La Reconstrucción

La Constante “Argenta” y El Mal. Alberto G. Ibáñez

Hemos identificado la mayor parte de las leyes que rigen la naturaleza, pero cuando se trata de la realidad social, todos los intentos de detectar las pautas y constantes que presiden su funcionamiento suelen estar destinados al fracaso, principalmente por dos motivos: reconocer leyes sociales sería poner en cuestión la libertad humana, y la mente humana es todavía un misterio que imposibilita pautar el comportamiento de un conjunto de individuos pretendidamente racionales interactuando entre sí. De hecho seguimos sin saber muy bien cómo creamos y seleccionamos nuestros pensamientos. Ya decía el filósofo Bertrand Russell que buscaba al ser racional sin conseguir encontrarlo, mientras el psicólogo social Elliot Aronson más recientemente ha defendido que necesitamos justificar nuestras acciones, creencias y sentimientos para convencernos y convencer a los demás de que lo hacemos es lógico y razonable. Hemos logrado, eso sí, que leyes biológicas, como la selección natural del más fuerte, no se apliquen en el mundo humano donde se protege al débil y no son necesariamente los más fuertes los que más se reproducen.

Y sin embargo si nos separamos algo del mapa, y adoptamos una visión de conjunto, conseguiremos detectar algunas pautas que o bien se repiten históricamente ―como si finalmente el Espíritu hegeliano operara en la historia―, o bien funcionan como constantes subyacentes que marcan los límites del juego y del tablero. Una de ellas es la presencia del “conflicto” como parte consustancial a toda sociedad, cambiando tan solo la forma e intensidad que adopta en cada tiempo y lugar. Si en el mundo físico existe la proporción matemática “áurea” ―representada con la letra griega “Phi” y una expresión decimal aproximada, dado su carácter de número irracional (1,618034)―, de forma paralela, planteamos que los individuos y la sociedad se rigen en su comportamiento por la constante universal “20/60/20”, también aproximada, que denominamos “argenta”.

Esta ley social no opera en el vacío. Por de pronto, sería la traducción de la tercera ley de Newton: a toda acción le corresponde otra fuerza de igual valor y dirección, pero de sentido contrario (reacción). Enlazaría igualmente con el “principio de Vilfredo Pareto”, economista italiano que a principios del siglo XX propuso una distribución 80/20 ―supuesto simplificado del “óptimo paretiano”― con validez universal en las sociedades dejadas a sus propias dinámicas, si no se interviene desde fuera. Y, en tercer lugar, resultaría una aproximación a la distribución normal de la campana Gauss, donde las dos “colas”, tanto la inferior como la superior, representan el 31,8 % de la distribución, frente a la zona central de la distribución que supone el 68,2 %. Así, afinada por la precisión de la campana gaussiana, la proporción argenta sería: 15,9 / 68,2 / 15,9.

La misma constante encuentra fundamento en experimentos del psicólogo Stanley Milgram quien, como ya defendía en el siglo XVI Juan Calvino, ha demostrado que el ser humano sea rico o pobre, empresario o trabajador, de izquierdas o de derechas, nacionalista o centralista, contiene una tendencia a ejercer la maldad que debe ser reconocida para poder ser afrontada. Su experimento más famoso (2011) consistía en que figuras autoritarias con bata blanca instaban a un grupo de ciudadanos, que creían haber sido elegidos por sorteo, a administrar falsas descargas eléctricas, sin saberlo, a otro grupo de individuos que pensaban habían sido elegidos como ellos. A pesar de los chillidos de dolor y protestas de los receptores una mayoría obedecía sin rechistar las órdenes, pero alrededor de un 20% se resistía.

Por tanto, el mal no es simplemente algo externo o consecuencia de circunstancias sociales que promueven la injusticia, sino que “siempre” habrá personas dispuestas a hacer el mal “within the scope available to them” como sostiene el psiquiatra T. Dalrymple (pseudónimo). El propio S. Agustín admitía igualmente que un cierto porcentaje de mal es estructuralmente necesario para que se dé la libertad humana. Sin embargo, si esta tendencia no encontrara límite alguno hace tiempo que nos habríamos auto-destruido. Afortunadamente nada se da en la realidad al 100% y, como demostró el profesor Zimbardo en el “experimento de la cárcel de Stanford”, también existe un porcentaje de personas, a los que cabe calificar de verdaderos héroes y heroínas, que se resisten al mal incluso en los ambientes más hostiles. En dicho experimento estudiantes y voluntarios representaron durante algunos días los papeles de prisionero y carceleros, sufriendo transformaciones de carácter en la mayoría de los casos. La conclusión de Zimbardo fue que personas normales y tomadas por buenos ciudadanos pueden transformarse rápidamente en verdaderos demonios, pero que siempre hay una minoría que consiguen resistirse a la influencia del ambiente. Es decir, que no somos iguales frente al mal.

La presencia de esta constante argenta se observa en el funcionamiento social a través de los tiempos como una estructura necesaria para mantener organizado el conflicto, y por ende la vida y las sociedades humanas: un 20% se aproximaría a la maldad (caos), un 20% se resistiría al mal en todos los ambientes, y el resto (60%) se sumaría a una u otra tendencia según determinadas circunstancias, esencialmente en función de su percepción de incentivos, esto es a quién percibe como ganador o le puede garantizar más ventajas. Debemos ser conscientes de que nunca construiremos una organización totalmente buena o mala al 100%, no sólo a causa de nuestra imperfección natural sino por la tendencia que determina que siempre habrá, al menos, un 20% que tratará de resistirse en un sentido u otro. Es una característica que podemos comprobar en todos los grupos de los que formamos parte: partidos políticos, clubs de futbol, comunidades de vecinos, sindicatos, empresas, clases de una escuela u órdenes religiosas. Incluso los videos del famoso y genial pianista Glenn Gould cuentan con su correspondiente número de “haters”. Basta entrar en YouTube.

En todo caso, ignorar que existe un porcentaje mínimo-permanente que tiende al mal sólo perjudica a sus víctimas inocentes y personas vulnerables (20%), bien por su sustrato económico o por sus características físicas o psicológicas. Recordemos el siguiente caso: «Inglaterra, abril 2016, dos adolescentes de 14 y 15 años golpearon hasta la muerte a una mujer indefensa en el salón de su casa en Durham. Durante cinco horas, las menores atacaron a Angela Wrightson —una mujer alcohólica— con varios objetos como una televisión, una pala y una mesita de café. La víctima presentaba un centenar de heridas, 80 de ellas en el rostro (…) mientras suplicaba por su vida las asesinas solo se detuvieron para tomarse un selfi y se lo enviaron a sus amigos mediante Snapchat». Cabe imaginar al grupo de turno (20/80) exclamando «¡es cosa de niñas/os, pobres!», tratando de escapar así del hecho de que el mal pervive en nuestro interior (en la misma proporción 20/60/20) en que anida en las estructuras sociales, empezando por la propia naturaleza donde el animal depredador devora a su víctima sin compasión. Aunque una versión tranquilizadora de la etología animal ha considerado que los animales actúan movidos exclusivamente por su instinto de supervivencia, el naturalista Frans de Waal ha referido episodios de crueldad innecesaria y asombrosa en sociedades de simios (que se darían también en otras como hienas, orcas y osos) en las que la jerarquía, el afán de poder y de dominio lleva a estos animales a comportamientos para nada idílicos.

En realidad, esta constante desborda el problema del mal apareciendo por doquier de forma permanente y transversal en todos los ámbitos de nuestra vida. Esta constatación, en lugar de llevarnos al nihilismo (¿para qué luchar si siempre va a existir el mal y el conflicto?) debe permitirnos estar mejor preparados para tratar de lograr sociedades buenas y eficaces al 80%, preparándonos para gestionar el restante 20% lo mejor posible. La perfección no existe en este mundo, pero hay sociedades mejores que otras. Es un límite más con el que debemos contar en la lucha por la vida, saliendo así del estado de ingenuidad, irresponsabilidad personal y adolescencia permanente que nos invade. Solo tomando conciencia de la estructura de esa constante, podremos hacerla frente o, al menos, encauzarla pues solo se puede vencer lo que previamente se reconoce y comprende.

 

Alberto G. Ibáñez

Escritor y ensayista

Autor del libro: “La guerra cultural. Los enemigos internos de España y Occidente”