La Reconstrucción

Juan Bautista Amorós “Silverio Lanza”. Francisco Vaquero

En esta España actual, convulsa, frágil y olvidadiza, quizás sea la gloria vindicadora de la piedra-cuna, que nos procuró el sentimiento, la que también nos da el  derecho y la sagrada obligación  de ser. El amor, el más noble de los sentimientos, nos procura para ser mejores. Hay recuerdos, ideas, hombres, que son, en sí mismos, amor. Amor, porque son o han sido la más noble forja para el futuro, los “precursores” de movimientos sociales o políticos, científicos, filosóficos o artísticos, que han marcado notablemente nuestro devenir histórico. Precursores de la belleza y de la luz.       Restituyamos el culto merecido a la memoria de esos recuerdos, de esas ideas, de esos hombres que fueron precursores.

Como de un oscuro hondón de silencio, de lo columbrante del porvenir, me viene a la memoria en el centenario de su muerte un auténtico precursor de jóvenes que ya despuntan, un ejemplario vivo de innovador, de creación, en este caso literaria: Juan Bautista Amorós, más conocido por el seudónimo de Silverio Lanza.

El maestro Azorín recuerda a Silverio: -¡Lanza! ¡Gran Silverio Lanza!- Según Gómez de la Serna, Silverio fue el que “de un modo ingrato, ni apañado ni vistoso, pero de un modo esencial, lo inició todo.” El mismo Lanza confesó que su obra había sido escrita entre persecuciones e incertidumbres. Una decena de novelas componen su obra.

Fue procesado por criticar al caciquismo en una de ellas, Ni en la vida ni en la muerte. A lo largo de su vida mantuvo que el caciquismo era el origen de los males de España.  Descubridor de una mayor realidad de España, hoy tan defenestrada, estatuye un sentido del arte que respira libertad y que podríamos convenir como el sentido de “dar una vuelta”: – Uno de mis críticos escribió una vez ¡me gustaría saber adónde va Silverio Lanza! Mucho tiempo después, Silverio coincide con ese crítico – Hola, don Silverio. – Buenas tardes, amigo mío. – ¿Adónde va usted? –A dar “una vuelta”. No comprendió que respondía a su artículo, que su respuesta era una síntesis filosófica. ¿No es esta síntesis de un atrevimiento insuperable?

Otra manía de Silverio era la de morir, la de matarse en todas sus novelas. Se mató muchas veces y se asistió a sí mismo en la muerte, tranquilo e irónico, para volver a resucitar en la siguiente obra. Esas extrañezas son quizás las que le dan más fuerza. De pronto se acuerda de Zaqueo al ver un remedo de mico en el paso sevillano de “la borriquita”. ¿Quién se habría acordado de Zaqueo si no hubiese sido por él?      Otra vez se le ocurre un juramento absurdo: – Te lo juro por Cristo, dice. –Ese juramento no significa nada para nosotros…Ven aquí…Jura sobre esto, le contesta el interpelado. Y yo puse mi diestra, acaba Silverio, sobre el desnudo descote de la baronesa de Troichamps, ¡y juré! …Admirable modo de jurar.

Ama a las mujeres, las venera. Y las quiere frenéticas de amor, cercanas e indubitables. En otra de sus novelas, una mujer dice a su gran hombre: – Yo no quisiera que fueses Dios porque tendría que hacerme monja.

Publicó también una colección de artículos que tituló Omnímoda. Contienen cosas tan singulares como estas: No besen ustedes a las jóvenes que usen polvos de arroz, porque casi todas tienen sales de plomo que, por lo menos, producen excoriaciones en los labios… También va orientándose la vermicefalia, dice en otro, que ataca a la materia gris convirtiéndola en serrín, dolencia generalizada en los canónigos penitenciarios, los médicos de pueblo y los taquígrafos. Así se confirma este apotegma de Juvenal: el oír tonterías produce la ruina de la inteligencia… Según La Mecánica, dice en otro, no producen movimiento las fuerzas interiores. Esta teoría ha desaparecido, observando que los gatos caen siempre de pié. Ahora se trata de aplicar esto a la estabilidad de los aeroplanos, y es posible que estos incorporen, como nuevo toisón, un gato suspendido. Estos artículos denotan su gran humor.

Vivió retirado en Getafe: El hombre discreto oculta sus bondades, la mujer discreta oculta sus pechos. Getafe era el pueblo indeterminado, gris, insignificante, perdido, ideal para “ocultar sus bondades”.

Al avisador de los muertos le parece querer decir: Yo fui algo más sencillo y más elemental que un gran hombre, fui un hombre de mi tierra y de mi tiempo que me asomé por encima de lo que sucedía a lo que debía suceder.

 ¿Hay nada más extraño que un hombre de gran talento? Se preguntaba Pío Baroja sobre Silverio Lanza. Precursor de Azorín y de Baroja, de los demás amigos de la Generación del 98, maestro secreto de Ramón Gómez de la Serna, modelo del “Pío Cid” de Ganivet, del “Silvestre Palafox” barojiano, inspiración para “Juan de Mairena” de Machado, para “Josep Torres Campalans” de Max Aub…

Juan Bautista Amorós, o mejor, Silverio Lanza, precursor, inspirador, escribidor de tantas y tan sabrosas singularidades es, en sí mismo, per se, parte de la mejor historia de España. No debemos ni podemos pasar sin recordarle en el Centenario de su muerte.

Francisco Vaquero Sánchez

Poeta, Presidente de la Tertulias Lorquinas