“(…) rectifiquemos esa leyenda, el Père Ubu, como me llaman, no muere por haber bebido demasiado, sino por haber comido siempre”.[1]
Alfred Jarry, dramaturgo francés y poeta maldito, decide rehacer una obra conocida como Les Polains, ya realizada como función de títeres en su juventud.[2] La primera publicación es recogida por el Número 11 de LivreD´Art junto a la posterior del texto dramático en Mercure de France. La respuesta de la crítica ante el escrito vaticina lo que supondrá su representación. Finalmente, la muestra, titulada Ubú rey, se presenta en el teatro de L´Oeuvre en 1896, conformando uno de los escándalos más sonados de la historia de las actuaciones teatrales.[3] La ruptura en cuanto al espacio -escena, escenario, arquitectura- produce un distanciamiento del modelo de caja cuadrada a la italiana, es decir, adoptar la eliminación de lo real naturalista, como norma esencial, de esta nueva concepción dramática.
“El teatro de Jarry presentaba tópicos universales en tiempos distintivos y maneras abstractas. Transmitir sus temas subyacentes por medio de las imágenes arquetípicas. Jarry quiere usar el teatro como cataclismo de simulación de la imaginación y mostrar al público cómo concebir nuevos mundos en lugar de aferrarse a la simulación banal de la realidad”. [4]
En definitiva, no extendiéndonos en los aspectos escenográficos,[5] esta subversión del orden o re-teatralización de un nuevo espacio para la realización escénica, constituye un acercamiento a posiciones innovadoras; elementos como la provocación, el sustrato político-simbólico y el cuerpo como fundamento de investigación y experimentación. La provocación consciente,[6] la sátira del teatro burgués, la utilización del cuerpo auto-consciente de valencia política y dramática, unido a la connotación política enfrentada, no solo del teatro naturalista, sino del gran teatro que deviene desde los misterios medievales, sitúan a Jarry como pistoletazo de salida a las primeras vanguardias occidentales.[7] Sin embargo, nuestro interés se vincula al concepto de performatividad en cuanto a la valencia que adopta la corporización de Ubú proyectada en sus antecedentes.
La afrenta contra el teatro burgués se extiende hasta la concepción del público. Según Jarry, la identificación con el personaje protagonista se daría de forma instantánea, desde que Ubú irrumpiese en la escena con una escobilla como cetro; “(…) según la exageración de sus principales vicios. Y, de tal manera, no es asombroso que el público quedase estupefacto a la vista de su inmundo doble formado (…) de la imbecilidad humana, de la eterna glotonería, de la bajeza de los instintos erigida en tiranía…”.[8] La ridiculización de las formas de poder en todos sus estadios, incluyendo a los espectadores insaciables.
Retomando al autor; Jarry sufre una “mimesis literaria” total, es decir, no habrá distinción entre creador y creado, entre Jarry y Ubú, “Había encontrado a su Otro, la carne de su alucinación”[9], “por otro lado, la carrera total de Jarry, la acumulación de historias inexactas, deformadas e inventadas sobre él, crea una perspectiva en la que Jarry pasa a ser consubstancial con su obra”.[10] Se formó en el colegio Rennes, donde ya destacaba entre sus compañeros, especialmente por su avanzado carisma, su rápido aprendizaje y el cultivo de su imaginación, vestido con una personalidad que muchos han querido ver de arrogante y descarada.
“Su conducta, que alternaba entre la virtuosidad y el descaro, revelaba una terrible distorsión de la personalidad, en que una imaginación agresiva forcejeaba con una timidez casi invencible”.[11] Estos inicios fueron suficientes para avivar la leyenda del artista que aquí se nos presenta, las imágenes que rodean a su persona serán, por tanto, portadoras de esta aureola de personalidad radical. Sin embargo, lejos de avivar la fábula nos concentramos en seguir la estela que produce uno de sus mayores conocedores Patrick Besnier (1948),[12] “se resistía a escribir como todo el mundo, o algunos dirían para todo el mundo”.[13]