo de Tiamat muerta, se crean los cielos y la Tierra. Y sus lágrimas originan los ríos Tigris y Éufrates. Como vemos, ya está prefigurada la clásica lucha entre el Bien y el Mal, la Luz y la Oscuridad, el Orden y el Caos.

            Según Erich Fromm, esta peleas míticas representarían una transferencia de poder, el cambio de paradigma que pasa de un matriarcado a un patriarcado.

La clásica lucha del héroe contra el dragón se ha ido repitiendo e interpretando a lo largo de la historia de la humanidad (por eso se considera un mito). Y, en cada ocasión, ha ido adquiriendo diferentes funciones y significados. El matadragones hace gala de un gran valor y de sus ansias de superar el Mal en sus diferentes manifestaciones, una de las más habituales sigue siendo su presencia como animal monstruoso.

Una variante se da en los mitos griegos, cuando Tifón, un espeluznante monstruo alado cuya estatura era tal que podía alcanzar las estrellases, es derrotado y confinado al interior de la Tierra y es el causante de los terremotos, las erupciones volcánicas y otras catástrofes. Surgen héroes venciendo a peligrosas bestias: Hércules (y el Ladón de cien cabezas o la Hidra de Lerna), Cadmo (y el dragón de Ares), Teseo (y el Minotauro), Ulises (y Polifemo), Argos (y Equidna), Jasón (y el dragón de la Cólquida) o Perseo (y la Medusa) son algunos de ellos y ya forman parte del imaginario popular europeo. Otros nombres propios, fuera de los mitos griegos, son Baldur (mitología escandinava), Tristán (en la céltica), Sigfrido (en la germánica), Beowulf (en el mundo anglosajón), Fereydun (en la mitología persa), Teshub (en la hitita), Susanoo (en la japonesa) e Indra (en la hindú), sin olvidarnos del famoso tío de Frodo, Bilbo Bolsón quien, gracias a la fantasía de Tolkien, tiene que salir de la Comarca para luchar y arrebatar el tesoro al dragón Smaug,

 

Aparece San Jorge

            En el Egipto cristiano, país donde están dedicadas varias iglesias coptas a San Jorge, se difundió de manera extraordinaria su culto por la sencilla razón de que ya eran sobradamente conocidas unas imágenes análogas del dios solar Horus, con el aspecto de un caballero con cabeza de halcón, montado en su caballo o subido en una barca, atravesando con una lanza a un cocodrilo (que representaba a su hermano Seth), símbolo de las energías destructoras del cosmos.

            Esta transferencia iconográfica no es un caso aislado. Hay muchas otras en el mundo egipcio, como la representación de la Virgen que da el pecho al Niño sentado en su regazo y que es idéntica a la imagen de la diosa Isis lactante. También la representación del Juicio Final o psicostasis cristiana que es muy similar a la del juicio de Osiris que pesa las almas de los difuntos en una balanza.

El cristianismo da una variante piadosa al matadragones que cuajó perfectamente en la mentalidad medieval. La bestia representa ahora no solo las fuerzas oscuras de la naturaleza, sino también al demonio que intenta perturbar la paz de una población y arraiga muy bien porque sus fundamentos estaban consolidados desde el paganismo. Y el dragón empieza a aparecer en los cuentos de hadas, en los libros de caballerías y en las hagiografías de algunos santos.

Tras la existencia de un oscuro monstruo devorador tiene que aparecer un héroe luminoso que se enfrente a él. Y el valiente de turno encuentra dos poderosas motivaciones: rescatar a una joven doncella que está cautiva o dispuesta al sacrificio para alimentar a la bestia y un tesoro guardado -y a veces maldito- bien protegido por el dragón.

El caballero que combate por la mujer es una imagen perfecta de la caballería y está representada en la pintura gótica europea. Es una imagen arquetípica absoluta que tuvo un éxito en la Edad Media por el mito caballeresco, del que la leyenda de San Jorge es un paradigma. Al igual que ocurrió con otros personajes, San Jorge heredó la función de un dios solar que vence a las tinieblas. La colocación de su fiesta en el mes de abril no es casual, pues en esta época el sol abandona las regiones inferiores del zodiaco y asciende a lo alto de los cielos.

Algunos santos, para demostrar su poder sobrenatural o su santidad, se les hace vencedores de sierpes feroces. Santa Marta y Santa Margarita son dos de las pocas mujeres vencedoras de dragones pues casi siempre este rol se destina a los varones. Santa Marta encantó a la tarasca con sus plegarias y Santa Margarita de Antioquía fue devorada por uno y luego le rasgó la piel con un crucifijo para salir sana y salva. A ambas se las representa con un dragón atado o que yace a sus pies, como principal atributo. La idea es integrar al dragón, no destruirlo. Porque el dragón no solo representa la fuerza telúrica que brota de las entrañas de la tierra sino también la fuerza cósmica que baja del cielo. Amansarlo (o montar a lomos de un dragón) significa apoderarse de esa doble energía. San Miguel y San Jorge lo hacen en la tradición cristiana y San Gabriel en la islámica porque ellos poseen el conocimiento perfecto de los dos mundos, el terrenal y el celestial. En España tenemos los ejemplos de San Leonardo, San Lorenzo y San Fructuoso, santos festejados o recordados que han heredado las funciones de una divinidad pagana y evocan un simbolismo solar.

Tras el Concilio Vaticano II, se realizó una Reforma Litúrgica propugnada por el Papa Pablo VI en el año 1969. En ella se deliberó qué santos tenían categoría universal con datos históricos contrastados y cuáles no. Y se decidió que algunos quedarían desprovistos de aureola –aunque no de devoción- al no estar ya reconocidos como tales. La polémica estaba servida. En total fueron excluidos 33 santos (entre ellos San Jorge, San Valentín, San Cristóbal, Santa Bárbara, Santa Verónica o Santa Úrsula). La Iglesia Cristiana Ortodoxa no tuvo el mismo criterio y no cuestionó “desantificar” a estos personajes precisamente por ser todos ellos de gran implantación popular. De hecho, San Jorge sigue siendo venerado como un «santo mayor».

Se cree que pudo haber vivido entre los años 275 y 303.  Las fuentes hagiográficas recogen con variantes los terribles martirios a que fue sometido por defender su fe: atado a una rueda de cuchillos, arrojado en cal viva, sumergido en plomo ardiente, obligado a beber veneno, y finalmente, tras provocar conversiones y resurrecciones, fue decapitado. Se le considera protector, como San Sebastián y San Mauricio, de los caballeros y soldados, invocado contra las serpientes venenosas, la peste, la lepra, la sífilis y, en los países eslavos, contra las brujas. Además, es patrón de Portugal e Inglaterra, así como de varias ciudades, entre las que se cuentan Génova. La cruz roja, emblema del santo, forma parte de las banderas de Inglaterra y Georgia, y protagoniza los escudos de Londres, Milán, Barcelona y Almería, entre otras muchas ciudades de Europa. Y se le hace intervenir en acontecimientos bélicos durante la Reconquista.

Según la tradición, el que sea patrón de Aragón se debe a una intervención en la batalla de Alcoraz que tuvo lugar en el año 1096 en las cercanías de Huesca.  La Huesca musulmana se rindió a continuación al rey Pedro I:

“…invocando al Rey el auxilio de Dios nuestro señor, apareció el glorioso caballero y mártir S. George, con armas blancas y resplandecientes, en un muy poderosos caballo enjaezado con paramentos plateados, con un caballero en las ancas, y ambos a dos con Cruces rojas en los pechos y escudos, divisa de todos los que en aquel tiempo defendían y conquistaban la tierra Santa, que ahora es la Cruz y habito de los caballeros de Montesa”.

Los cruzados sostuvieron que Jorge les había asistido cuando estaban a punto de ser derrotados en Antioquía en el año 1089. Iba revestido con una blanca armadura sobre la que resplandecía una cruz roja y les había indicado que le siguieran sin temor hacia la victoria. Pero, como ven, ni rastro del dragón.

 

Aparece el dragón

            San Jorge –y en parte San Miguel- ha heredado la sacrosanta tradición de ir doblegando dragones a diestro y siniestro por todas las partes del mundo. La popularización de esta historia es paralela a la “leyenda dorada” del beato Santiago -o Jacobo- de la Vorágine. A este dominico italiano, que fue arzobispo de Génova en el siglo XIII, le dio por escribir la Legenda sanctórum (más conocida como Leyenda áurea), que publicó en 1266. Dijo, sin prueba alguna, que San Jorge llegó a una ciudad libia llamada Silca (o Silene) cuyos habitantes vivían atemorizados por un enorme y pestilente dragón asesino que se escondía en un lago cercano. Los lugareños arrojaban al día dos ovejas al lago para que el monstruo se alimentase con ellas, pero cuando le faltaba comida, la bestia se dirigía a la ciudad y contaminaba el aire con su hedor, provocando la muerte de muchas personas. Llegó el momento en que no quedaron ovejas en la ciudad, y sus habitantes decidieron alimentar a la criatura con tiernas doncellas elegidas por sorteo. Poco a poco se fue despoblando Silca de jovencitas, hasta que el azar escogió a la hija del rey, la princesa Cleodolinda. El monarca se resistió en un principio y ofreció a cambio todas sus riquezas para salvar la vida de la joven, pero sus súbditos le amenazaron con matarlo si no la entregaba a la nauseabunda bestia.

De la Vorágine cuenta que cuando la princesa estaba a punto de ser devorada, apareció el héroe montado en su caballo blanco y clavó su lanza a la criatura, sin matarla. De la sangre del monstruo abatido brotó una rosa que el héroe regaló a la hija del rey.  San Jorge ordenó a la joven que la atase con un cíngulo al cuello como si fuese un perro y se lo llevaron a la ciudad mansamente.

– No tengáis temor –exclamó el santo varón- porque Dios me ha enviado a vosotros para libraros del monstruo. Abrazad la fe de Cristo, recibid el bautismo y yo le mataré.

Entonces el rey y toda la población se convirtieron al cristianismo, Jorge mató al dragón y ordenó que fuera transportado fuera de la ciudad en un carro tirado por cuatro pares de bueyes. Y colorín, colorado…

Este episodio cristiano del dragón llega a Occidente desde Siria en el siglo XI por medio de los cruzados. Y la historia gusta. Simbólicamente el dragón enlaza con la idea oriental del gran adversario y del caos primigenio de la cosmología mesopotámica. La idea de la lucha heroica desplegada contra él que está en relación con todos los mitos solares del Mediterráneo oriental. Es, en un cierto nivel, un signo de animalidad y por tanto de deseos y pulsiones salvajes. Algo a lo que remiten también la gruta y el paraje agreste en que vive, reino del caos, en contraposición a la ciudad, el espacio ordenado de civilización.

Sin olvidarnos que la sangre del dragón es poderosamente mágica. En la leyenda de San Jorge de su liquido sanguinolento brotan rosas que luego regala a la princesa (¿de dónde creen que viene la tradición de regalar un libro y una rosa el día de Sant Jordi en Cataluña?). En el Cantar de los Nibelungos el héroe Sigfrido, bañado en la sangre del dragón muerto (llamado Fafner), resulta invulnerable a excepción de un determinado lugar de su espalda, asunto que nos remite al mítico talón de Aquiles. Y esto es así porque en algunas historias el caballero se apropia de un elemento del dragón (a veces se come su corazón, le corta la lengua como Tristán o recoge una escama o un diente a modo de talismán), y de esta manera asimila algunas funciones del monstruo. Entonces se convierte en “el caballero del dragón”. En las mitologías nórdicas, germánica o céltica, la lucha con la fiera corrupia es un acto existencial que trasforma al héroe y le concede una identidad.

 

Simbolismo ancestral

            Al dragón, como genuino representante de los elementos de la naturaleza, sobre todo del aspecto más telúrico, no se le debe matar. En algunas variantes del mito, no es matado sino apresado, encadenado e incluso domesticado. La fuerza instintiva es sometida y reconducida. La doncella o la princesa a veces lo lleva con una correa hasta la ciudad, donde se le da o no la muerte.

El dragón tiene sin duda muchos aspectos positivos, reverso de su negatividad monstruosa. El dragón, tal como señala la medievalista y experta en simbología Victoria Cirlot, puede ser entendido también como símbolo de sabiduría (lo que le ocurrió a Sigfrido), y siendo un auténtico maestro inicia a la princesa en ciertos secretos. Es el guardián de un tesoro que no puede ser encontrado antes de tiempo y en algunas versiones literarias el dragón es hembra (como Saphira, una dragona azul de Eragon en la tetralogía de El legado de Christopher Paolini).

Recomiendo una película de la factoría Disney que se titula El dragón del lago de fuego (dirigida por Mattew Robbins) puesto que en ella quedan reflejados a la perfección los puntos básicos de las narraciones clásicas. Es un dragón anciano que va perdiendo poco a poco sus escamas, y como genuino representante de una bestia híbrida, contiene en su ser los cuatro elementos de la naturaleza. A saber: el aire (ya que tiene alas y vuela), el fuego (ya que escupe llamaradas), la tierra (puesto que vive en el interior de una gruta y es reptante como una serpiente) y el agua (ya que su morada es un tranquilo lago subterráneo y por las escamas de pez que cubren su cuerpo). Aparece entonces un mago matadragones con poderes más que dudosos, un reino legendario (el lejano país de Urland) que está atemorizado ante la amenaza del monstruo, un sorteo amañado de doncellas (entre ellas la del propio rey Casiodorus) y, en fin, todos los ingredientes necesarios para que el argumento no solo sea apetitoso para el dragón sino también para el espectador.

El dragón fue muy representado en la heráldica medieval, generalmente simbolizando la némesis de los héroes de las leyendas. Por eso es importante destacar que cada personaje y acción tiene su mensaje en el mundo occidental:

  • el dragón, monstruo o bestia: simboliza el desafío de las fuerzas oscuras. Es el Mal, el caos, la bestia maléfica más densa y material, con los cuatro elementos que hay que dominar.
  • el santo, héroe o caballero: es una divinidad solar, luego cristianizada, pero con un origen pagano que se debe enfrentar a una prueba iniciática.
  • la princesa o doncella: la pureza de corazón que ofrece su sacrificio de sangre para apaciguar la ira del dios oscuro y vengativo.
  • el sorteo: es el destino
  • la recompensa: el héroe es agraciado con la mano de la doncella o con un tesoro que representa el conocimiento perfecto que debe procurarles el poder y la felicidad.

En definitiva, es el mito del viaje del héroe, la lucha contra el monstruo dañino y el rescate de la doncella. Jung hubiera dicho que el caballero (animus) trata de rescatar a la doncella (su ánima, su lado femenino), de las fuerzas primigenias del inconsciente. Eso significa que el héroe lucha contra sí mismo y al final consigue fundirse con su parte femenina una vez somete a su sombra (el dragón). Hemos de hacer como en los mitos, sacar de la derrota de esos «monstruos» una lección, un acto de superación, una nueva forma de ver y/o enfocar la vida.

Algo que el psicólogo Carl Jung describió con el nombre de arquetipos: el héroe, el sabio anciano, la doncella, el viaje en busca del tesoro o la tierra prometida, plagado de peligros y monstruos. Un viaje que todos compartimos en nuestras vidas, en la búsqueda de ese paraíso o del tesoro perdido que no es otro que el encuentro de nuestro verdadero ser. Tanto en las historias clásicas, épicas o no, como en películas que van desde La Odisea, pasando por La guerra de las galaxias, El señor de los anillos o Alien, el modelo conocido como “el viaje del héroe” satisface una estructura eficiente de narración. Joseph Campbell lo dividió en 17 pasos o etapas y Vogel en 12, pero si de una obra de teatro de tratara, se podría dividir en tres actos: salida, iniciación y retorno. Porque una vez cumplida su misión (por ejemplo, matar al dragón y salvar a la doncella), el sentido profundo del regreso es la conservación de la sabiduría adquirida en la búsqueda, e incorporarla en una vida humana y compartirla con el resto del mundo. El héroe se convierte en un maestro de los dos mundos puesto que logra un equilibrio entre lo material y lo espiritual, lo profano y lo sagrado

 

 Dragones festivos

            En España se habla de estos monstruos reptiloides vinculados a lugares muy concretos, llamado culebrón en León, cuélebre en Asturias, cúlebre en Cantabria, herensugue en Euskadi o coca en Galicia. El dragón (de una o siete cabezas, con o sin alas de murciélago) pierde su poder mágico precisamente durante la noche y la mañana de San Juan, momento en que aprovechan las damas o moras encantadas, que en Asturias se llaman Xanas o Ayalgas, para salir de sus guaridas a cepillar sus cabellos con peines de oro y ver si algún mortal que pase por allí a esas horas las desencanta.

      Porque para que un mito perdure en el tiempo hace falta algo más que ponerlo por escrito y ser narrado en leyendas. Se debe recordar y una forma de hacerlo es a través de las fiestas populares, sobre todo las que se celebran en torno al Corpus Christi donde, hasta hace poco, salía en procesión un dragón, tarasca o sierpe representado lo peor de lo peor.

El último domingo de junio tiene lugar en Tarascón, en la Provenza francesa, un festival para recordar a la fiera Tarasca a la que amansó Santa Marta (en su escudo de armas aparece este dragón) y es un festejo tan importante que desde 2005 han sido proclamada por la Unesco como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

La Tarasca ofrece numerosas variantes según las ciudades o las villas, especialmente en Cataluña donde reviste la forma del Drach en Villafranca; la Mulassa en Reus; la Patum en Berga, etc. En Redondela (Pontevedra) celebran durante el Corpus la fiesta de la Coca para conmemorar la victoria sobre este bicho. El dragón, a veces junto a gigantes y cabezudos, se sigue procesionando en Granada, Toledo, Tudela o Zamora. En el Museo Etnográfico de Castilla y León (ubicado en Zamora) se conserva y se muestra su imagen con la virginal Santa Marta encima de ella clavándola una bandera en la boca

Esta figura y su incorporación a la fiesta popular son buenas muestras de cómo el mito adquiere valor simbólico y se convierte en rito: el dragón encarna al mal que es derrotado por la virtud, representada por la doncella que cabalga sobre ella y la somete. Su representación se incorpora entonces a una fiesta religiosa tan importante como la del Corpus Christi, exponente del triunfo del bien sobre los males del mundo.

En resumidas cuentas, el mito del héroe, el monstruo y la doncella es antiquísimo, tanto que se remonta a Mesopotamia con historias como la monstruosa Tiamat combatida y vencida por Marduk. Más tarde, las leyendas medievales y contemporáneas han perpetuado su simbolismo en cuentos, cuadros, novelas y películas siguiendo esa línea arquetípica por la cual llegaríamos hasta Alien y todas sus secuelas. En definitiva, no hay nada nuevo bajo el sol ni sobre las cavernas…

 

                                                                                      Jesús Callejo Cabo

Escritor e Investigador 

Experto en la España Mágica