La Reconstrucción

HUMANISMO, ILUSTRACIÓN Y… ¿TRANS-HUMANISMO?. José Alcalá

Cada época va dejando un legado cultural a la siguiente, como cada padre va dejando una herencia a sus hijos; una manera de entender el mundo, una forma de enfrentarse a la vida, unos valores, una educación, una ética, una cosmocepción, al fin y al cabo. Así la base cultural de la Grecia Clásica hunde sus raíces en Egipto, como nuestra cultura occidental bebe de los manantiales de la sabiduría griega. Allí la humanidad dio el salto del mito a la filosofía, de la fe a la razón. Allí se obró la misteriosa transformación del ser humano que, desde entonces fue capaz de traducir destellos de luz, chispazos de consciencia en pensamientos. Es decir, fue a orillas del mar Egeo que nos empezamos a hacer verdaderamente humanos, pues la facultad de pensar es lo que nos distingue del instintivo comportamiento animal. Allí aprendió a reflexionar, a pensar sobre sí mismo y su entorno. A preguntarse qué papel cumplía en el engranaje de la existencia. Así nació la Filosofía, el interés por la búsqueda de la Verdad. Arte, Ciencia y Religión servían para explicar al ser humano en el mundo, interactuando entre sí para buscar la verdad. Esa era la función de la recién nacida Filosofía. Esta búsqueda de la sabiduría les inspiró una forma de gobierno completamente nueva que trataba de ajustarse a una comunidad capaz de pensar y decidir por sí misma: la democracia (gobierno del pueblo). Alejandro Magno difundió el espíritu griego por Oriente, en una simbiosis con la ancestral sabiduría oriental. Poco después el poder de Roma acabó con Grecia y Europa perdió esa sabiduría. Pero el fulgor del legado griego siguió latente. La democracia la recuperamos hace muy poco, pero el arte, el teatro, la literatura o la ciencia nacidas en Grecia, son el sustrato cultural que define por antonomasia a la civilización europea. Aunque si hay que destacar la mayor aportación de Grecia a la humanidad es la capacidad de pensar.

Sucesivas épocas han querido recuperar los valores clásicos que hace 2500 años fundaron nuestra cultura. Tan grande es la evidencia que cada vez que hemos conectado con el espíritu griego hemos dado un salto de época: el Humanismo, en el S.XV, nos sacó de la Edad Media a través del Re-nacimiento. Y la Ilustración, en el “siglo de las luces” (Neo-Clasicismo), nos inspiró el camino de las revoluciones hacia la Libertad del ser humano, haciéndonos saltar hacia la Edad Contemporánea. Ambas luchando contra las tiranías de su época. La tiranía del S.XV era el pensamiento escolástico, el teocentrismo. El humanismo fue capaz de desarrollar el antropocentrismo, ubicando al ser humano en el centro de la creación, guiándose de nuevo por la razón, no por la fe. Lo que desembocó de nuevo en un estudio de la Naturaleza que reactivó el espíritu científico. Gracias a ese espíritu tenemos a los grandes artistas del Renacimiento y a los primeros científicos de nuestra era. La tiranía del S.XVIII fue el absolutismo. Los monarcas eran reyes por gracia de dios y su palabra era dogma de fe y ley. Para acabar con esto las ideas de la Ilustración desembocaron en las revoluciones americana y francesa, cuyo lema “Libertad, Igualdad, Fraternidad” explicamos en un artículo anterior. Gracias a esa semilla nos regimos hoy por la democracia. Humanismo e Ilustración dieron un paso en la evolución del espíritu humano. Aunque no culminaron su proceso, aún está en espera de poder desarrollarlo plenamente.

Pero hubo una tercera revolución en esas fechas más relacionada con la evolución material que con las ideas: la Revolución Industrial. Esta es la que la humanidad ha elegido desarrollar hasta sus últimas consecuencias. Desde mitad del S.XVIII la transformación de la humanidad y del mundo ha sido imparable. En la 1ª Revolución industrial conseguimos la máquina de vapor y el ferrocarril. En la 2ª el motor de explosión y la electricidad. En la 3ª la computación y la energía nuclear. Y ya hay quien ya habla de la 4ª Revolución industrial, en que hemos dado el salto a la llamada inteligencia artificial, la nanotecnología, la ingeniería genética o la neurotecnología. El dominio sobre la materia es tan grande que por primera vez el ser humano puede intervenir y alterar el proceso de creación de la vida. Hasta el punto de que ya se denomina “transhumanismo” a esta vorágine tecnológica en que el hombre está perdiendo cualidades humanas para convertirse en una máquina. El proceso parece imparable. En apenas 250 años hemos sido capaces de someter a la Naturaleza y que las máquinas trabajen por nosotros; extraer fuentes de energía inimaginables, llegar a otros planetas y crear bebés a la carta. Y cuando más dioses nos creíamos, un simple virus ha puesto en jaque a toda la humanidad. Creímos que el progreso del hombre era simplemente el desarrollo tecnológico. Si trabajaban las máquinas, nosotros podíamos conseguir una renta universal para vivir en unas perennes vacaciones y dedicar todo el tiempo a autodestruirnos. Nos hemos reducido a una caricatura de nosotros mismos capaz de ver solamente nuestra faceta material. En el camino estamos acabando con los recursos del planeta, contaminando la atmósfera, la hidrosfera y destruyendo la capa de ozono. No pasa nada, los científicos dicen que cuando la vida sea insostenible en el planeta Tierra nos trasladamos a marte o a la luna.

Las consecuencias de la 1ª Revolución Industrial son muy claras. Varios siglos después podemos decir que han mejorado las condiciones de vida material de la población occidental. Vivimos más y mejor que antes de esa fecha, una vez que pudimos paliar algunas de las consecuencias negativas: hacinamiento de obreros, falta de higiene, insalubridad, explotación infantil o abandono de niños mientras los padres trabajaban en las fábricas, explotación laboral indiscriminada, etc. Sin embargo, aún se derivan consecuencias que no hemos podido paliar y que van en aumento: expoliación de los recursos naturales del planeta y de los países que los detentan, contaminación del medio ambiente, y una competencia desmedida entre los países en liza por conseguir más materias primas, más mercados, y más afán de vender a cualquier precio una producción por encima de las necesidades. Todo esto nos llevó a las devastadoras guerras mundiales del S.XX tras una carrera colonialista e inmoral que hizo a estas potencias repartirse el mundo (y sus habitantes) como si fuera una tarta de cumpleaños. Y por supuesto, nos arrastró hasta el consumismo capitalista que hoy sufrimos: una sociedad de usar y tirar donde todo se produce con fecha de caducidad para seguir comprando y no parar el engranaje industrial y económico. Las teorías económicas de Adam Smith siguen en uso: libertad de mercado para beneficios de unos pocos a costa del sufrimiento del resto de la humanidad. Y a mi juicio hay dos consecuencias más de gran influencia en la actualidad. Una es la pérdida de visión global en los procesos de producción, con la mecanización y especialización de los procesos industriales. Y la otra es llevar esa mecanización y especialización al ámbito del conocimiento. La sabiduría buscada por los griegos es la unión de todos los saberes. Si los separamos en ciencias o letras, la ciencia pierde humanidad y las humanidades ya no son completas. Caer en el dogma ya es fácil porque perdemos la visión de conjunto del mundo y del ser humano. (Sirva exponer un ejemplo visual: si estudiamos la tierra, nos perdemos el efecto que sobre ella hace el agua, el aire y el fuego, si no conocemos el resto de elementos por excluirlos de “nuestra especialidad”).

Las consecuencias negativas de las demás revoluciones industriales, sin embargo, son mucho más difíciles de ver, porque ya no son físicas. Se manifiestan sutilmente en lo psicológico y lo anímico (aunque la sustitución de la máquina por el ser humano sigue causando estragos en las cifras de paro; y la necesidad de ingresar dinero por parte de los dos miembros de la pareja también hace que los niños estén “abandonados” delante de una pantalla). En los últimos veinte años se han incrementado exponencialmente estas consecuencias sutiles.  La tecnología ha ido tomando un protagonismo gradual hasta el punto de que hoy somos absolutamente dependientes de ella. Los avances en comunicación y otros ámbitos son meritorios. Pero en la época en que nos podemos comunicar más fácilmente es la época en que vivimos con más ansiedad, estrés, depresión, soledad y angustia. Incluso entre la población infantil. Los niveles de suicidios y de adicciones son históricos, como consecuencia de estas enfermedades anímicas. Hoy los niños tienen adicciones, cosa que nunca en la Historia de la humanidad había sucedido. Una adicción es una enfermedad, aunque la disfracemos; sea a una pantalla, al azúcar, al alcohol o la heroína. Por no hablar de la aparición de trastornos del desarrollo, trastornos del aprendizaje, del comportamiento, déficits de atención, y demás trastornos psicológicos que antes de la tecnología informática no existían.

Pero los últimos avances están llevando la situación al extremo. Para mantener esta dependencia tecnológica ya tenemos conexión a internet en cualquier sitio y en varios dispositivos. Es lo que se llama “internet de las personas”. Sin que nadie lo haya demandado, se está implantando ya el “internet de las cosas”. Esto es, los servicios telemáticos, la domótica, las “smart cities”, coches sin conductor, etc.  Las ventajas de que la nevera te diga qué tienes que comprar y dónde, son básicas para la evolución humana, según parece. Pero para llevar a cabo esta tecnología globalmente es necesaria la red 5G, la cual ya se está instalando durante nuestro confinamiento. La 5G precisa de unas fuentes de energía mucho mayores que la 4G, y su potencia de onda es mucho más potente. Si cualquier radiación electromagnética es nociva para la salud, podemos imaginar que la exposición continua a estas ondas puede ser bastante más perjudicial. El problema es que sus efectos más visibles no son inmediatos, sino que se manifestarán con el tiempo. Hasta ahora siempre podíamos eludir radiaciones escapándonos a la naturaleza, por ejemplo. Con esta tecnología no quedará un sólo rincón en el planeta libre de ondas nocivas. Un grupo numeroso de científicos está exigiendo una moratoria en su aplicación hasta que se demuestre la inoquidad de la 5G. Pero tanto la OMS como las grandes empresas de telecomunicaciones, o los propios gobiernos hacen oídos sordos, cuando debieran aplicar, al menos, el “principio de precaución” tal y como recogen los tratados internacionales. Desgraciadamente el diseño del inminente “nuevo orden mundial” antepone nuestra sumisión a nuestra salud.

Ahora están programando nuestra vida, preparando el terreno para la fase final: programarnos a las personas. Hipnotizarnos con la tecnología para anular nuestra capacidad de pensar, de sentir y de hacer. Es decir, para convertirnos en máquinas programadas. Me temo que están a punto de conseguirlo. Ya se promueve desde las instituciones el teletrabajo, la telecomunicación y hasta la teleeducación. Como promuevan el telematrimonio acabamos con la especie. Y nosotros, voluntariamente, vendemos nuestra intimidad en las redes asociales, para facilitar el rastreo al “gran hermano”. La implantación de microchips y de artilugios biónicos ya se acercan a la idea robótica de los “ciborgs”, híbridos entre hombre y máquina. El transhumanismo, que parecía fruto de la peor ciencia ficción, empieza a ser realidad. La tecnología bien usada puede ayudar mucho a la evolución que nos queda. El problema es que está desarrollándose más rápido de lo que el hombre actual puede asumir a nivel ético y legal. Hoy día no manejamos nosotros la tecnología; ella nos maneja a nosotros (Einstein predijo:” Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendría una generación de idiotas”) Y así será hasta que no consigamos tener pleno dominio sobre las cualidades que nos hacen verdaderamente humanos: lo cognitivo, lo emocional y lo volitivo. Cualidades, por cierto, imposibles para una máquina.

La capacidad de pensar, iniciada con los griegos, ya no es suficiente. Hay que añadir otro ingrediente que pertenece exclusivamente al reino humano, que no puede poseer ni el reino animal ni el “reino tecnológico”: la ética. Ella es la que diferencia el pensamiento socrático del pensamiento sofista. Sócrates busca la Verdad. Los sofistas ponen su lógica a servicio del mejor postor para, con sus argumentos, convencer a un auditorio. Da igual si a favor en contra de la verdad o del bien. Por eso la democracia griega fue imperfecta y efímera. Por eso hoy sólo es la mejor de entre las peores formas de gobierno. Sin ética, no hay Libertad. Sin pensar por uno mismo (pensamiento objetivo libre de prejuicios, adicciones, pasiones o miedos), no hay Libertad. Sin empatía, no hay sociedad. Tenemos el reto de culminar lo que la Atenas de Pericles no logró plenamente. Democracia no es votar cada 4 años. Cada decisión, cada gesto diario es un acto social. ¿Qué sociedad queremos legar a nuestros hijos y nietos? Los humanistas del S.XV y XVI nos legaron el arte del Renacimiento y el coraje de enfrentarse al dogma eclesiástico (Lutero). Los ilustrados del S. XVIII, a la tiranía absolutista. ¿Qué legado vamos dejar nosotros? ¿El trans-humanismo? ¿Cuál es la tiranía de nuestra época? El dogma científico tecnológico como sustituto de la fe, que hemos elevado a la categoría de religión. Una religión que no tolera ateos: pensamiento único. Todo lo que se salga del pensamiento científico dominante es considerado pseudociencia (“científicamente probado” hasta que unos años después, o menos, se contradicen en sus conclusiones. Lo que hoy es verdad, mañana ya es falso). De hecho, ahora mismo no estamos siendo gobernados por políticos, sino por un comité de expertos científicos, en todos los países afectados por la pandemia (o se excusan en la “Ciencia” para llevar a cabo sus planes). Hemos pasado de la teología a la tecnología en el secuestro del pensamiento libre. ¿Me dejo hipnotizar (perder mi voluntad) por las redes asociales y los medios de masas, o salgo a la calle en busca de un encuentro humano a trabajar por una sociedad de individuos libres? (Siempre que el Estado nos deje salir a la calle). ¿Me creo todo lo que dicen los medios de comunicación y las versiones oficiales, o estudio e investigo para tener un criterio fundamentado e insobornable? ¿Me abandono a la comodidad y al ocio o trato de enseñar un camino a la siguiente generación? La semilla que cultivemos hoy, será el árbol que crezca mañana, aunque el bosque no lo veamos nosotros, sino nuestros nietos.

 

José Alcalá

Historiador del Arte y docente