Hoy es el cumpleaños de una persona maravillosa y activa que no podrá celebrar la fiesta que le hubiera gustado debido a las restricciones que se nos imponen por la pandemia. Nació hace 35 años y aquel día el titular del periódico El País decía: ETA reaparece con el asesinato de dos marinos y un guardia civil.
El mismo día que nació una princesa fallecieron tres jóvenes: José Manuel Ibarzábal de 20 años, Rafael Melchor de 26 años e Isidoro Díez.
La cara y la cruz de la moneda del destino mostraban la vida y la muerte aquel día, como lo hace siempre. Todos los días nuestras monedas se lanzan al aire. Frente a la incertidumbre sobre nuestro futuro que eso genera es conveniente colocarse una armadura fabulosa: vivir el presente con alegría y esperanza.
Hoy compruebo que la vida que nació hace 35 años brilla con energía y que la muerte de aquellos jóvenes constituyó un sacrificio que ha logrado el objetivo de vivir en paz en Euskadi. Esta constatación me permite aferrarme a una clara esperanza: la de que pronto se producirá una superación de la pandemia que tanto nos preocupa a nivel mundial y la de que no triunfarán aquellos que están hoy sembrando divisiones, con la única razón de que no les vale para sus intereses una convivencia pacífica en España.
A nivel político la pandemia ha sido la oportunidad perdida para alcanzar una unión ante un mal común. Considero un fracaso no haber logrado consensos ante una emergencia sanitaria. Asistimos, muy al contrario, a momentos desagradables de confrontación. A pesar de ello se superará.
Además, las circunstancias políticas y los juegos de mayorías en el Congreso de los diputados están dando alas a quienes desde el País Vasco o desde Cataluña abogan por el separatismo y la división. El mismo Estado español contra el que se rebelan les está dando, por la vía de una democracia imperfecta, una plataforma de visibilidad, un poder y unos medios que de otra forma no tendrían.
Estos grupos están viviendo en una contradicción que no se sujetará en pie durante mucho tiempo. Su éxito actual depende de mantenerse en la estructura estatal que quieren destruir. Llegará un día en que tendrán que decidir entre dejar de derribarla o salirse de ella para seguir intentándolo. Entonces sus pequeñas estructuras locales ya no les parecerán dignas porque su ambición las supera, pero quizás tampoco en ellas les acepten porque no saben edificar y eso es lo que ahora importa a la gente, los futuros electores.
Lamento las concesiones del Gobierno de España para conseguir los apoyos que le permiten mantenerse en el poder. Algunas son cesiones del patrimonio estatal que no les pertenece porque sólo lo gestionan. Su obligación es incrementarlo y hasta ahora no lo han hecho.
Uno de los ejemplos más evidentes es el de aceptar la negación del idioma español como idioma vehicular en la educación. Esta cesión se ofrece como solución a un enfrentamiento creado precisamente jugando con el lenguaje. Esta vez no es una protesta por el modelo político o económico, ni por las subvenciones o las inversiones. Hoy se protesta porque algunos quieren hacernos creer que en los territorios donde hay dos lenguas debe prevalecer la local, la que llaman propia. De esta manera el español aparece como impropio y debe ser erradicado.
¡Es una lástima! El español es un idioma que se habla en decenas de países, que cada día se esfuerzan en aprender miles de personas y que constituye un elemento de cohesión y de riqueza para todos los españoles. A partir de ahora los jóvenes de Cataluña, País Vasco y Galicia (además de Baleares y Valencia) sentirán desapego por el español porque los políticos han creado institucionalmente un sentimiento de rechazo que luego tendrán que vencer cuando quieran aprenderlo.
El español lo hablarán y lo escribirán todos los que quieran ser libres y los que quieran prosperar porque es el idioma que continuarán utilizando muchos de sus compatriotas locales y la mayoría de los españoles con quienes se relacionarán. Les resultará más útil y necesario que el idioma inglés que también aprenderán.
Los que ahora reniegan de él lo tendrán que aprender con el esfuerzo que requiere algo impropio si así lo consideran y no llegarán al nivel de excelencia de quien lo tiene de forma natural. En unos años muchos jóvenes hablarán español tan mal como hablarán inglés, en comparación con los nativos.
Asistir a la creación artificial y acelerada de sentimientos nacionalistas por contraposición al Estado español me resulta inaudito; más aún en un mundo práctico en el que las fronteras cada vez tienen menos valor y en donde se busca convivir en paz y huir de quienes fomentan la división y el enfrentamiento.
Los sentimientos y los valores se aprenden antes, y por encima de la educación institucional, en las familias. En ellas se crece físicamente y también se crece en lo espiritual: en los principios, en la fe, las ilusiones, los modelos y… por supuesto, en el idioma.
Ni siquiera las dictaduras más terribles consiguieron nunca erradicar todos estos elementos en las poblaciones en las que se imponían. Cuando esos regímenes cayeron todos esos elementos florecieron de nuevo porque no se habían extinguido.
Así lo comprobamos cuando en otro mes de noviembre, en el que nuestra princesa del inicio cumplía cuatro años, en 1989, se produjo la caída del muro de Berlín, la revolución de terciopelo y el final de los regímenes comunistas. Ideas, religiones, músicas e idiomas que parecían haber sido suprimidos sólo estaban aletargados y surgieron de nuevo.
Comprendo que los tiempos cambian y la humanidad evoluciona, pero tengo esperanza en que no retroceda bajo la imposición del diseño que pretenden algunos, sino que se encamine hacia una convivencia pacífica en la que los sentimientos, las ideas y los principios de la gente de bien puedan brotar porque existe, ante todo, libertad. Esa es mi esperanza para quien hoy celebra su cumpleaños y para todos.