La Reconstrucción

Robert E. Howard, creando héroes para olvidar, la insoportable levedad de no ser. Ana Soria

Debo confesar que si bien siempre he sido muy fan de Conan el Bárbaro, desconocía por completo la vida de su autor y  su obra en general.

Recientemente he podido ver en televisión una película sobre su biografía, lo que hoy en día se llama un biopic, que palabra más fea… Dicha película: “El que caminaba solo”, de 1996 y del director Dan Ireland, cuyo título original es: The Whole Wide World, protagonizada por Vincent D’Onofrio y Renée Zellweger no tuvo muy buenas críticas. Es cierto que, como biografía, se centra más en el personaje de la joven maestra de escuela Novalyne Price y poco en la vida de Robert

Howard, pero a mí me sirvió para conocer al hombre y profundizar en su obra. Quizás sea por mi tendencia a llorar en la mayoría de películas que cuentan cosas tristes, hayan niños y/o animales, pero me hizo reflexionar.

Primero quise saber más de él:

Robert E. Howard nació en Peaster, Texas, el 22 de enero de 1906 y vivió la mayor parte de su vida en el pueblo de Crossplain. Escribió decenas de relatos, en su mayoría, para la revista Weird Tales, junto a autores como H. P. Lovecraft o Clark Ashton Smith. Con quienes  entabló amistad, sobre todo con Lovecraft, con el que mantuvo una relación epistolar que duraría hasta el fin de sus días.

Su héroe más conocido es Conan El Bárbaro, el guerrero Cimerio, convertido en un icono de la fantasía heroica, del que se han publicado centenares de cómics y también se han hecho un par de películas. Además de Conan, Robert E. Howard creó a otros héroes de Espada y Brujería como Solomon Kane, Turlogh O´brien y el rey Kull, aunque  también escribió historias de boxeo, aventuras orientales y westerns.

Howard, a la temprana edad de 15 años, ya había ganado dos premios en el periódico local, pero su primer relato publicado, “Spear and Fang”, lo fue en julio de 1925, cuando contaba con sólo dieciocho años, en la revista Weird Tales, dedicada al género pulp, donde publicaría la mayor parte de  sus obras, sobre todo las protagonizadas por el famoso bárbaro cimerio. De este modo se adentraría en este tipo de literatura: la publicada en revistas de bajo coste hechas con papel reciclado de la pulpa sobrante del mismo, que es de donde viene el término: Pulp Fiction. Yo no lo sabía, creía que Pulp Fiction era Tarantino pegando tiros…

En  1936, con tan sólo 30 años de edad, Howard pondría fin a su vida suicidándose, se disparó en la cabeza. Se barajan varias posibilidades para tal decisión. Howard, que vivía con sus padres atravesó una dura época: el coma irreversible de su madre, a la cual estaba totalmente unido, la precariedad económica de la Gran depresión en la América de los años 30, la revista que se retrasaba con los cheques pues se los fraccionaban o no llegaban y las facturas que pagar del hospital mientras a su padre, médico, si tenía suerte le pagaban con patatas en lugar de dólares… Su carácter era solitario, alejado del de sus magníficos personajes: fuertes, valerosos, aguerridos… todo ello  fue caldo de cultivo para un final inevitable, de hecho Robert E. Howard era muy sensible, evidentemente más de lo que aparentaba. En una ocasión escribiría: “…una de las principales razones por las que nunca llegaré a ser nada es que soy demasiado condenadamente sensible”. Ahí el quid de la cuestión, volveré a ella al final.

Indagando en su obra, me di cuenta de que era un escritor extraordinario en muchas facetas, aunque lo que más me llamó la atención fue, no sólo su extraordinaria capacidad imaginativa para crear grandes personajes de ficción que quedarán por siempre, sino también para dotarlos de un mundo, de todo un universo a su medida. Hay un artículo: “Tolkien y Howard Todavía las Dos Torres de la Fantasía”, de Brian Murphy, donde se hace una comparación sobre la creación de dos tipos diferentes de literatura de fantasía: una la de Tolkien, otra la de Howard y que daría para escribir libros enteros, que este pequeño artículo no puede abarcar. Lo que si habría que destacar es que tanto Tolkien como Howard tienen en común la creación de grandes universos para extraordinarios personajes, una proeza al alcance de muy pocos. Si no habéis podido leer El Silmarillion, os animo fervientemente a ello, puede parecer una tarea titánica… ¡ah, pero el esfuerzo conlleva gran recompensa! 

La otra cosa que me llamó la atención de Howard, fue su vida en sí. Uno, una, tiende a pensar que si alguien es muy bueno en lo que hace, la sociedad debe, por fuerza, reconocérselo, o al menos poder vivir holgadamente de ello. Quizás sería así en un mundo ideal del que vamos viendo día a día cuan distantes estamos. En una sociedad de verdad avanzada, talento debe ser sinónimo de reconocimiento y apoyo… pero…para muestra: Vincent van Gogh. 

Parafraseando a Stan Lee o mejor a F. Delano Roosvelt: “Un gran don conlleva una gran responsabilidad”, pero no sólo por la parte depositaria del don o del poder, también de la sociedad que lo recibe, quien debe ser consciente del regalo y cuidarlo, bien sea en forma de poesía, música, literatura, canto, danza, pintura, ciencia, artesanía, etc, etc. No tratar de mercantilizarlo todo de tal manera, que el artista la mayoría de las veces no pueda vivir de su don ni pagar las facturas. Ni tampoco puede hacer otra cosa, pues el arte, como belleza es en sí un don fatale que te absorbe por completo, culminando demasiadas veces en la locura por no poder vivir con él ni de él, debido a una sociedad que no valora lo que la hace civilizada y la engrandece. Sólo se admira a jugadores de fútbol o de tenis o pilotos de fórmula 1 que ganan fortunas gracias a la mercantilización cuasi usurera de precios y apuestas. Los niños ya no quieren ser médicos, astronautas o periodistas… quieren ser futbolistas sin estudios o “tronistas” de programas infames en islas lejanas… muy lejanas de la inteligencia.

El mundo que le tocó vivir a Robert E Howard fue duro y sus circunstancias también, como mucha gente, cierto, pero un artista sublima el arte y el dolor de manera que la mayoría de veces no puede separarlo. Viene a mi mente el triste recuerdo de Antonio Flores, que no pudo superar la muerte de su madre: su castillo y su verdadera fortaleza.

 A nuestra “moderna” sociedad no le gusta hablar de estos temas, lo esconde en la alfombra de la debilidad, le carga al individuo la responsabilidad de no caer, de no enfermar o de librarse por sí sólo de un peso con el cual te obligan a cargar. La verdad es que cada día nos aíslan más, te dicen que debes ser un producto mercantil competitivo, que cuanto menos empatices mejor, no vaya a ser que la unión haga la fuerza…

  El resultado es que muchas personas, o como en el caso que nos ocupa muchos artistas, han soportado tanto dolor que sus corazones rotos no han logrado resistir. La sociedad mercantilizada, los intermediarios entre tu dolor y tu arte han sacado provecho económico, mucho… ¿verdad Vincent?

   Robert E.Howard se inventó un mundo a su medida, donde podía ser él mismo, sin temor a las críticas o a la censura, donde ser feliz. Un mundo de brujería, de hechiceros, espadas y guerreros. Finalmente, lo imagino no queriendo volver a la fea  realidad y ahora vive feliz en Cymeria, la de Homero o la suya, pero libre, cabalgando espada en mano, sin sombras ni enemigos. Hasta que podamos unirnos, disfrutaremos de las aventuras que nos dejaron estos genios y soñaremos con Hobbits, con dragones, con mundos mejores o quizás solo diferentes a este.

 Os recomiendo:

“Conan. Un Estudio sobre el Mito” de León ArsenalJosé Miguel PallarésEugenio Sánchez Arrate

“The Dark Valley Destiny” (De Camp) de Dolmen Editorial en castellano

 

Ana Soria Serneguet

Soprano y Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Valencia