Bernhard Schlink, “El Lector”:
“Cuando se paran por avería los motores de un avión, eso no significa que se acabe el vuelo. Los aviones no caen del cielo como piedras. Los enormes aviones de pasajeros de cuatro motores pueden seguir planeando entre media hora y tres cuartos, hasta estrellarse al intentar aterrizar. Los pasajeros no se dan cuenta de nada”
Con esta metáfora el narrador, Michael Berg, describe cómo su amor por Hanna Schmitz, se fue apagando, poco a poco. Pero sin embargo está también describiendo cómo en la Alemania posholocausto el avión de la culpa, de las cuentas sin saldar, del autoreproche, seguía planeando en la conciencia colectiva del pueblo alemán, tanto en los que participaron directa como indirectamente en el genocidio judío.
“El Lector” se pregunta sobre problemas de conciencia de la sociedad alemana, problemas como el de la responsabilidad individual frente a los crímenes nazis.
Cuando crucé el ecuador del libro descubrí que era un viaje a la conciencia común, al diálogo colectivo, al lado oscuro y silente de la comunidad; a la reflexión de la culpa tanto individual como colectiva, al arrepentimiento, a la renovación y a la piedad.
“Después de la guerra, la vergüenza creciente me impidió hablar de lo que había aceptado con el estúpido orgullo de mi juventud. Pero la carga persistía, y nadie la podía aligerar”. Eso fue peor que el hambre en los primeros años de la posguerra……..Al igual que el hambre, la culpa y la vergüenza posterior te consumen todo el tiempo. Mi hambre era sólo periódica, pero mi vergüenza…” (Gunter Grass).
La vergüenza de Grass tiene una pizca de mito trágico, incluso de heroísmo. “El pensamiento del alemán no es político sino trágico, mítico, heroico”, apuntó Thomas Mann. Cierto gusto por la exaltación mítica se cuela aún en la discusión, antes tabú, del sufrimiento alemán durante el conflicto. Durante décadas, intelectuales y políticos se negaron a opinar sobre las secuelas de los bombardeos de terror por parte de los aliados como en lo acontecido en Silesia o en los Sudetes. Esto ha comenzado a cambiar, por ejemplo Grass en “A paso de cangrejo” (2002), su novela en torno al crucero nazi Wilhelm Gustloff hundido por torpedos soviéticos en 1945, donde cerca de nueve mil refugiados alemanes, muchos de ellos niños, terminaron en el fondo del mar, toma esta dirección.
Pero esto puede provocar un efecto totalmente contrario a la culpa: “Hay un peligro, puede que Alemania vuelva a ser el país más prepotente” (Christa Wolf).
Hanna se defiende y lucha en silencio, es el silencio de Alemania. Hanna es consciente de que diga lo que diga la van a condenar, no trata de rebatir los argumentos en contra, es presa de su propio destino, esclava de su pasado. Ella oculta su analfabetismo, como el pueblo alemán ocultaba su inconsciente delirio hitleriano, el analfabetismo ético que les llevó a cometer la masacre. Pero, ¿hasta qué punto fueron conscientes los subalternos, los esbirros, los guardianes, los carceleros…?
Schlink deja navegando pregunta y respuesta en las líneas: “¿la ejecución de los judíos puede entenderse sólo como un deber para los soldados subalternos? ¿Pueden quedar libres de culpa quienes fueron mandados a hacerlo?”
Schlink es continuador de la filosofía de Karl Jaspers que distingue cuatro tipos de Culpa: criminal, política, moral y metafísica. Y de cada uno de este tipo de culpa se implicaría la responsabilidad individual o colectiva y evita que se trivialicen las discusiones y se generalice peligrosamente, o inculpando a los inocentes o exculpando a los culpables. De este modo, a un individuo se le imputaría la culpa criminal luego de demostrarse en juicio que cometió un delito. Jasper nos muestra el núcleo de la culpa: “Es absurdo inculpar por un crimen a un pueblo entero. Solo es criminal el individuo. Como fue absurdo inculpar a los Judíos de todos los males del mundo y por ello condenarlos al Holocausto, es absurdo condenar a todas las personas blancas por la esclavitud de los negros como es más condenable condenar, válgase la redundancia, a todos los hombres por un “patriarcado” imaginado y “opresor” sobre las mujeres”. La culpa cumple una función ética, que no es otra que regular el comportamiento humano.
En “El Lector” el bombardeo de la iglesia lo acometen los aliados, cierto es que son ellas, las subalternas nazis, las que no abren las puertas, pero el autor te abre la interrogación muy sutilmente. Esta interrogación va acompañada de otras, tales como “¿qué habrían hecho ustedes en mi lugar?”, pregunta que le hace Hanna al Juez y que éste no sabe responder.
Al final de la segunda parte, Michael mantiene un encuentro con un conductor, una persona anónima, como todas las personas anónimas que vivieron el Holocausto, una persona que le despierta del concepto de “obediencia debida” y le sentencia “El verdugo no obedece órdenes. Simplemente hace su trabajo; no odia a las personas que ejecuta, no las mata porque se interpongan en su camino o lo amenacen o ataquen. Le son completamente indiferentes. Tan indiferentes que le da lo mismo matarlas que no matarlas”. Indiferencia, el ser humano es un lobo para el hombre pero por su indiferencia hacia su semejante. Todos somos verdugos porque todos callamos. “Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada” (Edmund Burke).
Este cine cine nos guía hacia el camino de la culpa del silencio, de la inacción y de cómo cangrena todas las relaciones, la relación de paterno filiares, unas veces más edulcoradas que otras. Y proponiendo la inacción como eje de responsabilidad y culpa, lo que Jaspers denomina culpa moral y más tarde metafísica.
Este silencio, esta inactividad, es propia de los inbetweeners del poscolonialismo, personas entre dos extremos, los que condenan y los que participaron, las víctimas y los jueces, los verdugos y juzgados. Una generación marcada, unos individuos juzgados como grupo, un grupo condenado previamente, una atrocidad, unos líderes, y silencio. Como también se puede ver en “Desgracia” de Coetzee.
Una crisis generacional, Schlink asevera “Toda generación debe rechazar lo que sus padres esperan de ella”, “En este caso (la generación de los padres) estaba desautorizada por no haber sabido hacer frente al Tercer Reich, ni a posteriori.”. la generación posholocausto tenía que ir en contra completamente con su anterior generación, no podía ni tan siquiera intentar comprender, porque eso les llevaría a una complicidad moral y ética, pero a la vez fingía, se mentía a sí misma en un bucle de perdón y ceguera. Mantenía en la judicatura, en el gobierno, en las instituciones a nazis declarados, pero debía pensar en el mañana y en no verse manchada por la atrocidad de sus padres.
Koeppen dijo: “¿por qué habían permitido los ciudadanos alemanes normales tanto sufrimiento? ¿Por qué no se alzaron todos a una contra los carceleros?” Estas preguntas se convirtieron en el mayor alegato no sólo contra los crímenes de Alemania sino contra la general inhumanidad del ser humano.
El sentimiento de culpa de la generación de Schlink desaparece con el tiempo, con el olvido, “¿para qué volver atrás?”, el amor, un genocidio, el autor los pone al mismo nivel, quizá porque los dos son traumas estructurales del ser humano, el amor-la muerte.
Walter Benjamin nos advierte de una contra-historia, que es la que da voz a los vencidos. Milan Kundera en el “El arte de la novela” explica de forma magistral como en Europa la narrativa combate los monstruos interiores y externos del individuo, fundamentalmente los que son producto de la historia. En este punto la existencia de la novela es más importante que nunca, más necesaria, para contextualizar al europeo, y yo llegaría más lejos, para contextualizar al individuo de cualquier lugar del mundo en la era de la posmordernidad, de la poscolonialidad, y relacionarlo con su entorno y su historia, a la vez que con todos sus traumas, grietas y cicatrices que lo han conformado. La novela, como un espejo, nos refleja lo más oscuro y brillante de nosotros, de un ser humano, que esté en el lugar geográfico que esté, tiene una deuda con otro, una culpa no saldada, una crisis no resuelta, individuos descolonizados, deconstruidos por Estados y por ellos mismos.
Para Pérez Gay, reabrir las heridas, el debate sobre el Holocausto es una forma de “protegerse del olvido”, es una posibilidad para darle voz a las entidades marginales de la historia. La novela, el cine, el arte es el medio para no olvidar que la cultura occidental está escrita con los documentos de la barbarie, y añado: para descubrir el otro lado de la barbarie y el por qué se produjo.
Habermas considera que el diálogo democrático constituye el procedimiento a través del cual una sociedad establece, llegado el caso, lo que está bien y lo que está mal (o lo que es justo o injusto, permitido o prohibido). Schlink se plantea cuáles son los límites de esa moralidad de la mayoría y hasta qué punto es justo ese prejuicio, se condena a una generación completa, condenar a los esbirros es sólo un paso. En este paso, en este giro a la modernidad, hay una clara dicotomía entre inclusión y exclusión.
Gay en su libro “Tu nombre en el silencio” dice: “Sus cuerpos pudieron escapar del holocausto, pero sus almas no”. Y Paul Celan, lo acompaña en este magnífico poema, “Cristal”:
“De noche, cuando el péndulo del amor oscila entre el siempre y el nunca jamás, tu palabra derriba las lunas del corazón y tu ojo azul —borrascoso—le entrega el cielo a la tierra. Desde una lejana arboleda oscurecida por el sueño llega hasta nosotros el aliento y lo que perdimos transita inmenso como un espectro del futuro. Lo que ahora se hunde y se levanta quiere lo sepultado en la entraña: ciego como la mirada que cambiamos, el tiempo lo besa en la boca”.
Por último, está el Reconocimiento y la Absolución, esferas que como dice Jasper pertenecen al arrepentimiento y a la renovación. Yo me hago estas preguntas ¿realmente los ideólogos del nacionalsocialismo se arrepintieron, es más, fueron juzgados todos lo que debieron, o incluso los “ideólogos” aliados fueron cómplices de que muchos de ellos huyeran en pos de intereses tales como por ejemplo el avance científico (recordemos que Von Braun fue a los pocos años director de la NASA)? ¿la culpa es real o es sólo una postura adoptada? ¿los judíos, o algunos de ellos (como la sobreviviente del campo) ejercen de dioses, al igual que la generación posholocausto, al no conceder la absolución?
El Nuevo Cine Alemán:
1.- El Hundimiento.2004. Director: Oliver Hirschbiegel
2.- Germany 09: 13 Short Films About the State of the Nation
Proyecto orquestado por Tom Tykwer, en el que trece importantes cineastas alemanes firman varias historias con un tema común: el estado del país en 2009. Presentado en la Berlinale 2009
3.- La Ola. 2008. Dennis Gansel.
En Alemania, durante la semana de proyectos, al profesor de instituto Rainer Wenger (Jürgen Vogel) se le ocurre hacer un experimento para explicar a sus alumnos el funcionamiento de un régimen totalitario. En apenas unos días, lo que parecía una prueba inócua basada en la disciplina y el sentimiento de comunidad va derivando hacia una situación sobre la que el profesor pierde todo control.
4.- La vida de los otros. 2006. Director: Florian Henckel von Donnersmarck
5.- Sophie Scholl. 2005. Director: Marc Rothemund
La cromática es de grises y verdes en las ropas, en los edificios, en las calles…
Son relatos doloridos e íntimos en escenarios anónimos y crepusculares, es la intrahistoria de las secuelas del III Reich.
En todas se muestra cómo la organización de turno, Stasi, KGB, DINA… utilizan métodos terroristas para eliminar elementos subversivos, esto se aprecia en literatura también como por ejemplo en Archipiélago Gulag. Y en todas se nos invita a crear una conciencia del alemán medio como no partícipe del caos, del imperio del terror del nacionalsocialismo, los protagonistas tocan esa responsabilidad metafísica de Jaspers, esa solidaridad, ese llegar al extremo. Incluso los mismos partícipes del horror, como es el caso del juez en Sophie Scholl se le escapa una mirada cómplice, y semióticamente se puede observar cómo sobreactúa en la acusación, como hizo Fritz Lang en Furia, desmintiendo con esos gestos y esa postura su decisión.
Pero no todos toman parte. El comisario, sólo hace un gesto de buena voluntad, él se lo debe todo al Fürher.
Por otro lado, La palabra está presente, La Rosa Blanca busca la paz sin armas, sólo con la palabra. Una resistencia positiva.
El nuevo cine alemán es más documental, menos poético, no se esconde, busca mostrar una realidad vivida dentro de las sutilizas de las miradas y de las comparaciones interior/exterior.