La Reconstrucción

Reconstruyendo un mundo mejor, o no… Ana Soria Serneguet

Comencé mi andadura como articulista con uno de mis artistas favoritos y con quien siento una conexión empática que va más allá del tiempo y del espacio: Komitas Vardapet)

Si os gustó el articulo (al cual podéis acceder pulsando: https://lareconstruccion.com/komitas-vardapet-cuando-la-musica-cura-el-alma-ana-soria/ ) y escuchasteis su música, estoy segura de que no os dejó indiferente. Sé que elevó vuestro espíritu y os llevó a un tiempo de dolor y pruebas, pero también de amor y esperanza, esperanza en la paz y amor a la tierra. Para quienes no hayáis tenido la oportunidad de leerlo os invito a que lo hagáis, de todos modos voy a incidir en el tema debido a los últimos, luctuosos y terribles acontecimientos en Armenia.

En 1915, los mal llamados revolucionarios “Jóvenes Turcos”, un buen puñado de terroristas, acabaron con el sultanato de Abdul Hamil II. Lejos de llevar la democracia a la zona, se dedicaron al Genocidio del pueblo armenio, un pueblo pacífico y cristiano cuya cultura se remonta a miles de años atrás, asolando también Siria y aledaños. En un intento por acabar con la raíz cultural de todo un pueblo, mataron y  deportaron a unos dos millones de personas  y descabezaron su cúpula política, cultural, científica y social a fin de impedir para siempre el resurgimiento. Entre los intelectuales: Komitas, el padre de la musicología armenia, pero también al jefe de la iglesia armenia, literatos, poetas, científicos, pintores, filósofos, médicos… Quemaron iglesias, bibliotecas… Se produjo la diáspora mundial del pueblo armenio, habiendo a día de hoy más armenios fuera que dentro de su propio país.

El 24 de abril de 1915 es la fecha clave, donde culminan años de conspiración turca contra Armenia, desde finales del siglo XIX, se fueron elaborando listas con  235 nombres concretos de personalidades relevantes, puntales de la sociedad, para, llegado el momento, hacer la intervención con precisión quirúrgica, la extirpación de un espíritu… Una quimera de sangre y desesperación, que solo trajo muerte y dolor.

Son los armenios un pueblo resiliente fuerte y valiente, nacido bajo la sombra protectora de la gran montaña Ararat, aquella donde según la tradición Noé recaló cuando bajaron las aguas del Diluvio Universal. Serían pues descendientes de los más resistentes entre los resistentes, de hecho una corriente histórica cree que el nombre de Armenia, ellos se denominan Hayastan (Hayk  patronímico y de Stan, en persa antiguo: País), proviene de Aram (cuyo nombre significa región alta), hijo de Set, hijo de Noe.

Ya en la antigua  Ebla, al norte de Siria, en los archivos de Mari (c. 1900 a.C.) y en Ugarit (c. 1300 a.C.) aparece como pueblo arameo. La tradición armenia desde Moisés de Corene en el siglo V, sostiene que proviene del ancestro epónimo de los armenios, Hayk (Հայկ) descendiente de Aram​ (de donde provendría el exónimo Armenia) o bien de hijo de Togarma, descendiente de Jafet y de Noé. La leyenda añade que Hayk vivió en el siglo XXV a. c. y que se estableció a orillas del lago Van después de derrotar y matar al gigante babilonio Belo.

A principios del siglo XX, por esta leyenda los investigadores armenios, buscaron un origen histórico; según estos estudios, Aram podría ser un recuerdo de Arame, el primer rey conocido de Urartu,  y que el rey Hayk fue un personaje histórico, hijo de Torgama y Aram su descendiente. Un personaje autentico el del rey Hayk, entre la leyenda post diluviana.

En Grecia se los llamaba armenios: Armenia aparece en la inscripción de Behistún (siglo VI a.C) como Armina ( a-r-mi-i-n(a) en persa antiguo), Harminuya (en elamita) y Urashtu (en acadio) y poco después como Αρμένιοι (armenioi, es decir, armenios) en un fragmento atribuido a Hecateo de Mileto (c. 476 a.C.) y como Ἀρμενία (Armenia) en Heródoto.

Obviando el tema religioso, como historiadora puedo deciros que bajo la capa de la leyenda suele subyacer una verdad, distinta pero con un fondo parecido. En el caso del diluvio, prácticamente  todas las culturas tienen una leyenda, un recuerdo de un acontecimiento catastrófico que inundó el planeta, desde Mesopotamia y la Leyenda de Gilgamesh, hasta las islas Hawái.

Quiero decir con este preámbulo, que no son los armenios una tribu perdida de una remota montaña en un remoto desierto, son un pueblo culto y tradicional al cual debemos algunas de las iglesias cristianas más antiguas y hermosas, pero siendo al igual que nosotros, caucásicos y cristianos,  (generalizando) no parece que nadie en Europa se haya conmovido por una guerra que comenzó Rusia desmembrando un territorio y repartiendo sin ton ni son cual trozos de tarta en un banquete y que desde 1555 se encuentra enfrentada con Turquía, al igual que con el resto de la Europa medieval.

El conflicto de Nagorno Karabaj no es tan complejo como podría parecer a simple vista, es sencillo, no puedes mezclar gente de distintos orígenes y religiones sin ton ni son y pretender uniformarlos bajo algún tipo de paraguas político sin que haya conflictos. Como hizo la Europa colonial en África creando países con tiralíneas sobre un mapa o Rusia dando a Azerbaiyán un territorio poblado por gente armenia, como si fueran figuritas del Monopoly. De aquellos barros, estos lodos…

Pero no pretendo escribir un artículo de geopolítica, quiero centrarme en la parte humana.

¿Qué hemos aprendido, tras el confinamiento? La nueva normalidad no ha sido ese renacer humanístico con el que soñábamos, ha sido un sálvese quien pueda y déjame que no va conmigo esto y pareciese que esta segunda ola fuera consecuencia de las mareas, de las luna… y no de la irresponsabilidad del ser humano.

Estoy decepcionada, sí, me lo esperaba pero no me lo quería creer, al igual que Azerbaiyán y Turquía han aprovechado un momento de excepcional virtud, una revolución pacífica en busca de la verdadera democracia en Armenia, junto a una catástrofe mundial como es la pandemia del sarscov2 para invadir un territorio, el resto del mundo ni se ha inmutado. Parece que estemos ya vacunados pero no contra una enfermedad sino contra la empatía y la solidaridad. Esta pandemia ha sacado lo mejor del ser humano pero también lo peor, como decía Alberto G. Ibañez en su excelente artículo en esta misma  revista: “La constante “Argenta” y el mal” ( https://lareconstruccion.com/la-constante-argenta-y-el-mal-alberto-g-ibanez/ ), citando a  Mary  Ann Evans (George Elliot):

La crueldad, como cualquier otro vicio, no requiere ningún otro motivo para ser practicada, apenas oportunidad.”

Prometo hablaros de algo más alegre en otro artículo, hoy toca pensar.

 

Ana Soria Serneguet

www.anasoriaserneguet.com