La Reconstrucción

El teatro en Federico García Lorca: Una apuesta de vida. Francisco Vaquero

En el año 1.933, Federico dijo en un reportaje periodístico: “Yo sueño ahora lo que viví en mi niñez”. Después de la infancia, al poeta sólo le queda el reencuentro con  los felices recuerdos del niño aquél que fue. Y su niñez fue un luminoso juego, un cruce de caminos entre la vida y lo que hay en ella de teatralidad y, también, entre el teatro y el gran pálpito de vida que late en el mismo hecho teatral. La infancia de Federico es un ansia de naturaleza que busca en su desnudez el mejor traje, una búsqueda insaciable de música y de poesía en el alma de las cosas, de teatro en el cénit de las emociones, de teatro al fin. El mismo nos dice “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”.

En el libro de recuerdos de su hermana Isabel, ésta nos da importantes pistas sobre todo esto: “El teatro fue muy importante en nuestra niñez, pero de una manera muy especial…Federico, de pequeño, aunque esto no llegué a verlo, jugaba a decir misa. Pero lo que sí recuerdo haber visto es una caja cuadrada grande donde había candelabros, sacras, un pequeño cáliz, cosas que él utilizaba en sus juegos. Él lo dijo, pero ya lo había dicho antes Clarín, que los niños que juegan a decir misa es que van a ser tontos o poetas. A él le gustaba mucho la liturgia; mi madre nos la explicaba muy bien. Liturgia que es representación, drama y misterio, palabras claves que él trasladaría a su obra. Todos sabemos que del altar salen el teatro y el rito.”  El mismo Federico dijo que el santo sacrificio de la misa es el mejor drama que se representa miles de veces todos los días, la mejor tragedia teatral que existe en el mundo.

Cito textualmente a continuación algunas ideas de Federico sobre el teatro:

            “Creo que no hay, en realidad, ni teatro viejo ni teatro nuevo, sino teatro bueno y teatro malo…Cada teatro seguirá siendo teatro al ritmo de la época, recogiendo las emociones, los dolores, las luchas, los dramas de esa época…El teatro ha de recoger el drama total de la vida actual. Un teatro pasado, nutrido sólo con la fantasía, no es teatro. Es preciso que apasione, como el clásico –receptor del latido de toda una época-…

            El teatro fue siempre mi vocación. He dado al teatro muchas horas de mi vida. Tengo un concepto del teatro en cierta forma personal y resistente. El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se aprecien sus olores y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos…

            El teatro que ha perdurado siempre es el de los poetas. Siempre ha estado el teatro en manos de los poetas. Y ha sido mejor el teatro en tanto era más grande el poeta. No es – claro- el poeta lírico, sino el poeta dramático…El verso no quiere decir poesía en el teatro…No puede haber teatro sin ambiente poético, sin invención…La obra de éxito perdurable ha sido la de un poeta…

           El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre…

            Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rocas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido…

             Usted es un puntal del teatro, don Cristóbal. Todo el teatro nace de usted. Hubo una vez un poeta en Inglaterra, que se llamaba Shakespeare, que hizo un personaje que se llamaba Falstaff, que es hijo suyo… yo creo que el teatro tiene que volver a usted.”

La escena es para Federico “una escuela de risa y llanto… Uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país.” Y describe, a través de las palabras que pone en boca del personaje El Director de El Público, algunas de sus aspiraciones como dramaturgo: “Todo teatro sale de las humedades confinadas. Todo teatro verdadero tiene un profundo hedor de luna pasada… Mis personajes queman la cortina y mueren de verdad en presencia de los espectadores… Algún día, cuando se quemen todos los teatros, se encontrarán en los sofás, detrás de los espejos y dentro de las copas de cartón dorado, la reunión de nuestros muertos encerrados allí por el público”.

El fin primordial del autor de El Público es mostrar el perfil de una fuerza oculta, la del amor, como deseo poderosísimo y misterioso que todo lo envuelve y lo domina. Yo, que tuve la suerte de conocer a Federico en los interminables abrazos de un gran amigo común, Pepín Bello, puedo rememorar aquellas maravillosas relaciones entre ambos. Me decía Bello: “Al influjo de Lope de Vega nació un rito en la madrileña Residencia de Estudiantes que tenía a Federico como oficiante y sumo sacerdote. Metido en la cama, se respaldaba entre dos almohadas superpuestas, cogía la obra de Lope previamente seleccionada en aquellos tomazos de la Colección de Clásicos Universales de Ribadeneyra y recitaba e interpretaba. Daba voz a todos los personajes sin necesidad de anunciar de quién se trataba, sólo por la entonación cambiante, los gestos, los giros, los inagotables recursos dramáticos, ninguno de sus oyentes se perdía, nos llevaba prendidos del texto y su proverbial interpretación hasta el final. Allí estaban Gerardo Diego, Santiago Ontañón, Salvador Dalí, Luis Buñuel, y tantos otros que se alternaban en aquellas lecturas maravillosas. Estas veladas suponían un salto de siglos a las corralas, la magia de Federico lo cubría todo, nos metía en la historia y en la Historia, ¡Qué genio!”.

Palabra viva, teatro, poesía, música, piedad, lágrima, corazón, raíz o risa. El teatro hoy sigue siendo luna grande que chapotea en nuevas fuentes de manantial secreto. Una apuesta de y por la vida.

Francisco Vaquero Sánchez

Poeta, Director de las Tertulias Lorquianas